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UN JUEZ FRANCES QUIERE QUE ATESTIGÜE EL EX SECRETARIO DE ESTADO
El hilo que une a Videla y Pinochet

Roger Le Loire dejó a Kissinger en su hotel de París un pedido para que cuente lo que sepa del Plan Cóndor, que con su bendición coordinó la represión de las dictaduras en el Cono Sur.

Página/12
en Francia

Por Eduardo Febbro
Desde París

Henry Kissinger se llevó una sorpresa no muy distinta a la que debió paralizar a Augusto Pinochet cuando fue detenido en Londres. Actualmente de vacaciones en Francia, el ex secretario de Estado norteamericano y premio Nobel de la Paz de 1973 recibió en París una convocatoria “como testigo” en el marco de las investigaciones que se llevan a cabo en Francia sobre la desaparición de cinco ciudadanos franceses tanto durante la dictadura del general Augusto Pinochet como dentro del Plan Cóndor.
Obedeciendo a la comisión rogatoria elaborada por el juez que instruye las causas de las desapariciones, Roger Le Loire, la policía le presentó a Kissinger la convocatoria para que en los próximos días se presente en el Palacio de Justicia de París a brindar su testimonio.
La comisión rogatoria del juez francés es una consecuencia lógica del pedido formulado por Willam Bourdon, el abogado de varias familias de desaparecidos franceses en Chile y la Argentina.
En el último mes el juez Roger Le Loire intensificó los interrogatorios y la busca de testimonios capaces de ofrecer la “mayor claridad” y comprensión posible sobre los orígenes, el mecanismo y la instrumentación del Plan Cóndor.
En ese contexto,la semana pasada Le Loire interrogó al terrorista Carlos y al general francés que confesó los crímenes cometidos por oficiales franceses durante la guerra colonial de Argelia, Paul Aussaresses.
Kissinger, que aún no comunicó si daría curso o no a la convocatoria, está citado como uno de los altos personajes de la administración norteamericana que debían “saber perfectamente lo que los militares de las dictaduras latinoamericanas hacían en el seno del Plan Cóndor”.
Si el ex secretario de Estado comparece, podría dar detalles de una reunión que interesó al juez español Baltasar Garzón. El 10 de junio de 1976 se reunieron en Santiago con Kissinger funcionarios de la dictadura chilena y el primer canciller de la dictadura argentina, el almirante César Guzetti. En esa reunión, Kissinger habría dado su acuerdo para un pedido de Guzetti: la venia para “aniquilar de una vez por todas la subversión”, según reza un memorandum.
Le Loire es el mismo magistrado que pidió la detención del militar argentino Jorge Olivera por la desaparición de la ciudadana francesa Marianne Erize. El año pasado la policía italiana hizo lugar a su reclamo, pero luego una corte de apelaciones de Roma dejó en libertad a Olivera dando como válido como documento una precaria fotocopia que se reveló falsa.
Según trascendió ayer en París, Kissinger no es el único responsable estadounidense llamado a testimoniar en Francia.
En todo caso, para Bourdon, “más allá del símbolo que representa, Kissinger es un testigo que, por sus respuestas, puede contribuir a la manifestación de la verdad”.
El abogado francés, que es un alto dirigente de la Federación Internacional de los Derechos Humanos, FIDH, descartó la idea de implicar o “examinar las responsabilidades estadounidenses en el golpe de Estado de 1973”. Más bien, se trata de utilizar los documentos desclasificados recientemente por la CIA y que prueban el exacto conocimiento que los norteamericanos tenían del Plan Cóndor.
Los documentos secretos, desclasificados el año pasado, establecen que la CIA conocía la existencia del plan desde julio de 1976. Un memorando de la CIA fechado en agosto de 1978 lleva el explícito título de “Resumen de la operación Cóndor”. Otro de los textos “secretos” de la agencia norteamericana afirma que “a partir de julio de 1976 la CIA recibió informaciones sobre el hecho de que Cóndor programaba protagonizaracciones fuera del territorio de los países miembros contra dirigentes de grupos terroristas locales residentes en el extranjero”.
Ese es, por ahora,el motivo en que se basa el abogado Bourdon para convocar a Kissinger. Precisamente, uno de los cinco ciudadanos franceses cuya desaparición esta siendo investigada por el juez Le Loire desapareció a raíz del Plan Cóndor. Sea cual fuere la respuesta del ex secretario de Estado norteamericano, el hecho de que haya sido citado a declarar constituye una suerte de bomba judicial que se agrega a las revelaciones del libro sobre Kissinger publicado por el periodista y ensayista británico Christopher Hitchens. A propósito de Kissinger y de otros norteamericanos “conectados” con las dictaduras latinoamericanas del 70, nadie hasta el momento había pasado al acto judicial propiamente dicho. Citar a Kissinger, aunque sea como testigo, equivale a romper el círculo de consenso que lo protegía. En esa ruptura, la decisión de Le Loire es clave, como lo fue en términos de impacto el reciente libro de Hitchens sobre el ex secretario de Estado. El Plan Cóndor no hubiera sido posible sin un anillo de dictaduras en el Cono Sur, y en la formación de ese anillo fue insustituible la desestabilización de la democracia chilena.
Valga de muestra y de ejemplo uno de los numerosos documentos secretos citados en el libro de Hitchens. Se trata de una nota de quien en aquella época era el director de la CIA, Richard Helms, que da cuenta de una reunión en la oficina de Nixon donde se decidió la suerte de Salvador Allende y de las democracias del Sur. Para los hombres reunidos en torno a Nixon, entre ellos Kissinger, Allende no debía en ningún caso acceder a la presidencia del país: “No tengan en cuenta los riesgos. La embajada no debe quedar involucrada. Hay 10 millones de dólares disponibles, y más si es necesario. Trabajo a tiempo completo. Los mejores hombres de que dispongamos. 48 horas para un plan de acción”.
Los documentos originales que pueblan el capítulo del libro permiten comprender retrospectivamente la hondura del horror vivido en Chile y en las otras dictaduras de la región. Los norteamericanos estaban dispuestos a todo con tal de romper el orden constitucional en América del Sur y Kissinger fue el cerebro que aportó la solución ideal: el asesinato de quienes hubiesen dicho que no.

