Desde San Pedro Sula

Atraviesan la puerta del aeropuerto solos, o en pequeños grupos. Algunos son recibidos por miembros de la familia, otros regatean con los taxistas para que los lleven a casa. Algunos llevan algunas posesiones, pero muchos tienen solo una bolsa de plástico blanca que contiene documentos endebles. Algunos parecen complacidos de estar de vuelta, otros no.

Nueve meses después de que una caravana de inmigrantes de Honduras llamara la atención sobre la difícil situación de las personas de Centroamérica desesperadas por ingresar a los Estados Unidos, decenas de miles todavía intentan cruzar la frontera por cualquier medio, y decenas de miles están siendo deportadas. Dos veces por semana, dos o tres vuelos que llevan hasta 300 deportados aterrizan en el aeropuerto de San Pedro Sula, donde la carga humana es rápidamente descargada. Muchos dicen que tienen la intención de descansar durante unos meses y luego intentarlo nuevamente.

Para Donald Trump, la lucha para evitar que los inmigrantes indocumentados ingresen a los Estados Unidos se ha convertido en un elemento vital y sostenido de su estrategia de reelección. La separación de las familias, la detención en las instalaciones de menores no acompañados, calificada de "repugnante" por la ONU, y una reescritura de las regulaciones que hace que sea más difícil solicitar asilo, algo que los activistas dicen que obliga a los migrantes a arriesgarse a cruces más peligrosos.

En 2017 Las autoridades de los Estados Unidos deportaron, 22,381 hondureños fueron  por según la información divulgada por los funcionarios de aduanas e inmigración de ese país. En 2018, esa cifra aumentó en alrededor del 30 por ciento a 28.894, el equivalente a 80 personas por día.

Mientras tanto, en Honduras, junto con países como El Salvador y Guatemala, miles siguen sin inmutarse con las tácticas de Trump o con imágenes como la de Oscar Alberto Martínez Ramírez, de 25 años, y su hija de 23 meses, Valeria, fotografiados por un periodista mexicano, boca abajo y muertos en el río Bravo, habiendo sido barridos mientras intentaban cruzar.

En muchos sentidos, Honduras es el punto cero de la oleada de solicitantes de asilo y otros. Hablando a los miembros de las caravanas del año pasado, surgió que la mayoría de ellos eran de este pequeño país con una población de alrededor de 10 millones, algo confirmado posteriormente por un informe de la ONU. The Independent visitó Honduras para conversar serían los migrantes, y aquellos que habían sido deportados, para comprender lo que los impulsaba a arriesgar todo.

"La gente aquí no tiene trabajo para sostenerse por sí misma – para el alquiler, para la comida, - y la gente hizo esto por el futuro de sus hijos", dice Bartolo Fuentes, un ex político y activista que instó a las personas que consideran unirse a varias caravanas a "ir juntas por seguridad, pero que niega organizarlos. “La inseguridad es otra razón. Si intentas abrir un negocio, alguien te extorsiona. El cambio climático es otro factor, como lo es la política ".

Bellia Murillo está esperando en la desaliñada salida del aeropuerto para encontrarse con su hijo, Fernando Martínez. Contra los deseos de su madre, el joven de 18 años se fue a Estados Unidos en diciembre, después de haber decidido que necesitaba ganar más dinero para ayudarla a criar a sus tres hermanas menores. Su padre murió cuando él tenía tres años. "No queremos dejar este país, pero en algunos casos es necesario porque no tenemos oportunidades aquí", explica. Es por eso que debemos ir a otro país. Podía ser Estados Unidos, podría ser España. Podría ser otro. Amamos a nuestro país, pore so no nos queremos ir. No queremos ir a Estados Unidos, sabemos que es muy difícil.”

De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère