¿Qué es el tenis para mí? Mi primera respuesta, la más simple, la más directa, sería que para mí el tenis es jugar. Me resultaría difícil encarar el tenis si no lo considerara algo que me genera alegría, ganas de divertirme y pasarla bien. Pero, insisto, lo más lindo del tenis es cuando lo vivimos como un juego. Por eso hablamos de "jugar" al tenis. En inglés, en español, en francés, en el idioma que sea, el verbo que usamos es jugar, play, jouer. Aquí, en Key Biscayne, desde donde escribo este libro; en Pehuajó, Argentina, donde nací; o en Shanghai, la ciudad donde sufrí el peor jet lag de la historia, el tenis es, antes que nada, un juego. 

Disfruté del tenis en dos etapas de mi vida. Una es ahora, como coach, pero primero cuando era muy chiquito. Me encantaba ir al club. No sé bien cuál fue mi enganche con este deporte, pero tenía algo claro: quería ganar la copa. Me gustaba mucho jugar al tenis, pero también me encantaba competir. La competencia genera presión, pero esa presión puede considerarse divertida, como un juego. AI igual que en casi todo, depende de los ojos con que Io miramos. 

Sin embargo, hubo un momento en el que no disfruté del tenis. Ser profesional es lo que buscamos todos aquellos que tenemos una gran vocación por este deporte. Pero la presión que se siente dentro de la cancha, con los altibajos naturales de cualquier mortal, podría ser equivalente a la de un Pavarotti que se queda sin voz en la Ópera de París, a la de un buzo que se queda sin aire en el tanque a 65 metros de profundidad, o a la de un padre de familia a quien acaban de despedir de su trabajo y está a punto de tener un hijo. 

Cuando uno es profesional del tenis, siente que está todo el tiempo a punto de perder el trabajo y de tener... trillizos. No hablo de lo económico, sino del nivel de presión. Aunque lo económico también entra en juego. Yo seguía amando al tenis aún padeciéndolo. Entendía que era una carrera a largo plazo, mucho más larga que un partido al mejor de cinco sets. Una maratón, más que una carrera de 100 metros. Una eterna maratón. La teoría estaba clara, pero llevarla a la práctica se hacía cuesta arriba. Jamás quise compartir esta sensación con mi padre. Él tenía una buena posición económica y, si Io hubiera sabido, me habría obligado a colgar la raqueta y a que me sumara a su empresa de televisión por cable. 

Debe ser raro ser padre de un tenista. Empezás a jugar porque se supone que todos los chicos tienen que hacer algún deporte y, de repente, alguien le dice a tu papá que su hijo es un crack, que tiene muchas posibilidades de destacarse, que se olvide de la doble escolaridad... no, mejor que rinda libre, que no juegue al fútbol, así no se lesiona, que se acueste temprano; en fin, si todos los padres suelen tener expectativas con sus hijos, imagínense lo que ocurre cuando entrenadores, sponsors, vecinos y primos lejanos potencian esas expectativas. Vuelvo a disfrutar del tenis ahora siendo coach. Puedo conectar muy bien con las nuevas generaciones. Me motiva empatizar con los más jóvenes, entendiendo lo que sienten y sus deseos, sus miedos, sus frustraciones, sus euforias, sus dudas, sus ganas de comerse la cancha y, al instante, de tirar la toalla. 

En el tenis, a veces, es inevitable pasarla muy mal, en especial cuando uno es profesional. Lo mismo nos ocurre muchas veces en la vida, cuando sentimos que odiamos lo que amamos. Al menos, de a ratos. Cuando uno es profesional resulta difícil relajarse. Aunque estés de vacaciones, dormís con un ojo abierto, siempre en estado de alerta, en guardia y con las antenas paradas. Odiar y amar algo al mismo tiempo podría parecer un sentimiento extraño, contradictorio; sin embargo, recuerdo haber leído un reportaje a un actor que decía que odiaba el teatro, aunque también odiaba la sangre y la llevaba en sus venas. Jamás me planteé abandonar el tenis. En ninguna etapa. Me gusta demasiado. Tanto como leer. Creo que leer me salvó la vida. Y estoy seguro de que soy la persona que soy por el tenis, por lo que viajé y por haber leído. 

Tenía menos de 20 años, estaba en Gstaad, Suiza, leyendo algo de Krishnamurti, y me detuve en una frase que decía algo así como que evadir un problema sólo sirve para intensificarlo. Siempre me hice cargo de lo que me pasaba. Y sé lo que les pasa por dentro a cada uno de los chicos a los que entreno. De alguna manera siento que eso los libera de la presión. “¡Qué mal que la estoy pasando!” se volvió una frase famosa de Gastón Gaudio cuando trabajábamos juntos. Creo que, más que una frase, se transformó en una catarsis que lo liberó, y lo volvió ganador a partir de esa honestidad absoluta que plantea Krishnamurti. Y que tanto nos ayudaría a todos tener. 

Dicen que siempre fui muy curioso. Y algo obsesivo, pero trabajando con Del Potro me volví todavía más obsesivo. Además de que él responde a las consignas como nadie, la actitud de Juan y la certeza de que es un jugador sin techo te llevan a seguir buscando e incorporando aportes todo el tiempo. Creo en los equipos de trabajo. Y como cada jugador es diferente, cada equipo de trabajo también debe serlo, dependiendo de lo que el jugador necesite. Puedo afirmar que las necesidades de Coria son diferentes a las de Dimitrov, las que, a su vez, son diferentes a las de Gaudio, que es diferente a Del Potro, que es diferente a Fognini. Pero hay una necesidad que yo tengo. Y no negocio. Pude profundizar en esto cuando empecé a trabajar con Juan. Es la necesidad del dato. El dato útil, la información más precisa. Conocerlo te cambia todo. 

Ganar el 70% de los puntos con el saque hace que te puedan quebrar sólo uno de cada 10 games en los que sacás. Lo complicado -y "catastrófico"- es que los datos te llevan a entender que si en lugar del 70% ganás el 69% de los puntos con tu saque, tenés altísimas probabilidades de que el rival te quiebre dos de cada 10 games en los que sacás. Y ahí cambia todo. Sumé a mi equipo (y a este libro) a Marcelo Albamonte, un matemático de gran sensibilidad tenística, pero sobre todo un religioso de las estadísticas y los números. Alguien capaz de entender un partido entero sin la necesidad de estar presente, con sólo mirar las planillas, las estadísticas y todos los datos duros. Su precisión me llevó a encarar este momento de mi carrera con herramientas imprescindibles, pero que hay que saber entender, saber buscar y saber pedir. Es curioso, pero todo esto me lleva a disfrutar el tenis todavía más. Me inspira a conocer todavía mejor a mis jugadores (y a sus rivales) y, por sobre todas las cosas, reaviva ese deseo tan claro que tenía cuando era chiquito y empecé a jugar al tenis: ganar la copa.