Los días de la fragilidad es de esas piezas con las que se confirma el nivel de calidad del teatro independiente argentino en materia de contenidos pero también de formas. Cierto es que el todo suele ser más que la suma de las partes, pero en la obra escrita por el dramaturgo Andrés Gallina vale la pena diseccionar algunos de sus elementos que, al final del camino, explican la singular belleza de su totalidad.

Dirigida por Fabián Díaz, la historia, en apariencia sencilla, pero indudablemente distinta, revela el vínculo amoroso entre un poeta mudo y una jugadora de fútbol destacada del Club Atlético Once Unidos, de Miramar. El mundo futbolero, en toda su dimensión, será el que alimente el amor entre los protagonistas, pero también el que lo haga tambalear cuando a la delantera del equipo la reclamen para jugar en Temperley.

Si la propuesta de Gallina, ya por sí misma, sobresale por su peculiaridad al proponer una pareja alejada de los cánones del amor romántico, las actuaciones terminan por afianzar su objetivo. Iván Moschner, quien acaba de ganar el Premio Trinidad Guevara en la categoría Actuación Protagónica Masculina por su papel, es el poeta que encarna toda la fragilidad a la que alude el título de la obra. Su mudez le impide gritar los goles de la mujer que se le aparece en sus sueños con los botines puestos, la camiseta embarrada y las rodillas llenas de sangre, pero es a través de ese inconsciente y de sus pensamientos que él logra expresarse. Manuela Méndez, por su lado, es la goleadora que va al frente, la que no pierde ninguna pelota, y se pone el equipo al hombro. Ella es la fuerza que se complementa con la profunda sensibilidad de su hincha enamorado. Y en medio de las interpretaciones, donde lo físico es tan vital como la expresión, se cuelan la música en vivo de Patricia Casares y las lecturas del director Fabián Díaz para sumar más poesía.

La puesta destaca por su simpleza. Una alfombra verde, unas cuantas pelotas de cuero, una pequeña tarima y un alambrado alcanzan para recrear el espacio deportivo en el que se desarrollan las acciones que hacen carne la pasión condensada en el texto. En él todas las metáforas están atravesadas por la jerga y el folklore futboleros, a los que toma, no obstante, no para reproducir su lógica masculina, sino para subvertirla y transformar lo que muchas veces es violencia, desenfreno y disciplinamiento, en admiración, erotismo y ternura.

 

En este juego de hallar otros sentidos, el autor va más allá y redobla la apuesta para cuestionar uno de los estereotipos más arraigados en el deporte popular donde la pasión aparece como herencia mayoritariamente paterna. Porque la protagonista no sólo es una mujer que juega al fútbol, sino que también es a su madre a quien debe su profesión y su fanatismo por el Club Once Unidos. “Cuando mi mamá quedó embarazada, venía todos los domingos a la cancha de Once Unidos. Durante esos nueve meses nunca perdimos un partido de local. Mamá tenía miedo de que cuando yo naciera perdiéramos el invicto. Pero no. Nací y seguimos ganando”, recuerda la futbolista. Y es por todos estos guiños, como el de la pasión por el fútbol como legado femenino, que la obra reluce.

*Domingos a las 12, hasta el 14 de julio. El 25 de agosto se retoman las funciones. Información y reservas: [email protected]