Los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT) obtuvieron importantes logros en materia de reducción de la pobreza, desigualdad y analfabetismo. Las políticas públicas implementadas  (expansión de políticas sociales, incremento del salario mínimo, crecimiento de la inversión pública) motorizó el crecimiento económico hasta 2012.

En el libro O lulismo em crise. Um quebra-cabeça do período Dilma (2011-2016), el politólogo André Singer comenta que “Brasil parecía incluir a los pobres en el desarrollo capitalista sin que una única piedra hubiese rasgado el cielo limpio de Brasilia. Lula había resuelto la cuadratura del círculo y encontrado el camino para la integración sin confrontación”.

Por otro lado, Brasil se convirtió en un jugador de peso a nivel mundial. En junio de 2011, José Graciano da Silva (ex ministro de Lula) fue electo titular de la FAO. Poco después, el brasileño Roberto Carvalho de Azevedo fue designado director general de la Organización Mundial del Comercio (OMC).  Las complicaciones comenzaron con el gobierno de Dilma Rousseff. El humor social se enrareció de la mano de la desaceleración económica y el repunte inflacionario.

La ajustada reelección de Rousseff en 2014 presagiaba un segundo mandato conflictivo. La designación del ex banquero Joaquim Levy, como ministro de Hacienda, generó enojos y resistencias internas.

En el artículo “Brasil: En el desarmadero”, el economista Eduardo Crespo  explica que “el gobierno del PT, quizás atemorizado por el clima destituyente y las movilizaciones, contribuyó al desconcierto y desencanto popular haciendo propio el diagnóstico de la oposición. Había que frenar la economía y generar desempleo –esto se llegó a decir explícitamente- mediante un severo ajuste fiscal llamando en auxilio a tecnócratas neoliberales para renovar la legitimidad del Ejecutivo frente al poder económico. Las consecuencias fueron catastróficas. Brasil entró en la peor depresión de su historia, el desempleo se disparó y el derrumbe de la popularidad de la Presidenta abonó a la estrategia golpista en marcha.”

El 13 de marzo de 2016, se produjeron multitudinarias movilizaciones opositoras. El plan desestabilizador continuó con: acoso judicial a Lula, habilitación de la Corte Suprema para iniciar el juicio político a la Presidenta por supuestos desmanejos  presupuestarios, abandono del gobierno del “socio” Partido Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), aprobación legislativa del “impeachment” y elección de Michel Temer como presidente interino. La frutilla del postre de la maniobra destituyente fue la proscripción electoral (y encarcelamiento) de Lula.

En ese marco, los brasileños eligieron al ultraderechista Jair Bolsonaro. En la Argentina, los funcionarios macristas elogiaron la agenda promercado del capitán retirado. A días del balotaje, el ministro Dante Sica sostuvo que “si se confirman los resultados que marcan las encuestas, va a permitir que la economía empiece a recuperarse más rápidamente. Necesitamos un Brasil recuperando vigorosidad”. Sica agregó que “si Bolsonaro lleva adelante las políticas que viene anunciado generará estabilidad en tierras brasileñas”. Las cosas no estarían saliendo cómo las preveía el ministro.

Los primeros datos económicos de la gestión Bolsonaro se conocieron en estos días. En el primer trimestre de 2019, la actividad económica retrocedió 0,2 por ciento. Por su parte, la tasa de desempleo creció del 11,6 por ciento al 12,7 por ciento. La tristeza no tiene fin

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@diegorubinzal