En las páginas iniciales de los dos libros está la euforia, el éxtasis: un gol. Una escena de unos cuantos segundos que concentra el deseo cumplido, idea de comunidad y pertenencia, la confirmación de trabajos y sacrificios y talentos y belleza y vaya a saberse cuánto más. Se trata de goles excepcionales y dramáticos, vividos y narrados por hinchas que son a la vez periodistas deportivos notables, especializados en fútbol y en los clubes por los que hinchan, colores medulares para sus propias existencias. “Cuando el Pity Martínez se largó a correr, todos los hinchas de River    –los miles que estábamos en el Bernabéu y los millones que seguían el partido en Argentina y el resto del mundo– ya habíamos perdido el eje”, anota Andrés Burgo en el comienzo de La final de nuestras vidas, su crónica “apresurada y visceral” sobre aquella larguísima y accidentada serie ante Boca de finales del año pasado que terminaría en Madrid, el 3 a 1 que coronaría al último campeón de la Libertadores. Para arrancar con Ahora que somos felices: Una historia íntima del Racing campeón, Alejandro Wall se inclinó también por el tercer gol de otro 3 a 1, en la fecha 20 de la Superliga frente a Independiente y de visitante: en el último minuto del suplementario y de contragolpe, y ante la salida desesperada del arquero rival, Lisandro López le tocó la pelota por un costado y picó a buscarla por el otro, una corrida memorable diría Víctor Hugo, que prosiguió con asistencia al compañero académico Zaracho y con Wall abrazado a sus dos hijos, abducido por la pantalla. “Caí sobre mis rodillas, me eché hacia adelante como entregándome a un pastor evangélico, y empecé a gritar: ‘¡Es hermoso! ¡Es hermoso! ¡Es hermoso!’”

  Ambos trabajos comparten otros rasgos. Que fueron encargos de una editorial, Planeta, y que con la perspectiva cercana de los posibles títulos, el periodista y editor Rodolfo González Arzac oportunamente se comunicó con cada uno de ellos. O que en la debacle de la industria editorial (y de la industria en general, y de casi todo), se trata de libros de muy buena aceptación: La final se publicó en la última semana de enero, lleva seis ediciones, encabezó los listados de no ficción y se registran hasta ahora 14.000 ejemplares vendidos; de Ahora que somos felices todavía no hay datos de ventas, porque se publicó a comienzos del mes pasado, pero se hicieron tres ediciones y figuró tercero en los rankings, detrás de los de Cristina Kirchner y del Indio Solari. “Fue así: River llegó a la final el martes 30 de octubre, y Boca al día siguiente; el jueves me escribió Arzac, a mí y a otro periodista, de Boca (no hay que decir su nombre), como para juntarnos”, rememora Burgo. “Intuí que sería por la final, y al principio pensé les voy a decir que no, por el prurito de... pero después dije ¿por qué voy a decir que no, si me están ofreciendo un trabajo? Yo había publicado uno sobre el descenso de River, esto me venía del cielo. Todo el país hablaba de la final, toda la sociedad atravesada por ese partido, era una cosa insólita lo que estaba pasando; todavía no sabían bien qué hacer, nos ofrecieron hacerlo a cuatro manos y dije que no: si perdíamos, luego del libro que había hecho del descenso ¡tendría que hacer la vuelta olímpica en la cancha de River! ¡Iba a ser el sepulturero! Ni en pedo. Así que se empezaron a hacer los dos, y pasaron diez mil cosas que fueron un desastre a efectos del clásico pero que para la crónica venían bien. Y esto al mismo tiempo me acortó el tiempo de entrega, porque aunque fui avanzando en algunos tramos, tuve que terminarlo doce días después de la final. Iba bajando las escaleras del Bernabéu y dije ¡uh, el libro!” 

En las buenas y en las malas

  Mañana fría en el bar San Cayetano, barrio porteño de Belgrano: Burgo y Wall toman café. Se conocieron en 2008, en la redacción del diario Crítica. Ahora Wall recuerda que le ofrecieron encarar el suyo tras el clásico, en la última semana de febrero, con cinco fechas por delante, a un mes y medio del final del torneo. “No tenía pensado ni me podía imaginar un libro de Racing campeón”, dice. “Porque además de los tiempos, me parecía que ya no era tanto una excepcionalidad. Tuve que pensarlo un poco, lo charlé con Andrés, que había tenido la experiencia con el suyo. Tampoco podía decir que no. Pero estaba claro que a diferencia del Boca-River, que era algo en sí mismo, tenía que construir un enfoque”.

