La palabra justa que le cabe a este presente de la Selección es difícil de encontrar sin caer en el lugar común. Decepción es la que más aparece. ¿Pero decepción a partir de qué? ¿De las expectativas que genera el equipo? ¿O de que seguimos anclados en un pasado que de tan pretérito y comparado con este momento, debe buscarse demasiado lejos? No decepciona lo que no ofrece expectativas. Lo contrario sería un autoengaño. A esta Copa América la Argentina fue a buscar un sueño que se apoya más en un recuerdo distante que en su actualidad. Peor aún. De ese pasado estamos un poco más cerca que de la idea de juego sumergida en él. Esta Selección no tiene identidad. Ni siquiera es una mueca de sus expresiones más recientes.

Colombia ganó bien, fue astuto, presionó donde más le dolió al equipo de Scaloni, bien arriba. Si la intención del seleccionado era afirmarse desde el contacto con la pelota, tambaleó en sus propias franjas inseguras. Entre la línea defensiva y una de volantes donde sobró gente y faltó juego. Juego y atrevimiento para salirse de un esquema cauteloso, de lateralización, de circulación en su zona de confort a ritmo previsible. Lo Celso por momentos fue la excepción. Quiso asociarse con Messi pero los colombianos se avivaron y lo duplicaron en la marca, cuando no se bastó solo Barrios, el ex Boca.

El primer tiempo de Argentina fue espantoso. Amagó con un comienzo promisorio, pero se desdibujó cuando el rival le hizo el partido muy molesto. En esa etapa casi ni pateó al arco. Si a Brasil lo silbó su público por 45 minutos malos contra Bolivia, Argentina generó murmullos de reprobación. Una levantada de apenas un cuarto de hora, cuando la Selección se asoció mejor, buscó a De Paul y juntó más a Messi y Lo Celso, se esfumó con dos situaciones de gol desperdiciadas – la más clara un cabezazo de Otamendi – y el contraataque letal de Roger Martínez. Su ingreso por el lesionado Muriel favoreció a Colombia. Le puso picante a sus escasas apariciones ofensivas. Y los dos goles llegaron desde el banco. Dos golazos que redondearon un resultado exagerado, aunque – como ya dijimos – no injusto por el nivel de ambos.

 

Argentina tampoco dio respuestas desde su conducción. El técnico hizo modificaciones de nombres pero no de esquema. Con el 1 a 0 en contra, sacó a Agüero y puso a Suárez. Se pedía más que ese gesto tímido, huérfano de ambición para ir por el empate. La estocada de Zapata en otra contra colosal –los dos goles llegaron por el sector de un muy flojo Saravia– terminó con la poca energía anímica del equipo. La Selección sigue en un laberinto de dudas, producto de capas geológicas de malas decisiones y falta de una conducción clara. No se gana al truco solo con el ancho de espadas.