Entre el imaginario popular y el análisis de los expertos suele sobrevolar una máxima tan intangible como relevante: en el tenis profesional lo más importante es la cabeza. Y no es para menos, porque en la última década muchos jugadores comenzaron a recurrir a la psicología deportiva para conseguir cierta estabilidad emocional. A la par de ese fenómeno en crecimiento caminó Pablo Pécora, el pionero de esta especialidad en Argentina, el hombre que trabajó con Gastón Gaudio en la conquista que lo llevó a tocar el cielo con las manos en Roland Garros 2004. Quince años después de aquella proeza, y luego de acompañar a varios jugadores –Coria, Nalbandian, Acasuso, Mónaco, Horna, Cuevas y Del Potro, entre otros–, hoy integra el equipo de Fabio Fognini, el tercer italiano en llegar al top 10 después de Panatta y Barazzutti.
Como ex tenista, Pécora comenzó su carrera por la curiosidad de saber qué ocurría con su propio desempeño. “Yo llegué a jugar torneos en Europa por dinero y veía la necesidad de entender qué me pasaba a nivel mental, por qué no podía ganar ciertos partidos que dominaba. Y, sobre todo, por qué bajaba tanto mi rendimiento en competencia. Las preguntas las hice sobre mí mismo, ahí empecé a investigar y a estudiar”, explica en diálogo con Líbero.
Capacitado en Estados Unidos con Jim Loehr, quien incorporó la psicología específicamente en el tenis antes de la década del 90 y trabajó con gigantes como Navratilova, Lendl, Agassi, Seles o la propia Gabriela Sabatini –coincidió con su título en el US Open 1990–, Pécora sostiene que los jugadores que llegan a la elite no son diferentes pero poseen características para convivir con la presión.
–¿Qué papel ocupa la psicología en el deporte?
–Se implementa menos que lo que uno quisiera. Yo creo que hay que utilizarla en todos lados pero no desde el fanatismo, sino como una pata más de los equipos de trabajo. Me hubiera gustado como jugador que alguien me dijera cómo responder las mil preguntas que me hacía. No entendía lo que me pasaba y cuando lo entendí ya era tarde, había terminado de estudiar y ya no podía jugar al tenis. No creo que el psicólogo tenga que estar todos los días pero sí que las personas tengan la posibilidad de hablar para resolver un tema y no llevarlo a la cancha.
–¿A qué apuntás para que un tenista pueda convivir con la presión?
–Lo importante es estar en equilibrio el mayor tiempo posible en un partido. El equilibrio significa dos cosas. En primer lugar, que el jugador no caiga en la frustración, que se pueda reponer rápido y con inteligencia. Y, por otro lado, que no se infle cuando atraviesa un buen momento porque en el deporte los buenos momentos son efímeros. Es primordial tener humildad interna.
–Sobre todo porque no ganás hasta el último punto…
–Incluso esos últimos puntos son los de mayor presión para el que está por ganar porque tiene miedo de perder todo lo que logró hasta ahí. La concentración es muy importante en esos últimos puntos, dar el partido por cerrado puede resultar absolutamente contraproducente a nivel mental.
–¿Hay diferencia con los deportes colectivos?
–El deporte individual te obliga a restablecer el equilibrio solo, porque no tenés a nadie que te contenga, que te ayude, que te apoye. Nadie puede solidarizarse con tu causa porque no se puede hablar. Por eso hay que tener fortaleza mental y una gran capacidad para la gestión de las emociones. El fútbol un jugador de selección puede tener un partido regular pero si el equipo se clasificó nadie habla de su rendimiento. Las buenas actuaciones de unos obturan los rendimientos irregulares de otros. Además hay cambios, pueden entrar o salir jugadores y funcionar como ruedas de auxilio. En el tenis queda muy expuesto el mal rendimiento y en deportes grupales, en cambio, se puede esconder.
–¿Cómo fue la experiencia de acompañar a Gaudio en Roland Garros?
–Maravillosa. Empezamos juntos en diciembre de 2003 y Gastón no venía bien. Tuve la suerte de trabajar con Franco Davin, un coach muy abierto con la psicología. Gastón es un chico muy inteligente: no le cuesta decir lo que siente y lo explica bien. Si bien manejaba mal las emociones, las asumía y las blanqueaba. Una charla con Gastón es honesta desde el punto de vista emocional. A partir de esa honestidad, a veces brutal, es más fácil poder ayudarlo. Eso fue lo que ocurrió: empezamos a trabajar todos los días, la pretemporada completa y después por teléfono cuando él estaba en Europa. El proceso era permanente. Es mejor sostener la presencia para resolver lo que no funciona en el momento, antes que llevar una carga y que la bomba explote.
