Miguel Verón es sindicalista. No uno cualquiera, sino uno que vive atornillado al cargo de secretario general de la Unión de Trabajadores de la Carne (UTCA). Su apodo es "El Tigre", pero también lo podrían llamar "el extorsionador". Su ejercicio diario es la amenaza, sea en primera persona o a través de alguno de sus "muchachos", siempre puestos con drogas y alcohol, y dispuestos a hacer lo que el patrón les ordene. Prepotente y violento, Verón es sindicalista pero por sus usos y costumbres bien podría ser un mafioso Italiano. “¿Hay gente que no me quiere? Y no. Hay gente que no me quiere. Pero pasan los gobiernos, los frigoríficos, la gente buena, la gente mala, pasan los sindicalistas, acá estoy yo. No me cuides el culo. Cuidá el tuyo. Porque si va a salir sangre, va a salir de ese ojete. No del mío”, amenaza Verón, en tono desafiante, al dueño del frigorífico parado por los trabajadores ante una ola de despidos, en el que fue el primer capítulo de El Tigre Verón (miércoles a las 22.45), la serie que debutó en El Trece. Una ficción que equipara a trazo grueso al sindicalismo con la mafia, y que se estrenó en coincidencia con el comienzo de la campaña electoral.

Ninguna ficción es ingenua ni puede escindirse de su tiempo. Hay un contexto en el que se la produce, que la contiene y del que surgen lecturas posibles de los espectadores. Todo productor/programador elige qué temática contar, cómo hacerlo y cuándo programarla para que sea vista por el público. En el episodio de presentación, El Tigre Verón responde a esos tres interrogantes con claridad: la producción de Pol-Ka, Cablevisión y Turner aborda a un sindicalista feo, sucio, violento y autoritario, lo hace sin mostrar los matices del mundo sindical sino iluminando únicamente sus zonas más oscuras, y se estrena en un año electoral, en plena campaña.

Si bien toda ficción es una sinécdoque de un universo, El Tigre Verón es definitivamente una de explícito posicionamiento antisindical. En su capítulo estreno, no hubo matices ni grises sobre el mundo sindical, ligado inequívocamente a la defensa sin escrúpulos de los intereses de sus dirigentes. Hubo una decisión artística y política explicitada en lo que mostró. Como toda ficción, construye un sentido. No hay ingenuidad. Ni mucho menos azar en que la ficción se estrene justo ahora: desde la recuperación democrática, el calendario electoral es de las pocas cosas institucionalizadas que no sufre variantes. Que la reforma laboral sea eje de la campaña electoral actual, y que la ficción muestre a un sindicalista non sancto, tampoco pareciera ser obra de la casualidad.

En ese contexto, El Tigre Verón pone el foco en Miguel (Julio Chávez), un sindicalista entrado en edad que cumple con todos los estereotipos: lleva siempre una estricta campera de cuero, es amante del boxeo, y se mueve con chofer, guardaespaldas y en auto importado. Desde hace años secretario general de la UTCA, gremio en el que “ubicó” a casi toda su familia, Verón va por un nuevo mandato, en unas elecciones en las que un grupo disidente quiere desafiar su poder. Obviamente, el hombre no lo va a permitir y pone en práctica lo que mejor sabe: mandar a sus muchachos a espiar y a tratar de “encarrilar” a los díscolos. Y no justamente mediante la palabra.

Es que Verón, en el guión de German Maggiori y Marcos Osorio Vidal, solo entiende el mundo desde la imposición de su voluntad, a la fuerza, cuantas veces sea necesaria. Él es su propia ley y así va por la vida. En el debut, el sindicalista no sólo amenazó al empresario que echó a 53 empleados, también le advirtió –con el índice en alto, claro- al director del policlínico en el que está internada su madre que no se olvide que no es una paciente cualquiera. Incluso, en medio del dolor por su muerte, Verón no se olvida del enfermero que la cuidaba al momento de sufrir el accidente: lo investiga y luego hace que su grupo de choque le de su “merecido”. El raid de amenazas del primer capítulo no discriminó y hasta alcanzó a Fabito, su propio hijo: “no te me pongas en contra porque te aplasto, te juro que te aplasto”, le espetó. El sindicalista es tan matón que no respeta ni a su propia sangre. Que no queden dudas sobre su crueldad.

La concepción antisindical no solo se expresa en la falta de matices de ese mundo, o en la brutalidad de acción de Verón y sus muchachos. El enfoque que asume la ficción, que ya se puede ver completa en Cablevisión Flow, también refuerza su monocorde sentido: el peso principal de la trama del primer capítulo no recayó en la defensa de los derechos de los trabajadores por parte del sindicalista. El eje descansó fundamentalmente en los problemas personales de Verón, en las internas gremiales y, fundamentalmente, en los inconvenientes que tiene con la Justicia. No es un aspecto menor que en la trama el contrapeso del sindicalista no sea un empresario, algo lógico por la actividad que ejerce y por la puja redistributiva que implica. El contrapunto de Verón es la Justicia, representada en la fiscal Raimundi (Muriel Santa Ana). Que se haya elegido esa perspectiva dramática y no otra también es una elección que se expone con claridad. Y probablemente con poca inocencia.

En el episodio de presentación, el accionar mafioso del sindicalista para conservar su poder se cruzó con los problemas familiares: un hijo homosexual que lo rechaza; una ex esposa (Alejandra Flechner) despechada porque -obviamente- Verón la dejó por una empresaria mucho más joven; un hermano preso que esconde un pasado oculto; y una hija (Sofía Gala) a la que la fiscal Raimundi mete en presión por la compra de mercadería robada para el sindicato. Otro subrayado innecesario (¿o, acaso, necesario?) aquí: la hija se llama Justina “Eva” Verón. Además, claro, el Tigre tiene en su despacho un busto del general. Aún reconociendo el histórico vínculo entre el sindicalismo y el peronismo, ¿no hubiera sido mejor evitar asociar explícitamente al sindicalista corrupto con un partido político? ¿Suma a la trama o la historia se podría haber desarrollado sin esa referencia política partidaria en medio de un año electoral?

Lo mejor del primer episodio de El Tigre Verón, por el contrario, fue en los momentos en los que la trama se apoyó en los vínculos humanos. La escena en la que el Tigre es testigo de la muerte de su madre demostró la enorme capacidad de Chávez para componer un momento de fragilidad en la vida de ese hombre impune e inescrupuloso. La impotencia y la brutalidad de Verón se hicieron carne en la gestualidad desarmada y en el llanto, pero con la guardia en alta propia de un boxeador, con la que el actor transmitió ese momento íntimo. Sin embargo, ni las buenas actuaciones logran proteger a una serie que parece más pensada para construir ideas, instalar estereotipos, que para evitar ser parte de la campaña electoral argentina. El antecedente de que la misma productora y el mismo canal hayan emitido el unitario político El puntero en 2011, otro año de presidenciales, parece corroborar la idea de que la campaña se juega en todos los ámbitos.