Drago Jancar (Ianchar, la pronunciación en castellano) es el escritor esloveno contemporáneo más renombrado, traducido y premiado. Es cuentista, novelista, dramaturgo, ensayista, y el eje de su obra son los individuos que viven en ambientes opresivos, seres comunes atravesados, muy a su pesar, por la Historia. De eso se trata justamente su novela Aquella noche la vi, cuya traducción al castellano acaba de ser presentada en Buenos Aires: una mujer demasiado independiente para su época y lugar, un pequeño pueblo esloveno atrapado en las turbulencias de la invasión nazi y la resistencia contra la ocupación. Ella solo quiere vivir una vida normal y tranquila, pero termina envuelta en la Historia, que a su vez determina su destino.

Cuando nació Jancar, en 1948, los horrores de la guerra ya habían pasado, pero no sus consecuencias. Y en ellas, en la entonces Yugoslavia, moldeó su vida y su literatura.

La presentación de Aquella noche la vi (traducida por Florencia Ferre y editada por Barenhaus) fue organizada por la Embajada de la República de Eslovenia en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno a través de un diálogo entre el autor y su colega y amigo Edgardo Cozarinsky. Una charla que llevó como eje precisamente la idea de “El sujeto en el torbellino de la historia”.

Veronika Zarnik es la mujer de la novela y su historia es real: una joven excéntrica, universitaria, que vive en un castillo y busca quedar alejada de cualquier politización e ideología. Pero en una Guerra Mundial ello no es posible. Y su suerte queda sellada luego de que un joven partisano, enamorado platónicamente de ella, la denuncia falsamente –por celos, en realidad– como colaboracionista.

–Son una constante en su obra estos personajes comunes que terminan siendo moldeados por la historia.

–En Eslovenia o en cualquier otro lugar de Europa, un hombre que en el siglo XX llegó a los 80 años, aunque haya vivido en algún pueblo lejano sin moverse de su lugar, vivió en cinco países diferentes. Vio cómo llegaban a su aldea personas en diferentes uniformes, policías, militares, recaudadores. Y la Historia entró en su vida. Lo más terrible que entró en su vida fue por supuesto la guerra.  La Primera Guerra fue de algún modo lejana para la gente, los frentes de batalla estaban lejos. Pero la Segunda Guerra entró en cada pueblo, en cada asentamiento, en cada familia. Y muchas personas que no estuvieron relacionadas con ningún ejército o que no combatían por uno u otro ideal, se encontraron de igual manera en el torbellino bélico. Por eso con frecuencia en mi literatura el individuo se halla en el medio de la vorágine de la Historia.

–Y puntualmente en la Segunda Guerra Mundial, con todo lo que eso significa. La ocupación, la resistencia. ¿Qué lo motiva de esa época?

–En la novela Esta noche la vi me motivó una historia muy concreta. En un artículo sobre un castillo en territorio alpino esloveno leí sobre lo que ocurrió en los últimos capítulos de la guerra. Los acontecimientos eran tan trágicos que me subyugaron de tal manera que no podía dormir. Ahí me di cuenta de que iba a escribir esta novela. En el centro de esta historia había una mujer  que vivió en ese castillo, que era libre y quería vivir a su manera, pero en medio de la guerra no era posible llevar una vida de una manera independiente. De esto nació la novela, en la que cinco personas hablan de esta mujer. Cómo vivió antes de la guerra, durante la guerra, cómo vivió su vida amorosa. Hablan su amante, que era un oficial del derrotado ejército real; habla su madre; habla un médico alemán que en ese momento formaba parte del ejército de ocupación; habla la ama de llaves del castillo y habla un muchacho campesino que trabajó con ellos en el castillo y luego fue partisano.

–Es interesante que la novela esté construida con estas cinco fuentes que hablan sobre la vida de esta mujer. Usted fue periodista. La técnica periodística se basa justamente en formar una historia a partir de distintas fuentes. ¿Hay algo periodístico en su novela?

–Yo fui periodista durante un tiempo más bien corto y esto me lo reprochan colegas escritores, en el sentido de que en el periodismo hay cierta superficialidad. Pero para mí la experiencia periodística fue muy significativa como escritor. El propio García Márquez reivindica con orgullo su paso por el periodismo, que le permitió observar la vida desde distintos ángulos. En ese sentido, mi paso por el periodismo no fue malo. En el periodismo hay que contar una gran historia en poco espacio, que se entienda fácilmente. El periodismo aporta cierta disciplina en la escritura, así que en ese sentido esto me benefició.

