Ciencia, Tecnología y Política (CTyP) es una revista de la Cátedra Libre “Ciencia, Política y Sociedad: Contribuciones a un Pensamiento Latinoamericano” de la Universidad Nacional de La Plata. De carácter semestral, ya va por el segundo número y, como alguna vez lo hiciera Ciencia Nueva a principios de los 70, promete patear al tablero. Desde su trinchera, sus mentores y máximos responsables, el físico Gabriel Bilmes y el filósofo Santiago Liaudat, persiguen un objetivo preciso: que la ciencia se vuelva política y que la política, de una buena vez por todas, observe con otros ojos los aportes que pueden realizar los científicos. Para ello, desempolvan una tradición epistemológica con raíces latinoamericanas y exhuman, entre otros, el legado del químico Oscar Varsavsky, cuyas ideas revolucionarias aún rebosan de vigencia.

--¿Por qué es necesaria una revista como CTyP? ¿En qué sentido continúan con una tradición latinoamericanista?

Gabriel Bilmes (GB): --Es una revista política que busca transformarse en una caja de resonancia, capaz de generar debates y nuevas ideas respecto de qué hacer con la ciencia y la tecnología en Argentina. En un modelo neoliberal, extractivista y financierista como el que atravesamos hoy en día, la generación de conocimiento autóctono no tiene mucho sentido. Debemos pensar en otro escenario, uno donde el desarrollo económico, la soberanía y la inclusión utilicen las herramientas de la CyT. Tenemos que construir un sistema científico articulado y enmarcado en un proyecto nacional. Como sabemos, no existen políticas de Estado para el sector.

Santiago Liaudat (SL): --El pensamiento latinoamericano tiene plena vigencia, no se trata de un tesoro del pasado. Intentamos recuperar el legado vivo de científicos y tecnólogos que se preocuparon por discutir qué características debía tener la ciencia y la tecnología en nuestro país. Todos los artículos que incluimos no solo son descriptivos o analíticos sino que incorporan propuestas de políticas públicas claras y líneas de acción contundentes.

--El caso de Oscar Varsavsky, a fines de los 60, fue emblemático por su espíritu propositivo.

GB: --Sí, sobre todo, nos enseñó a reflexionar de manera situada, a discutir qué tipo de ciencia y tecnología necesitaba la región más allá de los postulados de universalidad y neutralidad que se tejieron, históricamente, desde los países centrales. Tanto sus aportes como los de Jorge Sabato o Amílcar Herrera siguen siendo fundamentales para poder desmadejar la realidad que nos toca. Nosotros intentamos, asimismo, rescatar sus contribuciones en un sentido militante: la ciencia y la tecnología tienen la función de garantizar el desarrollo del país. Pretendemos hacer algo similar a lo que hacía la revista Ciencia Nueva a comienzos de los 70; que la ciencia vuelva a concebirse como asunto político.

--¿Por qué el legado que dejaron estos científicos politizados de la década de los 60 y 70 no fue tan recuperado como se merece?

SL: --Durante la dictadura, muchos autores debieron exiliarse y sus obras fueron quemadas. Durante los 80 y los 90, el mapa intelectual se reconfiguró y, claramente, se privilegió la mimesis de lo que sucedía en las naciones del norte. Se tendió a copiar sus recetas y a importar de manera acrítica aquellos discursos vinculados al fomento de la innovación, en detrimento de los imaginarios que asociaban a la ciencia y la tecnología con las teorías del desarrollo. El Pensamiento Latinoamericano en Ciencia, Tecnología y Desarrollo (Placted) --donde se enmarcan muchos de los aportes de estos investigadores-- comenzó a recuperarse con el cambio de siglo, precisamente, cuando nuestros países revisaron las tradiciones críticas que habían surgido antes del golpe.

GB: --En la medida en que los gobiernos encaran proyectos que relacionan a la ciencia y la tecnología con el desarrollo industrial y la soberanía emergen, de nuevo, ideas como las de Varsavsky. Son categorías que siempre permanecen latentes porque, aunque fueron desplegadas hace mucho tiempo, todavía rebosan de frescura.

