Por Pablo Robledo
El tiempo, empezar con el tiempo, pasarlo, transcurrirlo, padecerlo, gozarlo. Hay tormenta de final de verano, desde la ventana del piso diez se puede ver el puerto de Olivos, el río, el Uruguay, el tiempo se ve, entre la cortina densa de la lluvia y el sonido orquestal de los barcos que sube del amarradero. En la mañana burda una mujer está por bajar al ritmo neurótico de Buenos Aires, con la piel mas que tostada por el sol de ayer y los largos cabellos desparramados al azar. Antes de irse mira para atrás y lo que ve le parece ajeno, de un tiempo anterior. Un hombre sobre las once antes del mediodía, sentado en la cama en posición de loto con la vista fija en el televisor gigante, en la CNN, en otro lugar. Esboza un beso y ahora si, se va, ojos tan verdes. Otra está en Londres, seguramente durmiendo porque esta vez piensa que no.
Duerme, duerme Karakola, duerme que la ciudad sigue gris y el invierno todavía. La presentadora va de gaffe en gaffe, en español ceeneeniano, que el juez Augusto errr Salvador el juez Garzón y entramos otra vez en contacto con nuestro corresponsal en Londres. Gris el cielo y el corresponsal con fondo de Big Ben. Y ahora pasamos a nuestro corresponsal en Santiago, donde parece haber sol y sombras. Y ahora desde la Plaza del Sol en Madrid nuestro corresponsal, ante la inminencia del fallo de los lores que se producirá en siete minutos...y ahora pasamos a Karakola, que seguro duerme.
Yo nací con el cabrón, sabei, nací justo ese año, no se porqué, dice. Ella tiene rulos largos, larguísimos de un negro hasta la cintura y la sonrisa fácil, tranquila. Le gustan las fiestas y los excesos, el mar y el Brasil, los tragos raros y los raros peinados. Ella vive en una iglesia con su gran amor y yo los quiero tanto. Tenían un gato negro, el Lucifer y docenas de Budas. Una tía tenía Karakola y una abuela todavía tiene, en su Santiago amadodiado. Una tarde del último noviembre estaba ella frente al hospital donde se refugiaba la bestia detenida, cantando, tomando whisky, en su adoptada Londres y sin terminar de creerse del todo lo que estaba pasando, cuando alguien se le acercó y le preguntó qué hacía ella en ese lugar.
Es por mi tía, sabei, está desaparecida, dice. Y como se llama tu tía. Mi tía se llama tal. Alguien abre grande los ojos y le da un beso, espontáneo, un beso de tiempo. Yo estuve presa con tu tía, sabei, continúa el alguien, y qué mujer por dios, no dijo nada, nada de nada, no le dijo nada a los cabrones a pesar de la tortura contínua y a pesar de los pesares, que mujer tu tía. Hay un libro sobre ella, sabei, en los Estados Unidos, donde yo vivo, hay un libro sobre ella, le dice alguien. Y Karakola llora, con lagrimitas agridulces de continente europeo. Y toma mas whisky y canta eso de culeao, cabrón, se te fue el avión. Canta y volvemos a su casa. El teléfono esta ahí, tentador en aquel inolvidable día de noviembre, el teléfono invita.
Hola abuela, como estai, dice preguntando. Y allí estaba la abuela, del otro lado de la línea, del mundo. Aquí hijita, celebrando. La abuela había dejado de tomar alcohol el día que desapareció su hija pero tenía guardada una botella de champagne, esperando por el día en que el hijo de puta empezara a pagar sus culpas. Y ese era el día, y esa era la abuela, tomando champagne hasta el final de la botella, hasta el final de los días en obstinada memoria, entre pruebas de DNA y dudosos lores, entre su felicidad y su nieta se interponía solo un océano, o dos. Hija, tía, abuela, nieta, sobrina, la genealogía familiar interrumpida solo por el odio y el terror.
El 24 de marzo no necesita presentación. Tampoco estos lores y sus rojos sillones, sus ataviadas pelucas y sus inglesas corbatas, ya los conocemos de antes y de ahora, casi desde siempre. Conversan, se relajan, semisonríen, ceremonean y parecen tan distintos en esta pantalla de televisión, en esta cadena norteamericana, en esta mañana de Olivos, de Londres, de Santiago, de Madrid, en esta mañana CNN. Siguen los gaffes, la traducción es parcial y pobre, esta vez queda claro desde el primer uno a uno que no habrá el suspenso anterior. Ni tampoco el coraje y la osadía, anteriores. Tan británico este si pero no, este ni binario que pasa la papa caliente. Siguen los gaffes pero no tanto. La traductora confunde inmunidad con impunidad, quizás los lores, esta vez ni suyos ni míos, también.
Es entonces cuando se piensa en Augusto, en su hijo de voz finita Marco Antonio y en todos sus putos romanos, menos claro, Calígula y Nerón. Pienso en ese viejo infame, en ese villano de pacotilla, en esa caricatura siniestra. Y en sus amigos también, Juan Pablo, Henry, Carlos Saúl, Margaret, Norman, bazofia fascista que perdió apellido y lugar en la historia, dinosaurios cómplices por omisión o hipocresía, pandilla siniestra que no termina nunca de morir por aquello de hierba mala. Asesinos torturadores y cómplices solo después del 88, nunca antes. 6 a 1 mas que sospechoso, abrecaminos, cierrapuertas, pero 6 a 1 al fin. Y al cabo.
Voy entonces a la heladera y saco el champagne. El corcho sale volando y como el lugar es otro que Olivos, aterriza en lo que alguna vez fue la embajada de Israel en Buenos Aires. Se ve por la ventana el mismo río, otros trenes y ahora el ruido es el enfermo del tránsito del centro. Brindo, por tantas cosas. Por Karakola y por su gran amor, por su abuela y por su tía, por el avión conocido como El Calambrito que otra vez tendrá que volver vacío al Chile de la degradante clase política, por el viejo Augusto tan solo y tan reo y tan en Londres, por Baltazar, por esta vida brindo. Sé que en Inglaterra muy pronto va a llegar la primavera, la que precede a un invierno tan largo. Los parques retomarán su inconfundible verde y la tortura será para siempre un delito internacional, los lagos reflejarán la luz de los largos días y la inmunidad será para siempre un rechazo. Karakola paseara esos parques del Regent al Hyde, de Hampstead a Primrose Hill, libre como sus sueños y su deseo. Alguien la acompañará y sonreirá, como siempre lo ha hecho.
Y mientras llega la primavera y luego el verano y los cuerpos y los pajaritos de colores y los arcoiris y las largas fiestas y las cervezas en la calle, mientras todo esto, un viejo acusado de los crímenes mas horribles seguirá teniendo que pedir permiso para ir al baño, para salir al jardín, casi para vivir tendrá que seguir pidiendo permiso el augusto asesino. Le pido al dios en el que no creo, por vez única y excepcional, que no lo deje morir hasta que su humillación no sea total. Y con lo que queda del champagne, vuelvo a brindar, esta vez por los deseos que nadie nadie podrá corromper. Por los largos cabellos de Karakola, los que mantienen encendida su memoria y la nuestra, brindo. Despierta, despierta Karakola, que el sueño todavía esta vivo.