Era la mayor gesta de su carrera. Venía de eliminar a Rafael Nadal en las semifinales y acababa de derrumbar a Novak Djokovic, el número uno del mundo, para conquistar su noveno trofeo en Wimbledon: concretó el segundo match point con un approach profundo sobre la línea que forzó el error del serbio, quien ensayó un passing tan cruzado como ancho. Era la primera vez que lograba un Grand Slam después de borrar a sus dos máximos rivales. El cielo era suyo, una vez más.

Aquella proeza, sin embargo, no resultó ser más que un sueño. La realidad fue muy diferente: aquel tiro de aproximación, ni tajante ni esquinado, facilitó la respuesta de su rival para impactar cómodo y desbordarlo. De esa manera se le esfumaba el segundo punto de campeonato, la posibilidad de ganar su título número 21 de Grand Slam.

La trayectoria de Roger Federer, tan brillante como prolongada, también tiene capítulos que provocan añoranza y sugieren que el suizo pudo haber alimentado todavía más sus jugosas vitrinas. La última final de Wimbledon, en efecto, no habrá sido una más en su vida. “Siento que perdí una oportunidad increíble, no lo puedo creer”, disparó después de sucumbir en la definición más larga de la historia del torneo, en la que tuvo dos match points cuando sacaba 8-7 y 40-15 en el quinto set.

Federer ganó 14 puntos más (218-204), lanzó 40 winners más (94-54), conectó 15 aces más (25-10) y logró cuatro quiebres más (7-3), pero el campeón fue Djokovic. Porque el tenis, al cabo, se define por otro tipo de pormenores: el suizo cometió 11 errores no forzados contra cero de su rival en los tres tie breaks. Cayó en la suya, atacó en todo momento, pero falló en los instantes bisagra. Una decepción más en la búsqueda por ampliar su poderío en la pelea por la historia.

Dueño de todos casi todos los records, Federer cumplirá nada menos que 38 años el próximo 8 de agosto. La mayor cantidad de sus logros importantes tuvo lugar antes de la irrupción definitiva de Nadal fuera del polvo de ladrillo, y la posterior aparición de Djokovic. Los números lo esclarecen: ganó 12 de sus 20 trofeos de Grand Slam entre 2003 y 2007, la época en la que marcó una superioridad abrumadora.

Su interminable capacidad de reinvención, sin embargo, aún lo mantiene vivo frente al paso del tiempo y la mentalidad de sus dos grandes contrincantes, aunque su lugar de privilegio en los libros de historia empieza a dejar espacios para el crecimiento de Nadal y Djokovic a medida que se le escapan las oportunidades.

Los veinte Slams no parecen inalcanzables para el español (18) y mucho menos para el serbio (16), quien ganó cuatro de los últimos cinco disputados; tampoco aparentan inaccesibles las 310 semanas totales en la cima del ranking ATP frente a las 260 que suma el hombre de Belgrado, quien no ofreció debilidades en los últimos meses y necesitaría prácticamente un año más en la cúspide para enterrar esa marca. La diferencia, después de tantos años de rivalidad, parece ser mental en los cruces definitorios. Federer sólo ganó tres finales de Grand Slam contra Nadal -perdió seis- y apenas triunfó en una ante Djokovic -cayó en cuatro-, en el US Open 2007, ya demasiado lejos en el tiempo.

El aspecto cerebral también queda de manifiesto en los instantes cruciales. Federer perdió 22 partidos en los que contó al menos con un match point a lo largo de su carrera, una cifra que contrasta de forma elocuente con los ocho de Nadal y los escasos tres de Djokovic. Al igual que en Wimbledon, el suizo dilapidó dos puntos de partido en otros dos duelos de Grand Slam ante el serbio, en 2010 y 2011, en sendas semifinales del US Open.

Con una nueva edición del Abierto de Estados Unidos en el horizonte, y por más que su valor como embajador mundial ya haya trascendido los resultados, Federer tendrá un doble desafío: luchar por el Grand Slam que lleva más tiempo sin ganar -la última vez fue en 2008- y ajustar las clavijas necesarias para que los sueños se materialicen en hazañas y no se conviertan en duras realidades como en la última final de Wimbledon.

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