La crisis griega desapareció de la tapa de los diarios pero no de la cotidianeidad de los helénicos. Los planes de ajuste auspiciados por la troika (Comisión Europea, Fondo Monetario Internacional, Banco Central Europeo) empeoraron el escenario económico–social. Haciendo un poco de historia, los sucesivos planes de austeridad de los gobiernos conservadores abrieron la puerta al triunfo electoral de una novel formación de izquierda (Syriza) en 2015.  

Los primeros pasos del electo primer ministro griego, Alexis Tsipras, honraron el contrato con los votantes. El nuevo gobierno reincorporó a los empleados públicos despedidos, reabrió la televisión pública, puso en marcha diversos programas sociales (ayuda alimentaria, electricidad gratuita, libre acceso a salud) y resistió los aprietes de las autoridades europeas. En el primer semestre de 2015 los griegos sufrieron presiones de todo tipo. La troika planteaba que la crisis era responsabilidad de sus desmanejos presupuestarios mientras que los diarios financieros alemanes los acusaban de “vagos”. El planteo era muy simple: a los griegos les va mal porque no les gusta trabajar.

Los datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (Ocde) muestran otra cosa. El informe sobre las perspectivas laborales de esa institución revela que los países más prósperos trabajan menos horas que el resto. Por ejemplo, Grecia es el país europeo donde se trabajan más horas al año (2042 horas). Por el contrario, los trabajadores alemanes son los que menos trabajan (1371 horas). 

El desenlace de la historia es conocida: el gobierno de Syriza no aguantó las presiones. El 13 de julio de 2015, Tsipras aceptó las condicionalidades exigidas para acceder al tercer plan de rescate europeo. El Congreso aprobó un drástico plan de austeridad que combinó recortes presupuestarios y “reformas estructurales”. 

La periodista económica Martine Orange relata en Grecia el colapso silenciado de todo un país que “en siete años, el PIB de Grecia se ha reducido en un tercio. El desempleo afecta al 25 por ciento de la población y al 40 por ciento de los jóvenes entre 15 y 25 años. Un tercio de las empresas han desaparecido en cinco años. Los sucesivos recortes impuestos en nombre de la austeridad alcanzan a todas las regiones. No hay ni trenes ni autobuses en zonas enteras del país. Ni tampoco más escuelas. Muchas escuelas secundarias han tenido que cerrar en los rincones más remotos por la falta de fondos. El gasto per cápita en sanidad disminuyó un tercio desde 2009, según la OCDE. Más de 25.000 médicos han sido despedidos. Los hospitales carecen de personal, medicamentos. Una quinta parte de la población vive sin calefacción o teléfono. El 15 por ciento de la población ha caído en la pobreza extrema desde un 2 por ciento en 2009”.

A pesar de eso, las exigencias nunca terminan. Siempre hay que hacer algún esfuercito más para arribar al paraíso prometido. Los representantes de la troika exigieron nuevas medidas de ajuste en la última reunión del Eurogrupo celebrada el 26 de enero de este año. El superávit fiscal primario (1,5 por ciento) alcanzado por el gobierno griego es juzgado como insuficiente. 

Las autoridades europeas plantearon que, para acceder a una nueva ayuda financiera, resulta imprescindible un superávit primario del 3,5 por ciento. La troika sostiene además que ese nivel debe mantenerse al menos veinte años.

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