La médica psiquiatra Silvia Bentolila, especialista en salud mental en emergencias y desastres, es una de las que más ha estudiado el tema de la “disociación” como mecanismo de defensa de los profesionales de la salud, y el llamado Síndrome de Burnout o de “cabeza quemada” que sufren, apremiados no sólo por las condiciones de trabajo, también por la mala praxis como amenaza constante. 

“Jamás está en nuestra intención como médicos causar un daño, ni acá, ni en el mundo. Lo que más nos enferma suele ser cierto grado de omnipotencia o búsqueda de eficacia, el no aceptar que la medicina tiene sus limitaciones, eso nos expone al desgaste profesional. El estar expuesto permanentemente a situaciones de mala praxis desencadena a nivel mundial la medicina defensiva. Tras muchos años trabajando con equipos de salud, he visto el desgaste que produce en las prácticas, y cómo el sistema se aprovecha de esto”, confirma en diálogo con PáginaI12.

Yendo a ese sistema y al contexto material, puede tomarse el caso de la provincia de Buenos Aires. Allí un médico con menos de cinco años de antigüedad hoy necesita entre tres y cuatro actividades simultáneas (guardias, trabajos de piso) para lograr un ingreso equivalente a dos canastas familiares. La precarización arranca ya en la formación, con las residencias médicas pensadas como “mano de obra barata”, o directamente “trabajo esclavo consentido y legitimado”: “Un R1, un residente de primer año al que se despersonaliza ya con el rótulo, es un pibe o una piba recién recibido que hace unas 12 guardias de 24 horas al mes, que al día siguiente no tiene descanso, y que cobra dos mangos. Eso no es un sistema de capacitación profesional. Es mano de obra esclava”, sintetizan los médicos. La llaman también “colimba terapéutica”. Y admiten que hay cierto mecanismo de internalización logra que ese profesional haga carne, entre las camas calientes de las guardias, que “más sufrís, más médico sos”.