OPINION

Por Martín Granovsky

La inquietud del Señor K.

Cuando una madrugada del ‘98 la Interpol se presentó en el sanatorio de Londres donde habían operado al general Augusto Pinochet para detenerlo, comenzaba mucho más que una historia clínica. Los defensores del arresto explicaron que era una muestra de la extensión del nuevo derecho internacional de los derechos humanos. Dijeron que se trataba del derecho de las víctimas y sus familiares por encima del interés de cualquier Estado. En cuanto a los críticos, buscaron mostrarse sardónicos. Ese nuevo derecho, ¿se animaría con los poderosos, o era una forma encubierta de colonialismo? Por ejemplo: ¿algún juez del Primer Mundo osaría citar a Henry Kissinger?
Ayer, el momento llegó con la decisión del magistrado Roger Le Loire de arruinar a Kissinger unas vacaciones en el hermoso París de primavera, donde el sol cambia el humor de la gente y una luminosidad que llega hasta las diez de la noche crea peligro de superpoblación en la terraza de cada café.
Es difícil saber si Kissinger aceptará presentarse como testigo. Pero hay antecedentes disponibles para sacar la conclusión de que el tema realmente le preocupa. En uno de sus frecuentes viajes a Buenos Aires, en diciembre de 1998, dos meses después de la detención de Pinochet, buscó información sobre Chile en conversaciones con Carlos Menem, con su jefe de gabinete Jorge Rodríguez y con el entonces candidato de la Alianza, Fernando de la Rúa. Kissinger intentó asustar con el cuco del golpe en Chile, y lo hizo bajo la forma de preguntas. Sus interlocutores dijeron haberse sorprendido con la fuerza utilizada por el ex secretario de Estado norteamericano para señalar su inquietud ante una reacción de los mandos militares chilenos. Es que, para el Señor K., un interrogatorio sobre el futuro institucional de Chile era la única forma de dar cierto nivel de realismo político a su solidaridad con los fascistas chilenos o, más aún, a la solidaridad consigo mismo.
En la Argentina, Kissinger fue tratado como un estadista, aunque su objetivo político fuese el ejercicio de influencias en favor de los viejos dictadores y su objetivo económico apuntase a cobrar los 700 millones de dólares que el Estado le debía a Eriday, el contratista civil de la represa de Yacyretá.
Un lobbista, por definición, no debe ser conflictivo por sí mismo sino, en todo caso, debido a los intereses que representa. ¿Qué ocurriría si se repitiesen otros fenómenos como el de Le Loire? ¿Las acciones de Kissinger se mantendrían en alza? Algo es seguro: el Señor K. hubiera preferido recibir, en su hotel, una invitación para ver Fausto en la Opera de la Bastilla en lugar de una citación de la Justicia. No es un mal comienzo.

 

 

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