España tiene tres grandes tradiciones. Una es la del riesgo, que se expresa en las encerronas de los sanfermines, en las que turbas humanas intentan escapar de las fatales cornadas del toro. Otra es la del jamón, que llega al punto de que en una ocasión a este cronista, aquejado de un malestar estomacal, una farmacéutica madrileña le recetó una dosis de “jamón York” como cura. Finalmente, la tradición del enamoramiento de la muerte, que quizás se exprese más en términos edilicios que fácticos: claustros cerrados, pasillos oscuros, aire viciado. En Viaje al cuarto de una madre, ópera prima de la realizadora sevillana Celia Rico Clavellino, la sombra de un hombre muerto tiene una presencia casi más corpórea que la de su viuda reciente e hija más que adolescente. Pero la vida sigue, ya se sabe, y de ese roce incorpóreo entre lo que está vivo y lo que pesa desde el otro lado habla la película de Rico Clavellino, ganadora de dos premios en la última edición de San Sebastián.

A propósito de aquello de lo que se habla, debe hacerse una aclaración. Como en nueve de cada diez películas españolas, es más bien poco lo que se entiende de los diálogos, por lo cual esta crítica debe considerarse más tentativa que definitiva. Algunos intercambios susurrados y, sobre todo, ciertas conversaciones telefónicas resultan casi tan comprensibles como la conversación de un matrimonio mongol en la estepa. De lo que llegó a entender, más en términos visuales que orales, el crítico sonsaca que la cincuentona Estrella (Lola Dueñas, en un esforzado trabajo de composición, previsiblemente nominado a un Goya) vive en compañía de su hija única, Leonor (Anna Castillo, vista en la serie Arde Madrid) en un penumbroso departamento de alguna pequeña ciudad española que, a pesar del origen de la realizadora, no está en Andalucía. Como dos sobrevivientes, Estrella y Leonor se aprietan en el sillón del living para ver una serie que siguen. A veces se quedan dormidas allí aunque cada una tenga, como bien anuncia el algo ostentoso título, su propio cuarto. Estrella y Leonor necesitan apretarse, y las camisas de varón colgadas en el placard explican por qué.

Viaje al cuarto de una madre adscribe a lo que se conoce como “film de observación”: es casi más importante la manchita sobre la mesa del living que en un momento Estrella limpia con esmero que cualquier cosa que suceda. A Rico Clavellino le importan más lo que los climas, gestos, pausas en el diálogo y encuadres transmiten. En el primer plano, por ejemplo, la cámara toma frontalmente a madre e hija dormidas en el sillón, signo visual y dramático de un estado de quietud que signa ese momento de sus vidas. Ese momento: Rico Clavellino trabaja con lo circunstancial, sin pretensiones de alcanzar algo permanente. Seguramente como consecuencia de la pérdida que las aflige, Leonor se comporta con su madre un poco como una niña, y está claro que a Estrella eso no le disgusta: ver por ejemplo la escena en la que le rasca la espalda, y que Leonor celebra diciendo “Cosquillitas”. O eso entendió el cronista. Viaje… va de lo trágico y oscuro a ciertas insinuaciones de una posible luminosidad futura. Pero no puede hablarse de ella como un crowd pleaser, en tanto el tratamiento impuesto por la realizadora privilegia el instante por sobre cualquier desarrollo en perspectiva.