La noticia cayó en las redes el 7 de agosto pasado por la noche: “David Berman de los Silver Jews fallece a los 52 años de edad”. Algunos expresaron su sorpresa y pesar dando por sentado que el poeta y cantautor, autor de una obra quebrada y brillante, el arte lúcido y sin melodramas de un roto para los rotos, se había quitado la vida. Otros pavonearon su cinismo de teclado con frases iluminadas del tipo “Literalmente: nadie lo conocía”. Berman se habría reído a carcajadas. Al fin y al cabo, él mismo había elegido desde joven no hacer mucho de lo que hay que hacer para ser más conocido: como Bartleby, el célebre personaje de un cuento de su admirado Melville, simplemente prefirió no hacerlo.

Al día siguiente de la noticia la policía de Nueva York confirmó el suicidio y enseguida llegaron los obituarios junto a las muestras de respeto y admiración de sus pares. La revista Vanity Fair lo llamó “el poeta de la pérdida y la belleza de estar perdido” y el cantautor Bill Callahan escribió: “El mundo es y será siempre una letra de David Berman”. Lo cierto es que la noticia resultó desconcertante. Si bien se trataba de alguien con adicciones pesadas y depresión crónica que ya había tenido un intento de suicidio y se había pasado los últimos diez años encerrado en su casa –tiempo en el que fallecieron su madre y dos amigos y se separó de su compañera de toda la vida–, Berman había resurgido de esos días de oscuridad con un disco fantástico, quizás el mejor de una obra en la que buscó cruzar con humor y lucidez la inabarcable metafísica y las complejidades políticas presentes en un día cualquiera. Incluso había anunciado una gira de veintitrés conciertos, algo que podría sonar a poco pero que seguramente sería una montaña para él, que comenzó con la música a los dieciocho pero dio sus primeros shows recién veinte años más tarde, cien recitales a lo largo de cuatro años que terminaron siendo los únicos que dio en su vida: “Hay algo adictivo para el ego en esto de tocar en vivo ante tanta gente que te celebra, y tengo un mal historial con las adicciones”, contó por entonces a la hora de explicar por qué no seguía tocando, mientras que en otra entrevista afirmó: “Me gusta sacar un disco sin tener que decirle a la gente que lo compre ni después pedirles que compren también una remera, un ticket para un show y el video con la grabación de ese show. Hay algo entre todo eso donde se pierde la dignidad de lo que hiciste”.

En mayo de este año, con más deudas que dinero encima, se había mudado a un departamento en el edificio de su discográfica, Drag City, y desde allí volvió a dar entrevistas, una serie de charlas telefónicas y en persona en las que se mostró siempre fiel a su franqueza con toques certeros de humor negro, al punto de que en una de ellas agradeció a su interlocutor porque de no estar allí habría estado en la calle buscando heroína para darse una sobredosis. Famosamente esquivo al punto de no hacer nada para promocionar sus discos, durante mucho tiempo Berman no dio entrevistas, y cuando lo hacía muchas veces solo enviaba respuestas por mail. Así lo contó al comienzo de la entrevista que le dio a Radar, realizada el pasado martes 23 de julio: “Cuando me veo obligado a responder en el momento siento como si las ideas se secaran, no logro hacerme entender y termina saliendo cualquier cosa. Sin ir más lejos, en una entrevista de hace poco supuestamente dije ‘No creo haber escuchado a diez personas en mi vida que me hayan dicho que mi música significaba algo para ellos’. No sé cómo fue que se jodió eso, pero suena mucho más penoso y menos realista que cualquier modo en que quisiera mostrarme. Pero bueno, con el volumen de información que circula ahora ya no importa cuánto pueda arruinarla, así que me relajé bastante: puedo arruinar todo lo que quiera que voy a sentirme afortunado si alguien lee algunas de mis entrevistas antes de pasar a otra cosa y olvidarla a los cinco segundos”. Muy lejos de arruinar nada, la charla lo mostró como todos lo describen: lúcido, por demás amable y con una carcajada fresca bien dispuesta entre frase y frase. Y con su nuevo disco con Purple Mountains recién estrenado, la gira en puerta y esa alegría unánime con que fue recibido su regreso, todo alentaba la posibilidad de un nuevo comienzo. Unas semanas después, implacable en su certeza de letras negras, cayó la noticia.