–De todas formas las fuentes de su novela son ficticias.

–Parte de la historia es real, el destino de esta mujer es real, mientras que el resto de los personajes son más o menos inventados. Tienen elementos de acontecimientos reales, pero lo principal es ficción. No quise escribir un documental, pero tampoco me permití una imaginación tal que me alejara de los reales y dolorosos acontecimientos, amorosos y trágicos.

–El amor y el odio están siempre presentes y unidos en su obra.

–El amor y el odio son sentimientos que por supuesto están muy juntos. El amor y el odio se alternan todo el tiempo. Pero en este caso, la propia guerra generó el odio en personas que se encontraron en el torbellino bélico. Básicamente, nadie odia porque sí. Salvo quienes estén totalmente ideologizados, fanatizados, como lo fueron ciertas formaciones militares nazis, fascistas, o en parte los comunistas en tiempos de la revolución: este fanatismo conduce lógicamente al odio. Pero la mayoría de las personas está fuera de eso, aunque en una situación de guerra los atraviesa tanto el bien como el mal.

–Sus personajes no son héroes clásicos, tienen una vida cotidiana común y no tienen una idea clara sobre el mundo ni un convencimiento particular sobre la vida. ¿Qué lo atrae de estos personajes?

–Justamente en esta novela Esta noche la vi quise escribir la novela de una persona a la que no le interesa mucho los grandes acontecimientos políticos. La situación en Eslovenia o en toda Europa entonces era que unos son los ocupantes, otros los combaten, en Eslovenia se da también al mismo tiempo la guerra civil. Pero esta mujer pretende vivir al margen de todo este caos, ella desea seguir viviendo de manera sencilla, sin embargo, una cosa así no es posible en un momento como ese. De hecho, la mayoría de las personas quiere vivir una vida tranquila y normal, pero la guerra obviamente trastroca todo.

–¿Qué tiene de actual su obra?

–El mensaje más fuerte de esta novela es la literatura misma. Si el lector queda atrapado por la narrativa, entonces puede descubrir su propia vida en ella. No hace falta que haya vivido una guerra. Las personas siempre llevan consigo sus amores, sus odios, sus pasiones, sus traiciones. En un tiempo excepcional de guerra, estas cuestiones se intensifican particularmente. No fue mi intención hacer un manifiesto antibélico desde la actualidad, solo hablar de las personas tal como son, sus sentimientos, lo que significa el amor,  el odio, la traición, qué significan los grandes desencuentros en las relaciones humanas. Esto siempre resulta actual, obviamente no de manera tan radical como en una situación de guerra.

–¿Qué es más significativo en la literatura, la vida cotidiana o los grandes valores universales? O en todo caso, ¿como se conjugan uno y otro?

–Lo más importante es cómo se cuenta, cómo se narra, cómo atrapar al lector. Esto no significa que sea a cualquier precio o de manera sensacionalista. Pero lo que importa es que el lector pueda sentir que en lo que cuentan los héroes de una obra hay algo de él. El autor entrega parte de su alma y del alma de las personas sobre las que escribe. Así nace, si el libro es bueno y está bien escrito, un contacto que mueve algo en el lector. Espero.

–¿Cuál es la fuerza actual de la literatura?

–La literatura ya no tiene esa fuerza como la que tuvo hace años, cuando tenía además una fuerza social. Podía hablar de cuestiones sociales o políticas, sobre libertad, etc. Con la era de la revolución tecnológica, con internet, la palabra impresa no tiene más esa fuerza. Pero todavía la literatura interpela al lector particular y creo que esto se va a mantener, que en todo caso se va a concentrar en círculos más elitistas, en personas que sean capaces de leer 100 o 200 páginas. Esto se va a transformar en una nueva división social, entre quienes leen  y quienes no leen. Creo que quienes lean entenderán de manera más profunda los fenómenos del mundo y los personales que quienes solo surfeen por internet. Creo que a esto nos encaminamos y aunque no estoy preocupado por el futuro de la literatura, lo cierto es que no habrá ediciones tan grandes y tampoco habrá una influencia social como la tuvo por ejemplo la literatura latinoamericana que describió grandes problemas políticos, dictaduras, etc. Esta influencia posiblemente la literatura no la tenga más.