  “Yo tenía un tema imbatible, mirá lo que es la tapa”, dice Burgo y señala a Pity Martínez, feliz tras la corrida definitiva. “Para mí, el gran acierto de Ale está concentrado acá, en este título dentro del título: Una historia íntima del Racing campeón. Que la copa significa mucho más que la copa en sí.

  “Así como Andrés tal vez cierra una especie de capítulo respecto a su libro del descenso, Ser de River en las buenas y en las malas, yo también me saco de encima haber hecho otro libro que, más allá de todo, significa tu desgracia futbolera”, dice Wall y refiere al que publicó en 2011, ¡Academia carajo!: Racing campeón en el país del que se vayan todos, a una década del primer título local que su equipo conseguía desde 1966. “Ahora era otra circunstancia, está el título de 2014 y entonces este es otra cosa, así que la idea fue buscar qué significaba este camino, esta trayectoria, este campeonato. No tanto el devenir del partido a partido, porque aunque por supuesto hay una construcción de qué fue pasando con el equipo, pero quise contarlo a través de algo más, y ahí entró lo personal”.

  Plantea Wall que luego de años y años de descalabros, con los regresos de Diego Milito y de Lisandro López tras sus temporadas en el fútbol europeo, desde 2014 Racing se organizó y se consolidó, y que este título signa poder sentarse en la mesa de los clubes grandes sin tener que dar explicaciones. “Dejamos de ser los fracasados queribles”, sintetiza en las primeras páginas el académico y peronista Pedro Saborido. En cuanto a lo personal, Wall entrevera en su crónica recuerdos y experiencias de toda la vida, referencias a la separación reciente de la madre de sus hijos, diálogos con Camilo y Santiago (doce y siete años) sobre jugadores y peripecias del equipo, recuerdos de su padre de antiguas glorias, intercambios con hinchas, conversaciones con su analista. “En ese sentido es un poco tributario de cosas que ha hecho Andrés con River”, dice Wall. “Que a la vez tiene parecidos con Fiebre en las gradas, de Nick Hornby. Algo de eso había en ¡Academia, carajo!, pero no tenía tanto ese registro”.

  “Sí que estaba”, dice Burgo. “Aunque claro, el descenso de River era Hiroshima, Chernobyl...”

  “Andrés es descarnado en Ser de River, dice cosas que yo quizás no me hubiera atrevido a decir”.

¿Por ejemplo? ¿Que quería comprar a los árbitros?

  –A mí eso siempre me pareció un acierto, incluso lo uso en los talleres –dice Wall–. Porque es romper con el registro periodístico: se supone que un periodista no dice eso. En los dos libros están las dos cosas, el trabajo periodístico y también el apasionamiento.

 “Estos libros tienen aceptación porque es la historia de dos hinchas normales”, dice Burgo. “Básicamente es eso. Voy a la cancha y le saco tiempo a mi familia: todos los hinchas pensamos eso. Ser hincha es una feliz convivencia entre un fanático y una persona que tiene que hacer el resto de las cosas. Si no contás eso, ¿qué sos, un androide que va a la cancha y nada más? Es raro lo que se cuenta del fútbol, porque es mucho más que los triunfos. El fútbol es el título de Racing pero relacionado con su separación, con cómo hace su reconstrucción personal, con la cancha como uno de los lugares de su reconstrucción. Después podés ganar, están los ídolos, por supuesto que están los ídolos inconmensurables. Gallardo. Aunque hay otros ídolos más normales. Los nombres, los triunfos, todo eso va cambiando y no importa tanto: lo que siempre va a estar es la relación del equipo de fútbol con nuestras vidas y con nuestro entorno. Eso es lo que no está tan contado, para mí. Si el ídolo se llama Pérez o Gómez, qué sé yo. Importa, claro que quiero que tenga buenos jugadores mi equipo, si no pierde. Pero la cosa va por otro lado”.