--No es casualidad que Hugo Chávez, en 2005, haya recuperado a Varsavsky para diseñar los puntos claves la ley de Ciencia, Tecnología e Innovación venezolana.

GB: --Incluso, hay una anécdota que cuenta que al ser recluido tras el golpe de 2002,  Chávez leía “Ciencia, Política y Cientificismo”, libro central del científico argentino. Nosotros lo reivindicamos profundamente pero también lo criticamos en la revista. Sobre todo, porque ya fue muy bien criticado antes por otros intelectuales de increíble lucidez como Rolando García. El propio Varsavsky queda preso del cientificismo que acusa cuando propone a la ciencia y la tecnología como solución a todos los males del país. Piensa que nuestros países necesitan una revolución y que ésta debe ser planificada desde el laboratorio. Queda enfrascado.

--García hace hincapié en que los científicos no deben ser los protagonistas de la revolución, porque ese lugar le corresponde al pueblo. ¿Cuál creen que debe ser el rol de los investigadores en la actualidad?

SL: --Las formas de cientificismo pueden detectarse en todos los niveles. La persona que se especializa en sociología del trabajo no propone políticas laborales, de la misma manera que el experto en educación no se preocupa por transformar el sistema. ¿Los científicos no trabajan? Por supuesto que trabajan y mucho, pero creemos necesario que todos sus aportes tengan una vinculación directa con el complejo productivo de la nación.

GB: --La mayoría de los científicos somos ignorantes respecto de otras cosas que no tienen que ver con nuestra especialidad. En general, no somos cultos y eso es parte de la formación que recibimos. Aprendemos una mirada compartimentada de la realidad. No creo que haya que pedir a los científicos un mayor grado de politización, sino un mayor grado de responsabilidad social con sus productos. Desde CTyP estamos abiertamente enfrentados a la idea de que el investigador produce conocimiento y quien lo utiliza es el único responsable. Después de Hiroshima no hay más lugar para las ingenuidades.

--Cualquier científico podría decir que es imposible conocer las aplicaciones que tendrá su conocimiento de antemano…

GB: --Si bien es cierto que no se puede predecir absolutamente todo, también hay que sincerarse y señalar que hay rumbos muy claros. Nadie puede desconocer que la industria tecnológica mundial está fuertemente movilizada por la carrera militar. Todavía se cree, ilusoriamente, que al científico hay que dejarlo solo, que se maneje por su cuenta y la realidad no funciona así porque, sencillamente, muchas veces no saben qué hacer. Es el modelo Houssay que perdura y no corrige sus errores. ¿Por qué la sociedad debería pagar a sus intelectuales y dejar que ellos decidan qué hacer? ¿No es mejor que haya políticas públicas y que sus actividades tengan un sentido superador, que desborde individualidades?

SL: --Todo se relaciona con la estructura dependiente de nuestros países. Producimos ciencia para el mainstream internacional que no responde, naturalmente, a nuestras necesidades. Este fenómeno impregna la cultura científica local respecto de lo que se cree que se hace y lo que efectivamente se hace.

--¿Qué se hace y qué se cree que se hace?

SL: --La práctica cotidiana del científico es producir artículos científicos para revistas internacionales. Así es como se construye un imaginario en que la ciencia y la tecnología contribuyen al progreso de nuestras sociedades cuando en verdad no está tan clara esa explicación. Se advierte una crisis de sentidos, sobre todo, en los jóvenes investigadores que se preguntan este tipo de cosas y no encuentran respuestas. Por eso, debemos recuperar la figura del científico politizado, aquel que se preocupa por lo que hace y por las consecuencias que podría tener su trabajo. Al mismo tiempo, la exigencia es doble: le pedimos a la ciencia que se vuelva política pero también a la política que tenga otra comprensión de la ciencia. En el futuro, no podemos permitirnos un nuevo Barañao.

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