Han pasado 67 años de su muerte. Se han escrito miles de páginas sobre su corta vida de 33 años. Se han pintado cuadros en los lugares más recónditos de nuestro país y del mundo, se han expuesto obras, joyas que imitaban las suyas, sus ropas. Se han reproducido miles de fotografías donde se la ve bella, elegante, enérgica, sencilla o moribunda. Se han hecho películas, libros y óperas. Se escribieron canciones, se pintaron murales que aún intentan ser censurados. Se prohibió decir su nombre y se secuestró su cadáver por 17 años para que su pueblo la olvidara. Se la difamó como corrupta, como intolerante. Pero el olvido fue una misión imposible porque, como la historia demostró, Eva Perón o esa mujer definitiva en la historia del mundo en el siglo XX, la más polémica, la más amada y odiada en su patria, representó y representa aún hoy la lucha por la justicia social, por los derechos de los trabajadores y de las mujeres, de las minorías excluidas o de las mayorías a quienes una y otra vez se intenta lanzar al mundo de necesidad y la pobreza. 

Junto con María Seoane, publicamos el libro Eva Perón. Esa mujer -tal como se tituló el genial cuento de Rodolfo Walsh- para recordarla al cumplirse 100 años de su nacimiento. Y, ahora, recordamos su muerte torrencial aquel 26 de julio de 1952 cuando “la abanderada de los humildes”, la mujer que más amó y en la que más confiaban los trabajadores, el pueblo y Juan Perón, líder de un movimiento que transformó la Argentina y nos dio un país en el cual, como decía Evita, donde hubiera una necesidad surgiera un derecho social para resolverlo y no la acostumbrada beneficencia de los poderosos. 

Hoy sigue siendo necesario dar la batalla que Eva y Perón dieron para lograr un país con justicia social, soberanía económica e independencia política. Ambos sabían que la columna vertebral, el mástil de esas banderas, era el movimiento obrero organizado. Eva solía decir que el mayor acto de amor de Perón fue pedirle que se encargara de sus obreros, de sus descamisados. Y explicaba así su compromiso con el pueblo: “Nunca pude pensar en la injusticia sin indignarme, y pensar en ella me produce siempre una rara sensación de asfixia, como si no pudiendo remediar el mal que yo veía, me faltase el aire necesario para respirar. Ahora pienso que la gente se acostumbra a la injusticia social en los primeros años de su vida. Hasta los pobres creen que la miseria que padecen es natural y lógica. Se acostumbran a verla como si fuese posible acostumbrarse a un veneno poderoso. Yo no pude acostumbrarme al veneno. Esto es tal vez lo único inexplicable de mi vida”, dijo con sus palabras sencillas en su libro póstumo La razón de mi vida. Sonó casi como una declaración de guerra contra los poderosos enunciada desde la candidez del que sólo tiene para perder la vida, porque lo escribió cuando el cáncer ya se la llevaba. 

Eva fue intrépida. Altanera y valiente. Creó su propio espacio de poder y poco importa si era suyo o prestado. Lo hizo con el aval de Perón, ese hombre que admiró desde el amor más pasional y definitivo. Por primera vez en la historia, el poder de una mujer llegaba tan lejos. Manejó dentro del peronismo las dos ramas más importantes: la femenina y la sindical. Su compromiso y su autenticidad hicieron el resto. Trabajaba diez, doce o dieciséis horas diarias, incluso enferma terminal. Nunca se quejó. Su esfuerzo personal, su entrega a la causa de los trabajadores, le correspondió el tamaño de la lealtad que millones de argentinos le profesaron viva y más tarde, cuando ya no estaba. Porque, ¿qué era el peronismo para Eva? La lealtad a las batallas por mejorar la vida de los desposeídos, de los trabajadores, de los ancianos, de los niños, de las mujeres. Fue implacable en vida con este ideal, y su memoria aún lo interpela.

Porque como en el país previo a la gran revolución peronista que Eva encarnó mejor que nadie, las conquistas de los trabajadores hoy están en peligro. Los sindicatos, los estudiantes y maestros que defienden la escuela pública, las mujeres que defienden su derecho a decidir la maternidad, los ancianos que exigen una jubilación digna, los comerciantes y pequeños industriales que ven desmoronarse el mercado interno por la inflación y un modelo de especulación financiera que atenta contra la producción y el trabajo de los argentinos. Un país en el que se rematan día a día sus recursos naturales y humanos porque se desfinancia la ciencia y se expulsa a sus científicos; un país al que se inmola en el altar del endeudamiento con el FMI y se vulnera el principio de no intervención en asuntos de otros estados, y se lo alinea como una colonia con intereses guerreros ajenos a los nuestros, Eva vuelve como el Ave Fénix, como siempre desde el fondo de la historia para recordarnos que la defensa de los derechos no se abandona. Por eso, a pesar de recordar otro aniversario de su muerte, Eva está más viva que nunca en las batallas por una Argentina más justa, más libre, más soberana. Se hace necesario que bajo su recuerdo potente, recobremos el impulso de hacer un país para todos.