Este artículo contiene spoilers. Pero quizás la advertencia sea redundante, dando que M Night Shyamalan, director de Sexto sentido (1999), El protegido (2000), La aldea (2004) y El fin de los tiempos (2008) se ha convertido en sinónimo de las vueltas de tuerca. Los abuelos son pacientes escapados de una institución mental. Los árboles son asesinos vengativos. Todo en realidad sucede en los Estados Unidos de hoy. Bruce Willis estuvo muerto todo el tiempo. A lo largo de 25 años de carrera, Shyamalan se convirtió en el rey de los giros de guion. Y esa, sin dudas, fue su perdición.

Todo empezó veinte años atrás, con el estreno de Sexto sentido. Shyamalan tenía solo 28 años cuando escribió y dirigió la película que propulsó su carrera, pero que también la sepultó. Protagonizada por Toni Collette, Bruce Willis (quien hasta ese momento era más conocido como el aguerrido protagonista de Duro de matar) y un Haley Joel Osment de 11 años, el film era una pieza única del terror. El tipo de film que estaba a un chirrido de puerta y una inflexión exasperante de ser apenas un drama familiar más. A tal punto que Collette, quien interpretaba a la madre del niño convencido de que veía gente muerta, no supo que la película era de terror hasta su estreno.

Eso fue lo que hizo tan exitosa a Sexto sentido. Aun sin ese movimiento maestro del final -que Malcolm Crowe, el psicólogo infantil que ayuda a Cole con sus visiones, en realidad está muerto-, la película hubiera sido una obra maestra. Hay tal cuidado puesto en la manera en que se construye la tensión, en la dinámica de las relaciones, en su sutil sentido del temor, que su giro final se siente como un moño de decoración y no como un recurso sin el cual todo el film se viene abajo.

Shyamalan probablemente lo negará, pero el éxito de Sexto Sentido -que recibió críticas muy elogiosas y recaudó 670 millones de dólares sobre un presupuesto de 40- se convirtió en un cáliz envenenado para el director, que pasó los siguientes años tratando de ejecutar el mismo truco... y fallando. Es cierto que El protegido, Señales y La aldea fueron bien recibidas, con vueltas de tuercas que funcionaban, pero la paciencia empezaba a agotarse.

Sobre el desenlace de La aldea, en la que Bryce Dallas-Howard interpreta a una ciega que debe atravesar un bosque aparentemente plagado de monstruos, el renombrado crítico Roger Ebert escribió: “Llamarlo un anti-climax sería un insulto no solo para el climax sino también para los prefijos”. Para cuando se estrenó La dama en el agua, dos años después, Ebert había perdido la paciencia por completo. Las películas de Shyamalan, dijo, eran “juegos de estafa”, y esta en especial estaba “pobremente escrita, dirigida de manera rígida; una historia sin causa que insulta al público”.

La dama en el agua fue el comienzo de la depresión para Shyamalan, no solo en términos de taquilla sino también en su reputación. Con Sexto sentido había obtenido un lugar destacado; muchas de las películas que hizo después de 2004 -La dama en el agua, El fin de los tiempos, El último maestro del aire, Después de la tierra- no eran buenas ni para una vuelta de tuerca. El fin de los tiempos fue especialmente ridiculizada, sobre todo a causa de una escena en la que Mark Wahlberg tiene una tranquila charla con una planta de plástico. Lo que es peor, le abrieron las puertas a todo un malón de films menores ansiosos por hacer dinero del apetito del público por la sorpresa. El nadir de ellos, sin dudas, llegó este mismo año con Obsesión (de Steven Knight, con Matthew McConaughey y Anne Hathaway) una película en la que la pesca del atún se hunde en su propia estupidez.

No es que el talento de Shyamalan esté limitado a las tácticas de shock. El mismo año en que se estrenó Sexto sentido coescribió el guión de Stuart Little, una tonta pero muy dulce película familiar sobre un ratón adoptado; también fue el escritor fantasma detrás de Ella es así, una ingeniosa comedia de escuela secundaria dirigida por Robert Iscove. “No es como un paso de baile”, dijo una vez Shyamalan sobre su reputación para las vueltas de tuerca. “No es el 'Moonwalk' de Michael Jackson. En ese caso sí sería una condena, 'OK, ¿cuándo hace el 'Moonwalk'?'”. Pero eso es exactamente lo que la gente siente cuando ve una de sus películas.

Y Shyamalan debe saberlo, o no habría sido alejado de su planeada adaptación de la novela de Yann Martel La vida de Pi, finalmente dirigida por Ang Lee en 2012. “Amo ese libro, pero tengo dudas porque tiene un final con vuelta de tuerca”, dijo. “Y estaba preocupado de que tan pronto como pusiera mi nombre en él, todos tendrían una experiencia diferente. Si alguien más lo hacía iba a ser mucho más satisfactorio”.

De todos modos, las cosas parecen estar mejorando para él. Con Los huéspedes (2015) y Fragmentado (2016), Shyamalan ha empezado a volver a lo que supo manejar tan bien en Sexto sentido: crear un arte que funciona más allá de si tiene un final sorprendente o no. Es tranquilizador: a esta altura podía esperarse que Shyamalan intentara llamar la atención metiendo la cabeza en la boca de un león. De un león que ni siquiera está vivo.

 

*De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.