Todavía no habían debutado los carteles amarillos que poblarían la ciudad con el lema “Haciendo Buenos Aires” cuando, en abril de 2008, Mauricio Macri, por entonces jefe de Gobierno porteño, abrió un contracarril sobre Avenida Rivadavia, a la altura de Once para “minimizar los problemas de circulación en la zona” que generaba el cierre al tránsito de Bartolomé Mitre a la altura del boliche Cromañón. El carril no duró más que unas pocas horas: el radio de giro era tan angosto que los colectiveros no podían doblar sin llevarse puesto al resto. Ante la suma de bocinazos y otros “trastornos vehiculares varios”, como dijeron las crónicas de ese día, sumados a los insultos y quejas de los vecinos de la zona, Macri lo clausuró. Eran las once de la mañana; la obra había sido inaugurada al alba. Fue una marcha atrás literal. La primera de muchas.

La anécdota inauguró un clásico en la forma de gobernar del macrismo, considerada por estos días como un valor para los propios y como una falta de planificación o de proyecto según las voces menos duras entre los críticos de la gestión de Cambiemos. Tras haber afirmado esta semana que el acuerdo entre el Estado y Sociedades Macri (Socma) para la condonación de la deuda del Correo Argentino se trató de un “error”, Macri dijo que iba a instruir a Oscar Aguad de “volver a foja cero” lo firmado. Lo mismo dijo respecto de los cambios en la movilidad jubilatoria.

Al hablar frente a la Asamblea Legislativa en su asunción, Macri pidió: “Necesito que nos marquen nuestros errores, porque sabemos que no somos infalibles”. Tras las quejas por el tarifazo, el Gobierno lo dejó sin efecto y el ministro de Energía, Juan José Aranguren, retomó aquel latiguillo: “Estamos aprendiendo sobre la marcha.”

El aprendizaje porteño

La lista de errores enmendados es larga y data de los primeros años de Macri al frente de la tarea ejecutiva. En 2008, desistió de impulsar un polémico impuesto al sello en los consumos con tarjetas de crédito, retrocedió en un acuerdo con Lotería Nacional que fomentaba el juego y resolvió no despedir a una lista de cientos de empleados públicos que durante semanas fueron calificados de “viejos” por sus funcionarios de primera línea. Para la campaña de 2009, la Juventud Radical (hoy macrista) difundió un video que reúne algunas de esas contramarchas, musicalizado con el reggaetón “De reversa mami”, de moda por esa época.

Hay otros dos casos difíciles de olvidar: las designaciones de Abel Posse como ministro de Educación y de Alfredo “Fino” Palacios al frente de la Metropolitana. Posse duró apenas dos semanas en el cargo: los sindicatos no aceptaron que un diplomático de la última dictadura definiera las políticas educativas. El Fino debió presentar su renuncia ante el repudio de familiares del atentado a la AMIA, que recordaban su procesamiento en la causa por encubrimiento, y por las organizaciones populares, que resaltaban su rol en la represión el 19 y 20 de diciembre de 2001.

Primer semestre

En su primera semana en la Rosada, Macri intentó nombrar por decreto a Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz como ministros de la Corte Suprema de Justicia, sin el aval del Senado. Las críticas llovieron desde todos los sectores políticos; un fallo del juez federal de Dolores Alejo Ramos Padilla declaró que el decreto era inconstitucional. El Presidente decidió finalmente someterlo al voto de los senadores.

En enero del año pasado, también por decreto, incrementó en un 168 por ciento los fondos coparticipables para Capital Federal. Los gobernadores peronistas respondieron con una foto conjunta y se opusieron al unísono. Bastó para que el ministro de Interior, Rogelio Frigerio, iniciara las negociaciones que derivaron en un nuevo retroceso del oficialismo. Macri llevaba apenas 50 días en el gobierno.

Segundo y tercer semestre

En septiembre, Macri afirmó en su debut en Naciones Unidas que la premier británica Theresa May había aceptado dialogar sobre la soberanía de Malvinas. May lo desdijo ante los oídos del mundo. El Gobierno aceptó otro “error”.  

Entre noviembre y diciembre, las idas y venidas le generaron otro dolor de cabeza al Gobierno, que convocó a sesiones extraordinarias confiado en que la reforma en el Impuesto a las Ganancias impulsada por el entonces ministro de Hacienda Alfonso Prat-Gay pasaría por un tubo. No fue así. El oficialismo empezó por defender a capa y espada el proyecto original y terminó por conceder la derecha al proyecto que impulsaron el FpV-PJ y el massismo.

Una situación similar se dio con la Emergencia social. La ley que impulsaba el bloque de organizaciones sociales encabezado por la CTEP fue rechazada de plano por diputados y senadores de Cambiemos, que hasta la tildaron de poco responsable y “ridícula” por el costo que implicaba para las arcas del Estado, de 10 mil millones de pesos por año hasta 2019. Tras el acto de las organizaciones frente al Congreso, que tuvo el apoyo de la CGT, el Gobierno terminó por elogiar la iniciativa y los bloques oficialistas votaron una nueva iniciativa.  

En el Conicet, el Gobierno tuvo otra prueba de fuego frente a la protesta social. En vísperas de Navidad, el Ministerio de Ciencia y Tecnología seguía tomado por becarios afectados por el recorte en el número de ingresantes a la carrera de investigador. Contaban con el acompañamiento de buena parte de la comunidad científica y de la opinión pública en general, que reprobaba el ajuste en el área. Otra vez hubo marcha atrás: el ministro Lino Barañao firmó un acta de compromiso para reincorporarlos.

Los primeros días de 2017, otro decreto modificó el calendario de feriados. En la volteada cayeron el 24 de marzo y el 2 de abril, inamovibles por su fuerte sentido reivindicativo y de memoria histórica. Macri había decidido cambiarlos de fecha. Los organismos de derechos humanos y las organizaciones de ex combatientes denunciaron otro episodio de negacionismo. Esta vez, los voceros del Gobierno apelaron a una metáfora tenística para justificar la reversa: “Fue un error no forzado”, dijeron.

Informe: Matias Ferrari.