–¿Qué recordás de aquel proceso en París?
–Como yo estaba acá, porque todavía no teníamos presupuesto para que viajara, todos los días le escribía un mail la noche anterior a cada partido. Gastón se levantaba y tenía el hábito de leer sus correos a la mañana, era lo primero que hacía. Fue una rutina que siguió durante años. Incluso cuando yo viajaba también le escribía un mail, cada uno desde su habitación, y él se levantaba y lo leía. Yo quería asegurarme de que primero hiciera la lectura por vía visual porque entra de otra forma, y una vez que él lo procesaba lo hablábamos antes del partido.
–¿Hoy cómo lo ves en el rol de capitán de Copa Davis?
–Gastón es un chico que ve muy bien el tenis desde lo táctico y es muy inteligente. Creo que, como a todo capitán, le va a faltar tiempo de rodaje para posicionarse en su rol. Pero lo veo bien porque puede comprender lo que le pasa a un jugador en el momento y lo puede ayudar a resolver en la cancha. En mi caso tenerlo a Gastón afuera me gustaría por cómo sabe leer el tenis.
–¿Fognini es parecido a Gaudio?
–Sí, de hecho nos buscó a Franco (Davin) y a mí porque su ídolo es Gastón, quería tener el mismo equipo que tenía él. Son parecidos, en ambos casos había que ordenar el talento; Fognini es un jugador volátil pero muy talentoso. El objetivo es darle prioridad al esfuerzo por encima del talento, porque Fognini se nos quedaba mucho tiempo con la manito pero sin correr. Los dos son competidores terribles; de hecho a Fognini, cuando tiene rivales de peso como Nadal, lo ves competir muy bien. Puede perder un partido contra un tipo que está 40° pero cuando juega con un top 10 lo tenés que sacar de la cancha para ganarle. Se alimenta de esos partidos. Ahora casi no pierde más contra tipos de menor nivel. Tiene muy buena lectura pero le faltaba equilibrio, aunque todavía conserva algunos rasgos de su impulsividad.
–¿Cómo trabaja un entrenador como Davin?
–Franco reúne las características de un líder. Entiende al jugador, por supuesto, como la mayoría de los coach buenos que fueron jugadores. La gran diferencia con el resto de los entrenadores es que Franco escucha a todos los integrantes del equipo, y de eso toma muchas cosas. Esto es inusual, porque de alguna manera deja de lado su ego para tomar una decisión con más información. Construye a partir del grupo y eso es algo valioso que nos falta a los argentinos, escucharnos y construir en equipo. Es fácil decirlo pero es difícil hacerlo; y Franco hace lo que todos dicen que quieren hacer.
–Trabajaste con Del Potro después de su operación en la muñeca derecha, en 2010. ¿Cómo lo ves con la recuperación de rodilla?
–Me da pena la cantidad de lesiones que acumula. Pero es un chico que siempre puede volver porque tiene un potencial mental que yo pocas veces vi. Si está motivado y con ganas de jugar, Del Potro no tiene límites, es imparable. Sólo lo pueden parar los primeros tres o cuatro del mundo, pero el otro nivel lo pasa si vuelve motivado. Depende un poco de las ganas que tenga. Pero un Del Potro sin lesiones es un Del Potro top 5 toda la vida, no baja de ahí. Es demasiado bueno.
–¿Qué explicación tiene que Federer, Nadal y Djokovic sigan ahí arriba?
–La cabeza de ellos se mantiene porque el objetivo es jugar por la historia, y no hay un objetivo más grande. Es una locura. Por ejemplo, a nosotros con Fognini, ahora que ganamos un Masters 1000 –Montecarlo–, nos gustaría ganar un Grand Slam. Pero estos tipos tienen 20, 18, y ya juegan por la historia del tenis mundial. Esa es la zanahoria. No es plata, no es prestigio, no es reconocimiento, porque ya son reconocidos, simplemente es ir por la gloria total: ser el número uno de la historia del tenis.