“Un ejército de robots ha invadido el Museo de Ciencia, en Londres, con la misión de enseñar a los humanos sus 500 años de historia”, alerta el periódico británico The Mirror sobre Robots, flamante muestra que estará abierta hasta septiembre. Es un repaso por cinco siglos de autómatas a través de 100 lustrosos ejemplares, comenzando por un monje mecánico del siglo XVI que movía los labios y golpeaba su pecho en contrición, arribando luego a tullidos e inquietantes humanoides japoneses de la última década. “El escritor y científico Arthur C. Clarke una vez dijo que cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia. Bueno, aquí es donde todo empezó”, se jacta el curador Ben Russell, aclarando que la propuesta se focaliza menos en el funcionamiento de las afinadas máquinas, más en el modo en que “reflejan las ambiciones y los deseos de las personas por un mundo que avance”. Anhelo que la exhibición traduce en, por ejemplo, un hombre de hierro miniatura con articulaciones en movimiento; el cisne robótico que cautivó a Mark Twain; un Cristo doliente de antaño que sufre y sangra; un pato mecánico que defeca; RoboThespian, el androide que recita Hamlet en idioma klingon; Pepper, el robot que responde a las emociones humanas; entre tantísimas otras variedades. Tantas que los responsables de la exposición ya la llaman “la más grande colección de humanoides jamás reunida”, mientras periódicos como The Guardian los increpan con el perenne interrogante, largamente explorado por la ciencia ficción: ¿Qué sucedería si los robots toman consciencia, se rebelan y derrocan a sus dueños de carne y hueso? Pregunta ante la cual mister Russell no se muestra en lo más mínimo preocupado: “No me preocuparía demasiado ante a esa posibilidad. Sus baterías, después de todo, se agotan pronto”.