Desde Madrid

Ciudadanos (Cs), el partido que ayudó a fundar Albert Rivera en el 2006 para representar una opción de centro, ha abandonado sus pretensiones iniciales, y se encuadra cada vez más en el espacio de la derecha. El último avance en esa dirección se produjo a través del reciente acuerdo con el Partido Popular (PP) y la ultraderecha de Vox para formar gobierno en el Ayuntamiento de Madrid. Un giro que ha generado grietas al interior de la fuerza, y le ha abierto un frente en la Unión Europea.  

Este lunes, la portavoz de Cs en el Congreso español, Inés Arrimadas, anunció que su partido daba por terminada la alianza con el ex primer ministro francés, Manuel Valls, por el apoyo que este le había otorgado a la alcaldesa Ada Colau, con el propósito de mantenerla en el cargo e impedir que la fuerza independentista Esquerra Republicana de Catalunya gobernara la capital de esa región.

Aunque ese fue el argumento que utilizó Arrimadas, la relación con Valls ya pendía de un hilo, y no, precisamente, por su apoyo a Colau. El dirigente catalán había rechazado en varias oportunidades que Cs pactara con Vox, al que considera un partido de ultraderecha. Una postura que los líderes de Cs deberían haber leído como un indicio del criterio que expresaba el Gobierno francés, y que, en los últimos días, empezó a hacerse público.

El domingo por la noche, la secretaria de Estado francesa de Asuntos Europeos, Amélie de Montchalin, escribió en su red social: “No transigiremos con la idea de que, cuando uno está en un grupo proeuropeo, no se trabaja con la extrema derecha. Pediremos a los eurodiputados procedentes de Ciudadanos que clarifiquen su situación respecto a su partido”. Unas horas antes, la agencia EFE citaba al portavoz del Elíseo advirtiendo que “una plataforma común entre Ciudadanos y la extrema derecha pondría en tela de juicio la cooperación política para construir un grupo centrista renovado” en el Parlamento de la Unión Europea”.

La respuesta de Cs ha sido minimizar las críticas, y remarcar que sus acuerdos son exclusivamente con el PP. Sin embargo, la realidad indica lo contrario. La representante de Vox en la Comunidad de Madrid, Rocío Monasterio, anunció este lunes que cancelaba las negociaciones con el PP para formar gobierno en la capital española, debido a que sus socios no habían respetado el reciente pacto en el Ayuntamiento de Madrid. “Lo que hay estipulado es que PP y Cs darán a Vox la parte correspondiente en concejalías de gobierno y presupuesto”, dijo la dirigente de la ultraderecha.

El reclamo de Monasterio contradijo la versión de Cs, y dejó en evidencia que las críticas de Valls no eran puramente retóricas. En rigor, Cs deberá aceptar en las próximas horas que Vox asuma ciertas concejalías si no quiere que su flamante alianza vuele por el aire. El conflicto, sin embargo, no acaba ahí. La dirección de Vox, que no oculta ni camufla su pertenencia ideológica, no ha dejado de marcarle la cancha a Cs desde que Abascal lo calificara como la “veleta naranja” (en alusión al color del partido, y sus vaivenes discursivos). 

El representante de la ultraderecha en el Ayuntamiento de Madrid, Javier Ortega Smith, criticó a la líder de Cs en la capital, Begoña Villacís, por desentenderse de los acuerdos realizados con el PP y Vox.  “¡Estamos de vetos, de los cordones sanitarios y de las órdenes de Macron hasta las narices!”, afirmó el dirigente. En la misma línea, y para mostrar que su postura promete abrir más grietas con Rivera, Santiago Abascal escribió en su red social que “la injerencia del señor Macron ya resulta tan vergonzosa como el silencio español y del resto de los partidos”. Este fin de semana, el líder de Vox había instado a Pedro Sánchez a que rechazara los comentarios del presidente de Francia sobre la política española.

En este contexto, el horizonte despejado que reflejaban las negociaciones entre el PP, Cs y Vox para formar gobiernos en todas aquellas localidades y regiones de España en las que reúnen una mayoría, empieza a cubrirse con algunos nubarrones. En cuanto a la elasticidad ideológica que había ensayado Rivera con éxito durante la campaña electoral con la pretensión de acumular poder, disputar al PP el liderazgo de la derecha, y presentarse en Europa como el buen alumno de la escuela liberal, empieza a mostrar fisuras, no solo entre sus socios europeos, sino también entre sus propios dirigentes y aliados nacionales.