MANDEN LAS NUBES

Una breve cronología de sucesos en la vida de David Berman resulta un increíble recorrido por trabajos en morgues y museos, intentos de suicidio en hoteles de lujo, canciones grabadas en contestadores automáticos, series de televisión, crack, heroína, poesía, cómics y la historia reciente de las políticas republicanas más agresivas de su país. Y sosteniendo esa existencia de película está su obra, arte y vida conjugados en una mirada que podía pasar de la resignación existencial a momentos repentinos de belleza hipnótica, esperanzadora (“Voy a brillar en el silencio salvaje/ y rechazar el pecado de entregarse/ Voy a brillar en la amabilidad salvaje/ y hacer que el mundo cumpla con su palabra”, escribía en la canción “The Wild Kindness”, de Silver Jews), todo con un reconfortante toque de humor en momentos quebrados, instantáneas como fotografías que resplandecen en su pesar: “Cuando trato de ahogar mis pensamientos en gin/ descubro que mis peores ideas saben nadar”, cantaba en “That’s Just the Way That I Feel”, del disco de Purple Mountains.

Su música oscilaba entre melodías sencillas que podían tomar tanto del folk como del lo-fi, un fluir acústico y eléctrico que con el tiempo fue acercándose a un country cristalino siempre con gusto por los arreglos fuera de género, mientras que en su imaginario narrativo había lugar para una mirada personal sobre la religión (“Hay tiempos en que sueño que Jesús/ viene a través de las paredes/ Era un Judío rebelde/ déjenlo pasar”, de “Rebel Jew”) sin descuidar la profunda corrosión ejercida por las políticas económicas sobre el trabajador urbano: ¿Y si levantarnos por la mañana costara 25 centavos? ¿Un dólar, diez dólares?” (“The Country Diary of a Subway Conductor”), “Medias horas en la tierra, ¿cuál es su valor?” , (“Trains Across the Sea”), “Me desmayé en el piso catorce/ la resurrección cardiovascular fue tan erótica/ Dallas, brillás con una luz malvada/ ¿Cómo convertiste un millón de novillos/ en estos edificios espejados?” (“Dallas”). Y siempre rondando su obra estaba la idea del fin, abordada muchas veces con humor (“El último día de tu vida no olvides morir”) y nostalgia anticipada por el presente, algo que ya dejaba en claro en las líneas que abren Starlite Walker (1994), su primer disco con Silver Jews: “Hola, mis amigos/ siéntanse cómodos/ pasen a la cocina, tomen asiento/ ¿No saben que nunca quisiera/ que este momento termine?/ Y entonces termina.


CUADROS ROBADOS

Criado en la belleza clásica entre bosques y ríos de Williamsburg, Virginia, Berman nació en enero de 1967 y a fines de los ochenta comenzó a estudiar literatura en la prestigiosa universidad de su estado, hospedándose en un pequeño departamento que pudo pagar gracias a un trabajo que consiguió en la morgue del hospital de la institución. Allí trabó amistad con sus compañeros de curso Stephen Malkmus y Bob Nastanovich (quienes pocos años después revolucionarían la escena alternativa con su banda Pavement) y James McNew (actual bajista de Yo La Tengo, otro grupo esencial en la misma escena). Juntos formaron un grupo de noise rock, Ectoslavia, cuyas únicas grabaciones quedaron registradas en contestadores automáticos de teléfonos a los que llamaban por azar. “Tenía un look gótico que metía un poco de miedo, con tatuajes y todo eso cuando nadie los tenía, pero a la vez era un tipo muy dulce”, contó alguna vez Malkmus cuando le preguntaron cómo era Berman en su juventud.

Tras terminar sus estudios, Berman, Malkmus y Nastanovich se mudaron juntos a Nueva Jersey y en el pequeño departamento que alquilaron continuaron tocando juntos bajo el nombre Silver Jews. A poco de llegar Berman y Malkmus consiguieron empleo como guardias en un museo de arte moderno: “Era un museo que solo exponía trabajos de artistas norteamericanos del siglo XX”, recordó Berman durante la charla con Radar. “Teníamos walkie-talkies y nos retaban porque los usábamos mucho. Era un buen trabajo, estábamos fumados casi todo el tiempo. A veces nos daban el turno noche, de una a nueve de la mañana, y planeábamos diferentes maneras de robarnos los cuadros. No tenían ningún cable ni nada, éramos las únicas personas en el museo y si lo hacíamos rápido teníamos casi ocho horas antes de que descubrieran que habían desaparecido. Al final no nos robamos nada”.