La conversación deriva hacia las diferencias entre ver un partido “profesionalmente” o “como hincha”, o el desgaste que implican las seis horas como mínimo que hay que destinar para ir a la cancha, o el incremento de la cantidad de mujeres en los estadios, o que la asistencia tiende cada vez más hacia sectores sociales adinerados (en especial si se trata de los clubes grandes). “Creo que los hinchas somos bastante parecidos, más allá de alguna particularidad”, dice Wall. “Queremos cosas similares, hacemos algunas cosas locas. Y tengo que reconocer que me tuve que tragar ciertas palabras, porque cuando el River-Boca yo le decía a Andrés que había cierta sobreactuación, él me hablaba de hinchas que tomaban pastillas porque no podían dormir…” “¡Obvio, boludo!”, dice Burgo. “Y me decías que estaba exagerando. Cuando estabas en Santa Fe, en ese partido que le empatan a Colón, lo gritaste como loco, no aguantabas más. Potenciá eso a la final del River-Boca”. Retoma Wall: “Cuando íbamos punteros y se empezó a acercar la definición, volví a tener sensaciones que hacía rato que no tenía, porque ir a cubrir partidos te hace tomar una distancia grande”.

 “Volver a ser hincha es espectacular”, dice Burgo. “Porque en un palco de prensa estás en otro foco. Como los jugadores, qué sé yo: Pratto es hincha de Boca, y Farré, el que hizo el gol que nos mandó a la B, es hincha de River. Estás en el registro profesional”.

“Hay ritos de ir a la cancha que van más allá del partido”, dice Wall. “Gente a la que veo únicamente en la cancha. El momento del entretiempo, esa cosa de buscar sentarse, brrrum, rápido: eso me lleva a la infancia. Pensar el partido, esas discusiones que se dan en la tribuna”. 

  “A los 15 o 16 años pensaba ah, cuando sea grande para mí el fútbol va a ser el pasatiempo de verlo en la tele los domingos a la noche, con un whisky en la mano. Y la verdad que pasó mucho tiempo, me verán pelado, canoso, y me di cuenta de que hay muuuy pocas cosas más que me gusten más que ir a la cancha. Y soy consciente de eso”.

  Hace cinco años publicaban El último Maradona: Cuando a Diego le cortaron las piernas, una investigación escrita por ambos en torno al doping de 1994, durante el mundial de Estados Unidos. “Es una historia más política y policial que deportiva”, dice Burgo. “Me gustaría leer más de esos libros, que te cuentan el fútbol que no se ve”. “Fue una gran experiencia la escritura compartida, porque aprendés a ceder”, dice Wall. “Lo que me sigue impactando es la carga que tiene esa historia, la cantidad de recortes y entradas posibles: Grondona, la AFA, la FIFA, el mundo Diego, el tipo que le dio la efedrina, la enfermera que se lo lleva de la mano...” Por cuenta propia, son autores de otros dos libros fabulosos: Burgo escribió El partido, una crónica extraordinaria sobre Argentina-Inglaterra del ‘86, y Wall es autor de Corbatta, el wing, biografía del emblemático delantero de Racing y de la selección. No ubican antecedentes de estos últimos libros suyos, que han tenido devoluciones entusiastas de muchos hinchas, como puede intuirse, pero también de los máximos referentes de cada plantel, con detalles de colección que prefieren mantener en reserva. Como acaso esta nota se inclina demasiado hacia el sesgo hincha, es oportuno apuntar que estas crónicas también son lo que son debido al vasto conocimiento del juego y de la historia de sus clubes, al tránsito de añares por los estadios, a las relaciones que establecen con lo socio político cultural, a las pericias narrativas. La final de nuestras vidas y Ahora que somos felices se encuadran dentro de lo que se denomina instant book, trabajos que, a propósito de un fenómeno, se hacen al toque. “No sé si las editoriales a partir de ahora van a apostar a esto”, concluye Burgo. “Independiente sale campeón y tenés un libro. Antes estaba la revista El Gráfico, pero ya no existe más. Yo creo que tal vez es algo que llegó para quedarse”.