Sentado en un sillón en el piso alto de un hotel céntrico, Rolando Villazón conversa de música, de literatura, de comida. Habla con voz calma, gesticula como tenor y a cada tema sabe ponerle un toque de humor. Es mediodía. Desde los pisos altos del hotel céntrico donde recibió a Página/12 se divisa un horizonte en el que se elevan más torres que cúpulas. Por los ventanales entra el tibio sol del invierno, mezclado con los ruidos del microcentro, con el que también se filtran las voces indignadas de una protesta más en el Obelisco. Este viernes a las 20 en el Auditorio Nacional del Centro Cultural Kirchner, el tenor mexicano abordará un repertorio de autores iberoamericanos, junto a Daniel Barenboim en piano.

Canciones de Manuel De Falla, Fernando Obradors, Silvestre Revueltas, Carlos Guastavino, Alberto Ginastera, Alberto Nepomuceno y Luis Calvo articularán un programa que Villazón pensó a partir de una profunda necesidad de volver a cantar en castellano. “Cantar en castellano es para mí una forma de retorno necesaria”, asegura el tenor al comenzar la charla. Radicado en Europa desde hace más de dos décadas, Villazón es uno de los cantantes líricos más importantes de la actualidad, además de director de escena y escritor. “Después de haber cantado tanto lied alemán, chanson francesa y canciones antiguas italianas, emprendí una serie de recitales con canciones en castellano, que llevan la poesía, la música, la estética y el acento de nuestra cultura. Poder hacerlo en Buenos Aires y con Barenboim me pone muy feliz”, agrega el cantante y aclara que será la primera vez que cantará este programa ante un auditorio que no necesita traducción. “Bueno, al menos eso espero”, dice y entre carcajadas imita a uno de esos tenores engolados que cantan todo con la “o” abierta. “El reto de una canción pasa por que cada palabra se entienda, que se escuche el sentido que está más allá de las notas”, agrega, ya recompuesto de la risa.

Para Villazón fue un gran desafío encontrar un repertorio latinoamericano que represente la misma visión artística del europeo sin sacrificar su esencia. “Estas son canciones de elaboración culta sobre raíces folklóricas y su interpretación demanda un gran equilibrio: no se puede esconder la raíz, pero tampoco negar su aura artística. Para eso tuve que encontrar la expresión precisa, la posición en la voz, la combinación de dinámicas y de colores. Una interpretación destaque su sabor propio de estas canciones, que es su fuerza artística”, dice el tenor mejicano. Consagrado en teatros de todo el mundo, en roles como Rodolfo en La bohème, Nemorino en L'elisir d'amore, el duque en Rigoletto, Alfredo en La traviata, Don Ottavio en Don Giovanni, Ferrando en Così fan tutte y Lenski en Eugene Onegin, entre tantos otros, Villazón prefiere no incluir arias de ópera en los recitales. “En general elijo cosas compuestas para piano y voz. El recital es un dueto, un ‘mano a mano’ como dice el tango, y en esa intimidad es posible poner en juego una paleta de colores mucho más amplia de lo que la ópera te permite”, explica.

Además del recital junto a Daniel Barenboim que ofrecerá este viernes, Villazón dio el miércoles una charla, “De la ópera a la literatura”, y el sábado a las 11 conversará con el mismo Barenboim en lo que se dio en llamar “El intérprete como recreador de la obra”.

- ¿Dónde empieza para usted el trabajo de la interpretación?

- En la literatura, sin dudas. Mi vida como lector es anterior a mi vida como cantante. Leer es una de las grandes alegrías de la vida y cuido mucho el tiempo que tengo para dedicarle a los libros. La lectura es un ejercicio de la imaginación, una labor creativa.

- ¿Una posibilidad de libertad para las restricciones de un intérprete?

- Algo así. El intérprete tiene bien trazados los límites por dónde moverse. Está el ritmo, la melodía, las palabras; después viene el director de escena y te dice por dónde te vas a mover; y luego llega el director de orquesta que te indica los tempi. Todo eso pasa a través del intérprete, pero viene de afuera. Queda una ranurita, un margen mínimo de libertad creativa que es como un universo. Ese mínimo espacio separa al intérprete que solo repite del que realmente crea. Una obra es un mapa, no una ciudad. Y un artista no es un boy-scout, sino alguien rebelde que toma ese mapa para transformarlo.

- ¿Con qué compositores disfruta más ese margen de libertad?

- Mozart, que por eso se volvió mi mejor amigo. Hace ya muchos años, cuando leí sus cartas, me adentré a su mundo y empecé a cantarlo con verdadera profundidad. Es un duende-diablo maravilloso. Me cautiva el payaso que lleva adentro, pero también la seriedad y la irreverencia. Su música es el triunfo de la luz, no en el sentido dramático de Beethoven, sino en un sentido más ligero, más juguetón si se quiere. Eso no le quita el peso de la angustia, que puede reflejarse, pero nunca de manera biográfica.

- ¿Leer escritores latinoamericanos también le ayuda a mantener su identidad?

- No leo escritores latinoamericanos para reafirmar mi identidad, sino porque son atractivos. Ustedes en Argentina tienen una gran tradición, que se prolonga hasta hoy. La literatura argentina actual, como mucha de la latinoamericana, es excelente. Por eso la leo. Es una búsqueda de lector que me lleva también a leer en Italiano y en francés, un poco menos en alemán. Lo que sí es como un retorno es cuando leo en castellano. Como cuando canto.