Hace unos días este diario publicó un muy interesante texto de Karina Micheletto que lleva por título La tía Mary . Dado que la autora habla de su tía, me permito opinar sobre ella sin conocerla, al solo efecto de aportar algunas ideas sobre una subjetividad que, en estos días, se insinúa como determinante para los destinos de este país.

Tras relatar el tortuoso derrotero que unos chacareros (la tía Mary, su marido y tantísimos más) atravesaron en el desastre neoliberal de los noventa, y el proverbial salvataje que Néstor les dispensó para recuperar su tierra, la autora se pregunta por las razones por las cuales hoy la tía Mary teme que con “los Fernández este país se transforme en Venezuela”. Micheletto se muestra sorprendida (por no decir desconcertada) ante esta declaración, tanto que acude al querido colega Sebastián Plut y su oportuna observación sobre los efectos del odio en las determinaciones humanas,aunque sin quedarse del todo conforme.

Me permito entonces ensayar algunas conjeturas sobre la opinión de la querida tía Mary, pero ya no desde el odio, sino desde una muy particular versión del amor. Mi tesis es que la tía (como tantas y tantos otros) ama el trabajo, la tierra, la familia y la propiedad privada como símbolos de un Orden. De alguna manera Micheletto lo advierte cuando destaca el valor simbólico del campo que los estafadores le habían rematado a su familia.

Claro, la primera pregunta que se impone es: “¿de qué orden me hablás, si Menem y ahora Macri no trajeron más que caos, despilfarro, e ineptitud a granel? Bien, la respuesta es: Macri ha sabido encarnar la ilusión que por excelencia seduce a todo ser hablante: el Individuo, ese sueño que el narcisismo constitutivo de toda persona alberga en nuestras fantasías diurnas y que acompaña –para bien o mal- la mayoría de nuestros anhelos y expectativas.

Macri roba, saquea, miente y engaña para el Individuo Macri, en cambio la Chorra le roba al Individuo para darle a los negros de mierda. Luego “pasaron cosas”, "estamos en recesión”, "la inflación es algo muy raro”, etcétera, son frases tomadas como cuestiones propias de un Orden natural, que así llegan, se soportan hasta que –según les dicen- se van.

Esta ecuación es muy poderosa, ancla en las fibras más intimas, allí donde lo peor del ser hablante se regocija si al Otro le va mal con tal de que al Individuo le sostengan su ilusión de autosuficiencia. Por eso el filósofo Zizek dice que lo determinante no está en las condiciones materiales de la existencia, sino en la fantasía ideológica que sobre las mismas teje el discurso, ese “odioenamoramiento” que Lacan destaca cuando describe la impronta narcisista del ser hablante: el Orden.

Cristina lo sabe muy bien, por algo apenas asumido Macri salió a decir que Cambiemos no había hecho más que desordenarle la vida a la gente y ahora, a pocas semanas de las elecciones lo sigue repitiendo: hay que volver aponer en orden este país. Claro está se trata de un orden muy distinto al del Individuo. En todo caso se trata de esa organización social capaz de conjugar un diálogo entre el Individuo y el conjunto, entre las aspiraciones narcisistas y aquellas que sin el lazo social tarde o temprano naufragan.

Es un diálogo que requiere cintura, plasticidad y esa gracia con que la síncopa del Otro acomoda expectativas y angustias en el sujeto. En este punto, el gesto de CFK, en cuanto a ceder su lugar en pos de un objetivo común, demuestra su aptitud para bailar según el tempo de los acontecimientos. Que en el próximo asado con la tía no falte una chacarera.