El arte latinoamericano está de luto. El sábado murió en París, ciudad que lo albergó desde los años 60, Carlos Cruz-Diez, figura del arte cinético. Todo el que viajó a Venezuela, país de origen del Maestro, interactuó con una de sus obras más famosas: Cromointerferencia, ambientación de color aditivo, que se despliega por el hall del principal aeropuerto de la nación caribeña, el Simón Bolívar-Maiquetía (ubicado a 14 kilómetros de Caracas). Aunque sus trabajos en Francia, Inglaterra, Panamá y Estados Unidos sostienen la misma intención: la intervención del espacio público a través del color. “Me preguntaba por qué había que rendirle pleitesía a un cuadro. Si hacía una obra compartida, comunicaría más. Y me di cuenta de que el medio para hacerlo era el color, porque es el mundo de lo afectivo”, explicó el artista en su última visita a Buenos Aires, en 2011, invitado por el Malba. “A partir de ahí supe cuál era mi misión. Y esas obras que ven colgadas, no son cuadros: son el soporte de una reflexión porque yo no me inspiro, yo reflexiono”.

La fascinación de Cruz-Diez por el color la tuvo desde muy chico debido a que su padre era dueño de una fábrica de botellas, donde descubrió el reflejo de la luz y el color a causa del impacto del sol en las vidrieras. Mientras estudiaba en la Escuela de Bellas Artes de Caracas, en los años 40, e incluso luego de recibirse como profesor de Artes Aplicadas, el Maestro se abocó a la ilustración, el diseño gráfico y el cómic en medios gráficos y agencias publicitarias. La primera mitad de la década del 50 lo encontró envuelto en las corrientes abstractas, lo que evidenció en los proyectos para murales exteriores con elementos geométricos que presentó en 1954 en el XV Salón Oficial. A partir de ahí, el artista experimentó un punto de inflexión en su carrera, al punto de que, tras varios viajes por Barcelona, Nueva York y París, decidió mudarse a la capital francesa. Allí se convirtió en pionero del cinetismo, movimiento que estuvo en auge entre los años sesenta y setenta, y cuyo protagonismo compartió con Alexander Calder, Yaacov Agam y Julio Le Parc.

Si bien sus compatriotas Jesús Soto y Alejando Otero fueron asimismo iconos del arte cinético, Cruz-Diez fue en su país una suerte de ídolo pop. En siete décadas de trayectoria, el artista caraqueño llevó adelante ocho investigaciones sobre el comportamiento del color, que aportaron al arte una nueva comprensión del fenómeno cromático. Además, demostró que el color, en interacción con el observador, se transforma en una realidad autónoma sin necesidad de soporte. El Maestro, que falleció a los 95 años por causas naturales, fundó talleres de arte en Caracas, París y Panamá, recibió la Legión de Honor (la condecoración más importante que otorga el gobierno francés), creó en la ciudad de Houston la Cruz-Diez Art Foundation, que vela por su legado, y sus obras son exhibidas en museos como el MOMA de Nueva York y el Tate Modern de Londres. “Tu amor, tu alegría, tus enseñanzas y tus colores nos acompañarán por siempre”, expresaron sus familiares mediante un comunicado publicado en la web del Atelier Cruz-Diez.