Siempre que termino un disco siento que muero un poco, aunque sea una exageración romántica de mi parte”, dispara el músico y trovador Pablo Dacal, quien está a punto de dar a conocer un nuevo conjunto de canciones, tal vez su disco más visceral, crudo y directo. El álbum, que saldrá en formato físico y digital el 19 de agosto por el sello Produce Crack, lleva por título Mi esqueleto. “Creo que lo define muy bien: mi esqueleto es lo que me sostiene y el centro de todo, una estructura que me une a cualquier mamífero sobre el planeta y que a la vez no podría ser otro que yo mismo. Y es lo que dejaremos sobre el mundo: el resto es puro misterio”, sostiene este artista multifacético y referente de la canción rioplatense. A modo de adelanto, el músico porteño y su banda se presentarán este viernes a las 21 en La Confitería (Federico Lacroze 2963). La apertura estará a cargo del “ruso” Julián Desbats.

Hasta el momento, se lanzaron dos singles: la rocker y furiosa “Manifestación” y la balada de amor “Una canción simple”. “’Manifestación’ es el lado negro, ciudadano, de mayor filo y pulso social; ‘Una canción simple’ el lado blanco, bohemio, particular y sensible. Creo que fueron ilustrados con precisión por Nico Moguilevsky, quien hizo el arte y diseño bastante callejero y fanzineroso que lo acompaña. Ambos forman el ying y yang del disco, partes complementarias del esqueleto que me sostiene”, define Dacal sobre este disco que será presentado oficialmente en septiembre en Xirgu Untref. “Si bien es un disco de rock salvaje y disparatado, reúne la épica de la Orquesta de Salón, el tono criollo de Las Guitarras del Tiempo, el espíritu andariego de Baila sobre fuego (2015) o la mirada al presente de El Progreso (2011)”, completa.

El disco está integrado por trece canciones centradas principalmente en las guitarras (distorsionadas, rabiosas) y la batería de Fernando Mondino (con golpes duros y fuertes), además de la voz de Dacal. En otro plano y en otra instancia del proceso de producción, ingresaron tres instrumentos más: el bajo de Fer Tur (también productor del disco), la viola de Mariano Malamud y el saxo barítono de Rosa Nolly. “Fer es el culpable de la tímbrica final que adoptó el disco: un sonido reverberante, plateado, oxidado”, cuenta el músico y menciona referencias al free jazz o discos de David Bowie y PJ Harvey. “Y no menos importante fue la suma analógica y masterización de Hernán Asconiga”, resalta. Entre las canciones, hay una que ensaya sobre el amor en tiempos de hiperconexión (“El bloqueo”) y otras que suenan más autorreferenciales (“El murciélago” o “Las golondrinas”).

-El disco abre con "El juego y la furia", que tiene un tono desesperanzado. ¿En qué momento escribió esa canción?

-Como muchos temas del álbum tiene un origen azaroso y fue cambiando de identidad hasta encontrar la que mejor lo definía. Este fue compuesto mientras grababa e improvisaba sobre lo que iba encontrando, sin saber muy bien hacia donde me dirigía. Tuvo otras letras y distintas melodías hasta que escribí ese texto, que se completa con un fragmento de El hombre mediocre, de José Ingenieros. Habla una voz que muchas veces no quiero oír y está diciendo algo difícil: dejá todo, abandoná el barco que puede cargarse tu vida, salí de la patria y sus rollos y entregate a lo que deseás. Somos seres universales, no solo ciudadanos políticos. El horizonte es más amplio y si vamos a redefinir nuestro espacio en el mundo tenemos que hacerlo a fondo, no solo a partir de las clases sociales, el sitio en que nacimos o nuestra sexualidad. El presente está en tus manos ¡adelante! Puede resultar incómodo pero sentí que alguien tenía que decirlo.

-¿Cómo encontró el sonido del disco? Es una instrumentación atípica en su obra.

-Hace años vengo girando alrededor de ese formato pero nunca lo había grabado. Finalmente llegó su momento, pero al hacerlo noté que brillaba más en el vivo y decidí resaltar el tono sin alterarlo: reforzar los graves con el bajo eléctrico, las texturas con la viola y el delirio con el saxo. La viola casi no toca melodías y menos el saxo: intervienen sobre las canciones en forma disruptiva. Y dejé fuera la guitarra acústica: el disco está grabado con diferentes guitarras eléctricas, en algunos casos superpuestas. Es un álbum de pensamiento salvaje: largas noches en el estudio buscando el timbre necesario para que la canción encuentre su peso. Mi espíritu es polifónico y algunos bajos se independizaron, pero decidimos no colorear y apostar al blanco sobre negro, como un aguafuerte. Quisimos trabajar con pocas herramientas y desarrollar las ideas en las diferentes combinaciones que imaginamos. Desarmar el hilo narrativo de la composición y exponerlo todo simultáneamente, como en una pintura cubista.

-Desde la poética, hay un tono directo y crudo, casi no hay metáfora. ¿Necesitaba decir cosas sin vueltas? ¿Cuánto incidió el presente político y social?

-Se trata simplemente de la forma en que veo hoy el mundo contemporáneo, es lo que tengo para decir con la forma que encontré para cantarlo. Desconfío de la metáfora como recurso consciente. Esa idea de "voy a decir algo pero lo voy a disfrazar de esta forma". Al menos en estos tiempos. La realidad es una caja de sorpresas y detrás de un biombo hay un velo que cubre un disfraz de un ser desconocido. Estoy intentando narrar historias que iluminen ciertos aspectos de este ser desorientado en que nos convertimos. El presente y sus desastres influyeron tremendamente, por supuesto. Pero no me interesa sentar una posición demasiado clara, porque no la tengo y me resulta redundante hablar del tema. Cualquiera que siga un poco lo que vengo haciendo sabrá de qué lado de la grieta estoy. ¿Por qué necesitamos definirnos tanto? ¿Nos hace sentir más seguros? El problema lo encuentro en lo que veo a mi alrededor: mucha ingenuidad, corrección política y necesidad de agradar. La época del "me gusta" que francamente no me gusta tanto.