Cine y psicoanálisis, socios en eso de remontar la propia historia

"La mirada de Ulises" atraviesa todo el siglo y tiene mucho de otra experiencia propia de esta centuria, como el psicoanálisis: la búsqueda en la que es neceario coraje para bucear en el pasado.

Por José Manuel Ramírez

En los comentarios que leí sobre la película La mirada de Ulises se pone el acento, sobre todo, en la historia de luchas fraticidas hasta el desgarrón actual de la ex Yugoslavia en el marco de una pobreza que atraviesa el siglo en los Balcanes. No se pone tanto el acento —y esto quizás es inevitable— sobre lo que en ese marco trágico aparece como un hecho trivial, hasta vano ante la enormidad de lo otro, como es la búsqueda incansable de tres rollos de película que habrían sido los primeros que se filmaron a principios de siglo por los pioneros Yanakis y Milos Manakias, hermanos que fueron los primeros entusiastas del cine en Grecia. Claro está que no se trata de los tres rollos sino de lo que ellos representan: una primera mirada echada sobre Grecia al comienzo de esta centuria.

Una mirada perdida, como insiste en llamar el personaje de la película, emigrante que vuelve a su país natal en busca de ella. En busca, se podría decir, de su propio origen, porque ese personaje es en definitiva, el propio director de la película, Theo Angelopoulos, radicado en los Estados Unidos en busca de esa primera filmación. Filma su propia búsqueda, su propia mirada. Va tras la huella de la mirada de otro y se encuentra con su propia mirada. Al comienzo del film se lee una cita de Platón que le hace decir a Alcibíades que un hombre sólo puede encontrar su alma a través del otro, y es también lo que dice el personaje cuando destaca que lo que él creía era su final era en verdad el principio. Esto no impide que esa mirada que él busca, vuelva a perderla, y hasta quizás que cede al espectador en ese producto que es su obra de arte: la película.

Sobre el comienzo de La mirada de Ulises se exhibe un brevísimo corto que pertenecía a los legendarios hermanos Manakias en el que en una escena de principios de siglos, vestidas a la usanza del lugar, un conjunto de hilanderas, en una metáfora inicial, fabrican los hilos que constituirán luego la trama de una historia. En un instante, casi imperceptible, una de las hilanderas, la que parece de mayor edad, levanta la vista y detiene su mirada sobre la mirada que la filma, en un segundo de fascinación recíproca: es un encuentro de miradas. Así comienza la película. El que busca esa mirada perdida deberá remontar el hilo o los hilos de su historia, entretejidos en el tramado social del cual forma parte, entramado plagado de luchas intestinas, de muertes insensatas, de guerras fraticidas, que va —más o menos— de la Sarajevo que dio inicio a esa orgía de sangre que fue la Primera Guerra Mundial hasta la Sarajevo actual, sumergida en una guerra de etnias y religiones pasando por la Segunda Guerra Mundial, llena de persecuciones y segregación, y por la unión pasajera que fue la conformada bajo el dominio caído con el muro de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Se encuentra en su remontar hilos y ríos con los desolados, grises y moribundos países balcánicos, entre los cuales ni Grecia puede hacer brillar su pasado de Partenón y de las ruinas de una civilización antigua, también perdidos. No es posible seguir meciendo esa cuna de la civilización como si el infante aún estuviera allí.

En la búsqueda afanosa de esa mirada perdida, la valentía del personaje y su director, son imprescindibles, porque este recorrido está sembrado de amenazas, de fuegos cruzados, de pruebas como las del antiguo Ulises. Sabe que no puede retroceder, detenerse, que eso significaría condenarse a la tristeza que resulta de la cobardía de no querer saber. Sabe que pone en riesgo su vida, pero que también ceder a su búsqueda es otra forma de morir, es la pérdida del sentido de la vida; es decir, la tristeza. Es el coraje del decidido a su acto el que se trasunta en su búsqueda. No es de todos modos, una búsqueda solitaria, siempre se encuentra con alguien que le presta su alma para encontrar la suya propia.

Esta película, que en su duración de casi tres horas atraviesa el siglo, no es ajena a otra experiencia que también dura una centuria, el psicoanálisis. En el psicoanálisis también se trata de una búsqueda en la que es necesario el coraje para remontar los hilos de nuestra propia historia, y en la que no se está solo. El arte siempre ha encontrado una forma de expresar lo difícil de decir en otros campos.