Para 1994, de la mano de Malkmus, Pavement ya se había instalado como una de las bandas más ácidas y fascinantes de la escena alternativa (su primer disco, Slanted & Enchanted, tomó su nombre de una historieta que Berman había creado y colgado en las paredes del departamento), y con el correr de los años fueron cobrando más y más fama: “Vi de cerca cómo comenzaron a aparecer cada vez más personas crueles alrededor de Stephen”, contó Berman por aquellos días. “Era gente desagradable, pero él me decía que no eran tan malas. ¿¡Cómo podía saberlo!? Solo podés juzgar a alguien por la manera en que se comporta cuando no quiere nada de os, y todos querían algo de él”.

Harto de que las revistas de música nombraran a Silver Jews como un proyecto paralelo de Malkmus, Berman lo echó amablemente de la banda (aunque siempre regresaría para participar en diferentes grabaciones) y continuó grabando con otros colaboradores. Siempre sin tocar sus canciones en vivo –ni siquiera para sus conocidos–, participó de lecturas de poesía o seminarios académicos mientras luchaba contra una depresión resistente a cualquier tratamiento y caía cada vez más profundo en la heroína y el crack. En 1999 se internó en un centro de rehabilitación y al salir publicó un poemario, Actual Air. El libro sorprendió convirtiéndose en el más vendido de poesía ese año en su país y nunca volvió a publicar otro. En el 2000 se casó con Cassie Marrett (quien a su vez pasó a ser bajista y segunda voz de los Silver Jews) y se convirtieron en una de las parejas más amadas de la escena musical independiente estadounidense: adoptaron un perro y se mudaron juntos a Nashville. Pero igual que una sombra desmedida de la que no se podía despegar, sus adicciones y su depresión continuaron persiguiéndolo hasta que ya no pudo soportarlo.

 

EL MEJOR HOTEL DE NASHVILLE

Una mañana de 2003 Berman se tomó trescientas pastillas de Alplax en tandas de diez mientras hacía las tareas de la casa y paseaba al perro. Cuando le hicieron efecto se puso su traje de bodas, escribió una carta de despedida para Cassie, llamó a su dealer para que le llevara algo de crack y cuando llegó le pidió que lo alcanzara en su auto hasta el tugurio donde solía drogarse. Una vez allí comenzó a deambular a los tumbos por el lugar hasta que Cassie lo encontró tras viajar desesperada luego de leer la carta. Subieron a un taxi rumbo al hospital, pero cuando llegaron David se negó a entrar exigiendo a los gritos que no quería que lo salvaran. Cassie le preguntó qué quería hacer: él pidió ir al mejor hotel de Nashville, aquel donde Al Gore se había hospedado durante dos semanas esperando los resultados del infame recuento de votos en Florida que consagró a Bush Jr. en su reelección. “Quiero la habitación donde murió la presidencia”, le dijo al conserje cuando llegó. Un año más tarde, Berman aseguraba a quien quisiera escucharlo que había muerto en aquella habitación y desde entonces había estado viviendo en una ilusión.

Lo cierto es que a partir de entonces encontró un motivo que lo llevó a salir a tocar sus canciones en vivo por primera vez en su vida: “Ese año me metí profundamente en el judaísmo y sentí que tenía una misión, un mensaje profético para dar”, recordó Berman durante la entrevista. “Estaba totalmente capturado por el pensamiento religioso. En los textos del judaísmo hay mucho de justicia social y eso me dio una energía que antes no había tenido. Me sentí fuerte. Sentí que podía tomar un riesgo a los treinta y ocho y cambiar mi vida totalmente para convertirme en un intérprete de escenarios durante tres años. Esos cien shows que di entre los treinta y ocho y los cuarenta y uno fueron los únicos que di en mi vida… Es algo extraño para comenzar a hacer a esa edad, pero me sentí elegido, fue una especie de fiebre religiosa”.

¿Por qué no habías salido a tocar antes?

–No me interesaba. O sea, cuando empecé a meterme en la música me había llamado mucho la atención la tapa del primer disco de REM, Murmur, donde no se pueden ver más que formas, no se sabe muy bien qué es lo que hay ahí. Y no se podían escuchar las letras, no se entendía lo que decía el cantante, ni siquiera se le veía el rostro. Ese tipo de cosas siempre me atraparon, esa zona libre para que mi imaginación aportara algo a lo que sucedía. Además tengo una tendencia a retraerme y guardarme, aunque cuando doy entrevistas soy mucho más abierto de lo que la gente recomienda. Ahora ya no siento que tenga un mensaje profético para dar ni mucho menos, pero quiero volver a tocar. De hecho estoy impaciente con eso, quiero empezar ya. Solo tengo una duda… Jarvis, el chico del grupo Woods que me ayudó con el nuevo disco y está armando la banda, trajo a dos chicas jóvenes muy lindas y talentosas para tocar en vivo con nosotros, pero no sé si es una buena idea… ¿No se supone que debería verme como un vocero de viejos sin chance?

