El poeta Carlos Piccioni acaba de publicar un nuevo libro por la editorial rosarina Ciudad Gótica. Titulado Las flores de lo opaco. Notas y poemas 2010/2015, el breve tomo con epílogo de Roberto Retamoso reúne en una hermosa edición una "miscelánea" (como anuncia su autor), de poemas y "notas", facsímiles de su puño y letra de los textos originales de los poemas elegidos, dibujos de Juan Carlos Berastegui y hasta extensas citas de obras ajenas que o bien a modo de abundantes epígrafes o como recortes pegados en un álbum acentúan el efecto de cuaderno íntimo que se tiene al abrirlo.

La poesía de Piccioni siempre dialoga con alguien, vivo o muerto. La escritura de trazo urgente parece continuar alguna conversación.

Cuenta el autor en su prefacio, fechado en 2015, que sus retratos de juventud que ilustran el libro fueron dibujados por Berastegui en 1963. Por entonces Piccioni, nacido en 1945 en la localidad santafesina norteña de Tostado, tendría 18 años. A los 22 se mudó a Rosario para estudiar la carrera de Historia en una Universidad Nacional intervenida por una dictadura que no sería la última. Un poema del libro hace memoria de aquel momento de su vida, que debió ser iniciático dada la relevancia de las lecturas a las que alude, entre cuyos autores se encontraban el peruano César Vallejo y el rosarino Aldo Oliva. De este último toma prestado un verso que dice "Mi corazón se hunde en el tiempo" para comenzar, a vuelta de página, a cantar aquel pasado de estudiante recién llegado a la ciudad que el lector puede fácilmente fechar a partir de 1966. El canto se abre con un juego entre la palabra denotativa y el calembour coloquial: "De lentejas/ y tardanzas,/ la pensión de Angelita// aun en la brevedad/ de los horarios,/ por decirlo así/ festejábamos la cuadratura de la mesa/ y renegábamos de la dictadura de Onganía,/ de la basura/ ancestral de las dictaduras.// Nos reunía también/ algún poema de Aldo,/ que, seguramente, se dispararía/ en el tiempo,/ el nuestro, el tiempo de todos,/ de rubén, juan carlos, alfredo, alberto.// Como enharinados textos vallejianos/ nos correspondía esa mesa, esa pensión,/ ese énfasis". El poema se titula "La pensión de Angelita" y está dedicado (con el gesto de poner las iniciales de los nombres y apellidos en minúsculas) a Rubén Oliden López, Juan Carlos Coria, Alberto Tudurí y Alfredo Reinaldi.

De los tres retratos por Berastegui, uno es una caricatura adolescente, y en los otros dos se nota una mayor madurez de dibujante que va tanteando la semejanza con el modelo a partir de una conciencia adquirida de las formas en tanto formas. En los tres, el poeta o futuro poeta está representado como una figura sentada. En dos donde se repite un mismo gesto de pensador que apoya la cabeza en la mano y el codo en una mesa, primero luce un expresivo rostro de asombro y desconcierto, y después tiene los ojos entrecerrados en ensoñación, con una botella de vino más que medio vacía ante él. Se deja leer en la sucesión un arco que va de la inocencia a la experiencia, y que la maduración del lenguaje gráfico acompaña. En el dibujo más abstracto y conciso de los tres, parece estar conversando con alguien que está fuera del cuadro: la mano se tiende como subrayando una idea en el aire, la silla se echa hacia atrás abriendo el espacio.          

El poeta continúa cultivando la elegía en este libro con hondura y delicadeza en los poemas en memoria de su amada compañera Elba.

La poesía de Piccioni siempre dialoga con alguien, vivo o muerto. En el primer caso, la escritura de trazo urgente parece continuar alguna conversación iniciada en presencia o armarse su mapa de lecturas desde donde comentar, pararse a decir algo más. En el segundo caso, los poemas corresponden al género de la elegía, que Piccioni continúa cultivando en este libro con hondura y delicadeza en los poemas en memoria de su amada compañera Elba, en un trabajo de duelo que va madurando hasta la sepultura de la pérdida misma en el inconsciente: "Había, yo, olvidado/ que te habías mezclado/ con la tierra y el aire". El receptor del mensaje puede ser simplemente un lector cualquiera, el "aullido" de cuya "inteligencia" celebra el poeta por anticipado en el poema "esa línea", incluido en su libro anterior, y al que hace referencia en el poemario nuevo.  

"El libro integra a su textualidad lo que se llamaría el intertexto de los poemas", dice Roberto Retamoso en un texto que funciona como epílogo. Piccioni publicó además los poemarios Las palabras de todos (1981), Paisaje (1983), El sueño de las lluvias (La Cachimba, 1984, premio provincial José Pedroni 1987), Desde el agua y el aire (EMR, 2000, premio municipal de poesía Felipe Aldana ese año) y El confín de los sonidos (Ciudad Gótica, 2012).