Amy y Molly son mejores amigas del secundario, de esas que hacen todo juntas: ir al colegio, estudiar, quedarse a dormir y contarse secretos, planear el futuro. Y menos mal, porque al parecer nadie más se las banca. Pero la noche antes de graduarse se dan cuenta de que por nerds y obsesivas se perdieron diversión, y deciden recuperar el tiempo perdido yendo a la mejor fiesta de fin del colegio. La primera película de Olivia Wilde como directora es una comedia sobre amistad entre chicas que funciona como una reversión de Superbad: allá los chicos eran losers y vírgenes que se pagaban con un montón de alcohol la entrada a una fiesta a la que de otro modo no los hubieran invitado; acá, las chicas (Kaitlyn Dever y Beanie Feldstein) no fueron invitadas a la casa del chico que le gusta a Molly, y se ven arrojadas a una gira por media Los Ángeles en la que pasan por otras fiestas hasta llegar a la soñada, mientras la miran por Instagram. Booksmart le agrega una vuelta de tuerca a ese tipo de personajes nerd que cuando son mujeres, salen mucho mejor paradas que los varones (generalmente esmirriados y de anteojitos, con un aire de debilidad irremediable).

Las chicas estudiosas, como en Easy A y 10 cosas que odio de ti, pueden ser también lindas y copadas pero jamás populares, porque generalmente son feministas. En la película esta situación se ilustra con la llegada de las amigas a su último día de colegio: ellas avanzan con la frente alta y parece que podrían comerse el mundo, pero en el pasillo les revolean cosas y en el aula prácticamente las abuchean. La seguridad pasada de rosca de Amy y Molly es inseparable de su progresismo: todxs son taradxs y superficiales, pero el tiempo demostrará la superioridad del punto de vista de ellas a través del fracaso de lxs otrxs.

Booksmart se encarga de desmontar esta creencia, y en ese sentido se puede leer como parodia de una nueva generación más evolucionada —al menos en su propia perspectiva— que se cree intelectualmente superior y tiene poca empatía y capacidad de observación hacia el mundo que la rodea. En esa contradicción entre progresismo y ceguera hay algo interesante, porque hay un punto en que Amy y Molly son realmente estrechas (y porque es un aspecto poco explorado que aparece de modo brillante en comedias como No se metan con mis hijas). Al mismo tiempo es hija de su época y cumple uno por uno con todos los requisitos de aggiornamiento de la comedia: las protagonistas son una chica gorda y una lesbiana que salió del closet hace años, ninguna tiene experiencia sexual, no porque no quieran sino por torpeza y cortedad, y se masturban con entusiasmo. Hasta acá Booksmart podría ser una excelente noticia, la de la transformación de la mejor comedia a tono con los tiempos que corren. Pero lo cierto es que, hilando fino, ese cambio de chicas por chicos es todo lo que tiene para ofrecer en relación a películas geniales sobre amistad adolescente y crecimiento como Superbad, de Greg Mottola. Porque el “problema” de las chicas finalmente no es tal: se supone que Amy y Molly no saben funcionar en sociedad, pero cuando finalmente salen, el único obstáculo es no saber la dirección de una fiesta, aparte de las decepciones amorosas propias de ésa y cualquier otra edad. El supuesto conflicto de la película tiene cortísimo alcance, y mientras tanto se nos arrastra por otras fiestas a cual más inverosímiles que solo tienen para ofrecer un rebusque ingenioso. El mundo adolescente sobre el que se construye la película es pobre, tiene pocos matices, lxs adultxs cuando aparecen solo tratan desesperadamente de ser graciosos sin lograrlo (Jason Sudeikis y Lisa Kudrow, ¿a quién le importan?) y termina flotando la idea de que los conflictos entre adolescentes son solo producto del desencuentro, pero que si chicos y chicas se miran un poco más de cerca podrán ver que a todxs les pasa lo mismo, ya seas millonarix, gordx o lesbiana.