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El Príncipe (III)

Por Sergio R. Di Pietro *

I. Meng-tsé, luego de un prudencial silencio, se dirigió de nuevo a Liang-HeiWang, príncipe del reino de Wei, y dijo: "Así como existen varias dignidades humanas, también hay unas dignidades celestes. Las dignidades celestes son la bondad, la equidad, la justicia, la fidelidad y la sinceridad; su adquisición es el mayor motivo de orgullo para el hombre. Las dignidades humanas son conferidas al príncipe, al primer ministro y a los gobernantes de las ciudades; estas dignidades son concedidas par los hombres".

"En la antigüedad se cultivaban las dignidades celestes, a las que seguían como secundarias las dignidades humanas. Los hombres de hoy cultivan las dignidades celestes con el único fin de obtener las humanas, y en cuanto consiguen éstas olvidan aquéllas; este proceder es el más absurdo que puede imaginarse y sólo puede desembocar en la corrupción".

"Todos los hombres aspiran a la nobleza y a los honores, pero es imposible que alcancen la nobleza si no la buscan en su interior. La verdadera nobleza no es la que vulgarmente se designa con tal nombre; la nobleza exterior puede ser concedida par un ministro y al poco tiempo arrebatada par otro".

"El sabio no desea hartarse de carnes exquisitas y de mijo, sino de toda clase de virtudes. Su única recompensa son la fama y las alabanzas, por lo que no acostumbra a llevar ricos trajes bordados". (Confucio, 551 a 479 a JC, Los Cuatro Libros Clásicos, Barcelona 1968, Editorial Braguera, Libro Cuarto, Meng-tsé, Capítulo V, página 389).

II. Actualmente, luego de más de dos mil quinientos años, en nuestra nación, en esta década, existen dignidades humanas, también existieron dignidades celestes. Estas últimas están impresas en los diccionarios como antiguallas de museo. Las dignidades celestes han quedado recopiladas en dichos libros; eran la bondad (natural inclinación a hacer el bien), la equidad (cualidad que consiste en atribuir a cada uno aquello a lo que tiene derecho), la justicia (concepción que cada época, civilización, comunidad tiene del bien común), la fidelidad (cualidad de la persona cuyo comportamiento corresponde a la confianza puesta en ella) y la sinceridad (cualidad de la persona que se expresa o actúa tal como piensa o siente, libre de fingimientos).

Los prohombres de la Patria en tiempos pretéritos se dedicaban a cultivar las dignidades celestes y olvidaban en un desván las dignidades humanas (dignidad: cargo o empleo de autoridad). Ciertamente pensaban en la Patria Grande, formada par aquellos hombres que conferían las dignidades naturalmente, sin necesidad de su consecución forzada.

Los hombrecillos de hoy ni piensan en practicar las dignidades celestes, que abandonan en un chiribitil. Tratan de conseguir las dignidades humanas a cualquier precio con total desprecio de aquéllas. La consecuencia es que corrompen y se corrompen sin ningún pudor ni escrúpulos.

La ética continúa definiéndose como correspondencia de la conducta del hombre --pública y privada-- con las normas morales. Cuando se precede en contrario de lo que imponen estas normas, aceptadas por la generalidad, se incurre en el teorema serio de la corrupción, antónimo exacto de la ética. La propuesta de Immanuel Kant consiste en obrar de tal manera que los actos individuales puedan constituirse en ley para todos. La conducta y la acción de los funcionarios deben concordar con las normas morales. Normas morales que habitan en el corazón del hombre. Honestidad, transparencia y ética es la trilogía que debe guiar la conducta del político.

La nobleza exterior, que se heredaba por nacimiento o por merced de un soberano, confería ciertos privilegios a un individuo. Hoy, en las repúblicas modernas ha desaparecido, ocupando su lugar la nobleza de sentimientos o nobleza interior.

El sabio, persona que ha alcanzado la sabiduría, la prudencia, la nobleza de sentimientos y las dignidades celestes, solamente se viste con los ricos ropajes de la práctica permanente de los valores éticos. Estos se constituyen en la riqueza del alma de los grandes de espíritu.

* Doctor en Ciencias Económicas, profesor de la Facultad de Ciencias Económicas y Estadística de la Universidad Nacional de Rosario. Columnista de Federación Agraria Argentina.