MECÁNICAS DESPIADADAS

En 2009 David publicó The Portable February, un libro de historietas con sátiras de humor absurdo y dibujos sencillos en trazo fino. Pero la sorpresa más grande que tenía preparada para ese año no sería ese libro sino una carta que subió a las redes anunciando el fin de su banda. “Siempre dije que iba a detenerme antes de volverme malo y ahora es el momento. Creo que voy a dedicarme a otra cosa, guionista o periodista de investigación. No puedo seguir robando con esto como todos los carteristas que andan por ahí, no sea cosa que termine escribiendo por accidente otra ‘Shiny Happy People’”, escribió, pero eso no era todo. A continuación subió otra carta: “Ahora que los Jews terminaron puedo contarles mi secreto más grave. Peor que el suicidio, peor que la adicción al crack: mi padre”.

Richard Berman, también conocido como Mr. Evil, es un abogado y lobbista afincado en Washington de estrecha relación con las más altas esferas republicanas, quien a través de diferentes organizaciones financiadas por grandes corporaciones lideró violentas campañas contra candidatos demócratas, sindicatos gremiales, el sistema de salud pública, fundaciones por las leyes antitabaco y grupos contra la obesidad infantil y el maltrato industrial de animales. "El trabajo de mi padre revolucionó las políticas republicanas y las hizo mucho más agresivas. Conviví con eso desde chico, así que todo ese tema me afecta de manera personal: me cuesta mucho separar mi crianza de lo que veo en la televisión", confesó el músico en una reciente entrevista radial. En aquella carta de 2009 había escrito: “Mi padre es un explotador. Un canalla. Un hijo de puta histórico. Hace años demandé que si no cerraba sus compañías terminaría con nuestra relación, pero no solo se negó sino que se ha vuelto peor. Más diabólico. Más poderoso”.

Alertados por la mina de oro que relucía en esa compleja vida que mezclaba la poesía marginal con las mecánicas de la política más despiadada, la gente de HBO se contactó con Berman para ofrecerle escribir el guión de una serie basada en su vida. “Iba a ser una serie acerca de un negocio como el de mi padre y había un personaje que era el hijo, un poeta adicto al crack que cae en rehabilitación y al salir se mete en la empresa de su padre, porque lo había perdido todo. El problema es que el personaje del padre iba a ser como Tony Soprano, o sea, era inevitable que te terminara cayendo bien. Iba a ser el regalo más grande que él pudiera haber visto, iba a poder decir ‘¡Ese soy yo, ese soy yo!’. Así que no pude hacerlo”. La relación de David con su padre en los últimos años estaba lejos de mejorar: “Estamos en el mismo lugar en el que estuvimos en los últimos veinte años. Él dice que tengo un problema personal con él, lo cual no es cierto, el problema es con lo que hace. Pero eso hace que sea más fácil para él decir que estoy loco, que soy un adicto que nunca se recuperó”. Basta leer el soberbio mensaje que su padre dejó en las redes tras el fallecimiento de su hijo para entenderlo: “A pesar de sus problemas, siempre será mi hijo especial. Voy a extrañarlo más de lo que él pudo darse cuenta”.

FRÍO Y OSCURIDAD

A partir de esas cartas comenzaron sus diez años de encierro, una época en la que se recluyó en sí mismo y en la lectura al punto de terminar separándose de su mujer (en la charla nos contó que uno de los libros que mas disfrutó en esos días fue Bartleby y Compañía, de Enrique Vila-Matas, una obra que aborda la vida de escritores que decidieron dejar de escribir, incluso la de algunos que nunca lo hicieron). En los últimos años, cuando comenzó a escribir las canciones que formarían parte de su regreso, David probó primero con la producción de Dan Bejar, de Destroyer, pero no funcionó. Tampoco con Jeff Tweedy de Wilco, hasta que finalmente se contactó por mail con Jarvis Taveniere y Jeremy Earl, de la banda Woods, y ahí todo comenzó a cerrar: “Hicieron un trabajo fantástico, fantástico. Siempre pienso que la mejor manera de conseguir un buen sonido es con un artista que te guste y trabaje en la producción de sus discos pero nunca haya producido a otro. Por eso primero hicimos algo con Dan Bejar. También con Jeff Tweedy: grabé algunos demos en su estudio y él justo estaba ahí y tocó en ellos. Sonaba genial, pero estaba muy ocupado y su idea era ‘Bueno, podemos hacerlo pero en estas condiciones: terminá el demo y me lo mandás y más adelante trabajo con las sobregrabaciones’. Por supuesto no sonaba como la situación ideal. Mi idea era tener algo más de feedback, así que no funcionó”.

