Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira

 

Vale decir



Regresa a RADAR

 

 


El negocio del terrorismo

Por Naomi Klein

Son muchos los candidatos para alzarse con el premio al Oportunista Político Más Grande tras las atrocidades del 11 de septiembre. Los políticos barajan leyes que cambiarán el modo de vida occidental antes de que los millones de votantes terminen de reponerse del impacto; las corporaciones se precipitan sobre los fondos estatales; los expertos acusan a quienes se les oponen de traidores. Pero dentro de este coro de propuestas draconianas y amenazas macartistas, hay una voz del oportunismo que sobresale por sobre todas las demás: la de Robyn A. Mazer, quien apela al 11 de septiembre para promover un ataque devastador sobre... la falsificación de remeras.
No es casual que Mazer sea una abogada especializada en marcas y patentes que ejerce en Washington. Y mucho menos casual resulta que su trabajo gire exclusivamente en torno a leyes que protegen el producto más exportado por Estados Unidos: el copyright. Es decir, música, películas, logos, patentes, software y mucho más. El Trade Related Intellectual Property Rights (TRIPs: Derechos de propiedad intelectual relacionados al comercio) es uno de los “acuerdos unilaterales” más controvertidos a discutirse durante la reunión de la Organización Mundial del Comercio que se celebrará en Qatar en noviembre próximo. El acuerdo es, sencillamente, el campo de batalla donde se dirimirán enfrentamientos que van del próspero negocio de los compacts piratas en China al derecho del Estado brasileño a repartir gratuitamente medicación contra el SIDA.
Las multinacionales norteamericanas están desesperadas por imponer sus productos en estos mercados –pero reclaman protección. Muchos de los países pobres, por su parte, aseguran que el TRIPs les insumiría millones de dólares en control policial, para garantizar una propiedad intelectual que dispararía los costos de producción de las industrias locales. ¿Y qué tiene que ver esta pulseada comercial con el terrorismo? Nada, absolutamente nada. Excepto, claro, que uno se lo pregunte a Mazer, quien publicó en el Washington Post del 30 de septiembre una nota titulada: “De las remeras al terrorismo: ese logo falso de Nike puede estar financiando la red de Bin Laden”.
En la nota, Mazer escribe: “Las últimas investigaciones permiten suponer que muchos de los gobiernos sospechados de colaborar con Al-Qaeda también promueven, permiten o al menos desconocen un tráfico altamente lucrativo de productos falsificados, capaz de generar enormes cantidades de efectivo a los terroristas”.
“Suponer”, “sospechados”, “al menos”, “capaz de”: demasiados resguardos para una sola frase, sobre todo viniendo de alguien que alguna vez trabajó en el Departamento de Justicia. Pero la conclusión de Mazer carece de toda ambigüedad: o se adhiere al TRIPs, o se está con los terroristas. Bienvenidos al nuevo mundo de las negociaciones comerciales, en el que a cada una de las cláusulas preexistentes se le inyecta la santurronería de una cruzada.
Sin embargo, el oportunismo político de Mazer revela algunas contradicciones interesantes. Robert Zoellick, de la Comisión de Comercio Norteamericana, viene usando el 11 de septiembre con un objetivo igual de oportunista: conseguirle al presidente Bush poderes especiales (“carril rápido” los llama él) en vistas de las inminentes negociaciones. Según Zoellick, el comercio “promueve los valores que conforman el corazón de esta lucha”.
¿Qué tienen que ver los nuevos acuerdos comerciales con la lucha contra el terrorismo? Bueno, los terroristas, nos han dicho una y otra vez, odian Estados Unidos precisamente porque odian el consumismo: odian a McDonald’s y a Nike y odian al capitalismo y a... en fin, odian la libertad. Comerciar es, pues, propagar los productos que odian; es, en otras palabras, desafiar su cruzada por el ascetismo. Pero esperen un minuto: ¿qué hay de todas esas falsificaciones que, según Mazer, financian el terror? En Afganistán, asegura, se venden “remeras con logos de Nike falsificados que glorifican a Bin Laden como El mujahid más grande del Islam”. Al parecer, ya no se puede reducir el conflicto a una fácil dicotomía, con el McMundo consumista de un lado y la jihad anti-consumo del otro. Estamos frente a un escenario mucho más complejo. De hecho, si Mazer está en lo cierto, el escenario es tan complejo que ambos mundos están minuciosamente enmarañados, al punto tal que la imaginería del McMundo está siendo utilizada para financiar la jihad.
Quizá un poco de complejidad no venga mal. Parte de la desorientación que muchos norteamericanos enfrentan se debe al inflamado e hipersimplificado rol que el consumo juega en la vida y el discurso norteamericano. Comprar es ser. Comprar es amar. Comprar es votar. Las personas fuera de Estados Unidos que quieran Nikes –incluso Nikes falsas– deberán desear ser norteamericanos, deberán amar a Estados Unidos, deberán votar, de alguna manera, por todo lo que Estados Unidos defiende.
Este ha sido el cuento de hadas desde 1989, cuando las mismas empresas periodísticas que hoy nos traen “La Guerra contra el Terrorismo” proclamaron que sus transmisiones satelitales derrocarían las dictaduras del mundo entero. El consumo llevaría, inevitablemente, a la libertad. Pero este discurso se está desmoronando: el autoritarismo coexiste junto al consumo, y el deseo por los productos norteamericanos se mezcla con la ira por la falta de igualdad.
Nada expone con mayor claridad estas contradicciones que la guerra comercial desatada contra los productos piratas. La falsificación crece en los cráteres más profundos de la injusticia mundial, ahí donde la demanda de bienes está varias décadas adelantada a la capacidad de consumo. Crece en China, donde cada uno de los productos manufacturados exclusivamente para la exportación es vendido a más de lo que cualquier trabajador de esa misma fábrica gana en un mes. Crece en Africa, donde el precio de los remedios contra el SIDA es simplemente cruel. Crece en Brasil, donde quienes piratean compacts son considerados Robin Hoods musicales.
La complejidad es despreciada por el oportunismo. Quizá porque nos permite acercarnos un poco más a la verdad, aunque requiera de nuestra destreza para identificar más de una falsedad.

Naomi Klein es la autora de No Logo, el libro que descargó munición gruesa contra las grandes corporaciones mundiales y se convirtió en “la Biblia de los movimientos antiglobalización” (ver Radar Nº 248, del 13 de mayo de este año).

arriba