–También es cierto que ahora tal vez no se lea menos sino distinto.

–Yo creo que quien empieza a leer sigue leyendo. En realidad, eso no me preocupa tanto como a otros que creen que los libros desaparecerán de nuestras vidas. Posiblemente sea lea algo menos, pero quien tome un libro en sus manos y quede atrapado por él leerá algún otro libro en su vida. Lo cierto es que, y esto ya no es un problema mío sino de los pedagogos, lo que hay que lograr es que las personas lean su primer libro...

–En algún ensayo usted planteó críticas a la corrección política en la literatura. ¿Cómo explica eso?

–Ya en los comienzos de los 90, mucho antes de que esa expresión se popularizara, escribí un ensayo sobre eso. La literatura no es políticamente correcta, porque sino no sería literatura. La literatura se tiene que confrontar con criminales, si quiero hablar de la intolerancia la tengo que conocer, describir. En una oportunidad me invitó un teatro de Viena para integrar un jurado con la idea de seleccionar nuevas obras dramatúrgicas. Pero el concurso al que se llamó tenía condiciones: que las obras no ofendan a las mujeres, a otras naciones, que no hablen mal de personas discapacitadas, etc, etc. Yo les pregunté si conocían al Premio Nobel (yugoslavo) Ivan Andric, que escribió sobre las calamidades del atrasado imperio otomano, sobre sus prejuicios, sobre las relaciones con las mujeres, etc. El no escribía a partir de sus prejuicios sino que describía lo que ocurría. Y si la literatura no describe eso, entonces no la necesitamos, entonces necesitamos una guía de términos correctos. La literatura es políticamente incorrecta por sí misma. Incluso también si su fin es noble y persigue la idea de contar algo moral o ético, o quiere convencer sobre comportamientos errados, no puede hablar solo de manera políticamente correcta. 

–¿Cómo hacer en todo caso que el arte y la literatura no fomenten prejuicios y estereotipos? ¿Dónde está el equilibrio?

–Esto lo tiene que saber el propio escritor. Si el escritor no tiene ese sentido, entonces no es escritor, no lo es si no tiene un encuadre moral. Eso es un problema entonces porque se adhirió a una ideología política racista, por ejemplo, o nazi o la que fuere. Un escritor habla con algún objetivo moral, pero no puede hablar de tal manera que su literatura sea agua, la literatura no puede ser agua, tiene que ser un vino fuerte.

–De todas maneras la literatura acompaña los avances sociales.

–Por supuesto, pero no es su función principal. Alguna vez lo hace, otras no, pero esto no es indispensable, no está prescripto. En general siempre fue de avanzada, estuvo en el lugar de los sometidos, de los desposeídos, de los degradados de diversas formas. Pero esta no es su función primordial. Finalmente estas cuestiones tienen que ser resueltas por la gente de la política y quienes tienen en sus manos los instrumentos para eso.

–Justamente, también dijo alguna vez que la literatura no puede ser un instrumento.

–Conocemos de la historia que la literatura y alguna otra expresión artística se convirtió muchas veces en instrumento de alguna ideología o política. Por ejemplo en el estalinismo tenemos ejemplos muy destacados, o el caso de la escultura o la pintura en el nazismo o en otras artes. El fin de la literatura era propagar una idea, pero finalmente se demostró como una literatura muy pobre.

–¿Cómo espera que reciba el público argentino esta historia de amor, odio y traiciones en la Europa central de la Segunda Guerra Mundial?

–También a mí me intriga eso. Me interesa particularmente, pero creo que las experiencias europeas y latinoamericanas no son en definitiva tan diferentes como pueden aparecer a primera vista. Ambos tuvimos que vernos con dictaduras, con violencia hacia los sujetos, con represiones. Quien entiende esto, entiende también cómo se sintió cada sujeto en un contexto social represivo. En este caso se trata de una guerra, pero tampoco es imprescindible que sea una guerra, puede también haber una guerra en medio de una situación de paz. En Argentina vivieron esas situaciones: había paz, pero la gente desaparecía multitudinariamente. Creo que quien tiene sensibilidad para conectarse con las relaciones sociales de un contexto y el sujeto que vive en él, entiende perfectamente esta literatura.