Otra que no funcionó fue la de Frank Black…

¡Ja! ¡Esa definitivamente no funcionó!

Todo sucedió en 1994, al final de un show solista del cantante de los Pixies en Nueva York. Berman se acercó a él para dejarle un CD con demos de lo que sería un próximo disco y preguntarle si estaría interesado en producirlo, pero Black, al parecer, no se mostró muy a gusto con tener un invitado inesperado en su camarín. “Empezó a decirle a sus asistentes cosas del tipo ‘¿Qué hace este acá, quién lo dejó pasar?’. Me enojé tanto que le lancé el CD como una estrella ninja, creo que le pegué en el brazo”. El cantante de los Pixies se puso como loco y su manager llamó a un policía que enseguida esposó a Berman, que le gritaba a Frank Black: ‘¿¡Tan cagón vas a ser para hacer que me arresten por esto!?’. “Al final entró en razón y no hicieron ninguna denuncia, pero la historia llegó a las páginas de la revista británica Melody Maker y la titularon ‘Judío provoca a Negro’”, recordó Berman entre risas.

Una vez encaminado el disco junto a los Woods, Berman decidió que su nuevo proyecto se llamaría Purple Mountains, imagen que expropió de una popular arenga patriota estadounidense compuesta a finales del siglo XIX. “Durante estos últimos diez años tuve al menos cien noches en las que sentí que no llegaría a la mañana, y la depresión se hacía peor al no estar haciendo nada. Terminar el disco me ayudó a sentirme mejor”, contó en una de las últimas entrevistas que dio. Las letras muchas veces abordan metáforas sobre la muerte, temas como “All my Happiness is Gone” (“Toda mi felicidad se fue”), “Nights that Won’t Happen” (“Noches que no sucederán”) o “Darkness and Cold”, (“Frío y oscuridad”). De hecho este año había grabado junto a Cassie un video para esa última canción: ella actúa de sí misma mientras él deambula a su alrededor interpretando a un fantasma abatido y desganado que continúa habitando la casa donde vivieron juntos durante más de diez años (allí, de hecho, fue filmado). Incluso en un momento toca el interruptor de la luz, como si cada tanto se viera obligado a cumplir con su rol de fantasma. ¿Fue acaso su última gran broma para ella, algo con que sacarle una sonrisa desde el otro lado jugando con lo que nadie se atrevería? Ya bastante sorprendente resultaba más allá de eso que invitara a su ex para participar de un video en el que ella se maquilla mientras él la observa y canta cosas del tipo “La luz de mi vida va a salir esta noche/ mientras el sol se pone en el oeste/ la luz de mi vida va a salir esta noche/ con alguien que acaba de conocer”. Durante la entrevista le preguntamos por ese video: “Cassie fue parte de los Silver Jews y no podía ignorar el hecho de que nos habíamos separado, y de todos modos era buen material para una canción. Para los dos fue de alguna manera sanador, como esa frase de Andy Warhol: ‘Si tenés un problema sacale una foto. Vas a tener una foto de un problema, algo diferente a solo tener un problema’. Igual al comienzo estaba un poco nervioso, pensaba ‘¡Dios, esto sí que es mezclar arte y vida!’. Me preocupaba qué pensaría la gente, o si estaría haciéndole mal a ella con todo eso. Pero lo hicimos con mucho cariño, y nos hizo bien hacerlo. De todos modos la separación no fue hostil, de hecho ninguno de los dos empezó otra relación y ella sigue siendo mi única familia”.

 

Es difícil saber si su último disco fue planeado como una despedida. Las señales, al fin y al cabo, estuvieron a lo largo de toda su carrera, aunque es cierto que sobre el final se volvieron más intensas. Y aún con todo el dolor que guardan sus letras, Purple Mountains es desde lo musical su disco más accesible (“Me gustan las melodías que pueden tocarse al piano con la nariz”, dijo en un momento de la charla) y probablemente el ideal para sumergirse en su obra. La obra lúcida y reconfortante de un artista que supo plantarse con dignidad y que hizo más llevaderos nuestros días practicando con maestría la cálida alquimia de transformar en belleza su dolor.