El artista olavarriense Valentín Demarco está mostrando durante estas semanas, en la galería Isla Flotante, los resultados de una investigación y un aprendizaje que le lleva tiempo. Sigue en el meollo de la orfebrería, el cincelado y las tradiciones del metal decorativo en Argentina. Las pesquisas lo llevaron a entender, ante todo, las facultades de la platería de su zona, de lo que tuvo siempre cerca. Parte y llega a lo que el espectador desencantado con las expresiones típicas del yo normativo y global podría llamar Existencialismo Regional. Toda doctrina del uno mismo incluye las ganas y los vacíos. En este caso el significante final, el objeto protagonista, lo que está más allá de todo, es el mate. Que es también el corazón del goce, por lo menos durante el recorrido.

Es elocuente que no haya nada que leer en esta muestra. No nos recibe la típica hoja A4 con su respectivo texto y la sala es lampiña, ingenua, por qué no señorial. Eso no quiere decir que reine la solemnidad, para nada. Tampoco es una toldería oscura, de tipo diabólica, como las fiestas del bajo Barracas que educaron en parte al artista. Ni siquiera es una muestra cínica que agarra los temas por el lado paródico. Sí está el humor, pero dejando lugar primero al brillo del mineral en la tierra o en la casa. En resumen: los objetos, los adornos, la deformidad en el escenario de la pulcritud y las pieles de los performers filmados, le dan la base material a varias preguntas metafísicas: La mayoría en torno a la vida espectacular y austera del sexo en medio de la batalla perdida sobre el ser nacional.

Demarco se mantiene en la manualidad con la gracia de un artesano feriante. Permanece en la cuchillería simbólica y en la pasta del lacre, que le dan el toque espeso a lo que hace. El lacre es el sostén del metal para el cincelado que produce las maneras florentinas del ornato. A un costado hay unas bandejas de lacre, que traen algo del taller a la exhibición. Son la base para unas decoraciones precisas, casi unos ikebanas de metal y naturaleza. Le sirven para bajar los hilos a la inercia gauchesca de cualquier bonaerense y lo regulan para especificar lo que quiere. Las obras son tranquilas y hacen acordar al fondo de olla del malón y de la orgía; aunque, por otro lado, proponen tomarse con mayor saña el legado de las posiciones normales que heredamos de la funcionalidad de la familia y las costumbres locales. Gira la razón de la llanura en la rotonda del monumento al mate, para preguntarse por lo que no se puede ser, más allá de que se lo quiera.

En su muestra anterior se había propuesto tirar toda la carne al asador, con sus consecuencias ambivalentes, quizá demasiado expansivas, con una diversidad de romería que no alcanzábamos a peinar. Pero había varias puntas ahí para todo esto. La muestra estaba pensando en las multitudes millenials a través de marcas que iban a la tradición nacional y la volvían maniera, corrían a la provincia de Buenos Aires y se expandían por "lo latino" a través de una semiótica popular. En las paredes había dijes a ser vendidos en mantas a la salida de la exposición Rural de Palermo, pañuelos de machote gaucho con olor a Feliciano Centurión, recuerdos de la relación entre el afirmativo Nietzsche y los caballos, perreo, piel aceitosa y reggaetón.

Ahora nos damos cuenta, varios años después, que estilizó la cuota culta de su imaginario y expandió las perversiones de su erotismo. Refinó el conocimiento del material y de la técnica, para desplegar sin estructuras las ocurrencias. Esta vez los objetos son más de una platería en función de tipologías, para diferenciar la tradición barroca de Olavarría de las demás- Es una muestra donde todo está más distinguido: lo rural y lo carnal. Brillan solos y a la par. Demarco pasó del ritmo ingenuo y lascivo de esas fiestas bien de la década que termina, como la Hiedra, al sado y el meterse cosas en el cuerpo, vestido con cueros y tachas, propio de lugares por debajo de la pasta social, más pecaminosos, más de un erotismo del sacrifico. Desde este plano, pero no solamente, se puede pensar una serie para pensar las diferencias y semejanzas con sus contemporáneos Agustina Leal y Mauricio Poblete.

La galería pasó a ser un salón estable sobre los ghettos actuales de la sexualidad cada vez más visibles y sobre la capacidad de volver al hogar un ghetto, con sus mostradores y sus imágenes digitales perfectas. La secta de los metales placenteros a ser usados para lo que se quiere, también es la secta del mate y la bombilla. No hay nada nuevo, podría pensar Demarco, solo rastrear en otra tradición, la dionisíaca, la radical, signos del estar en familia. Los opuestos se tocan. Se puede vivir una vida al borde del aburrimiento y el reviente a la vez. Entonces ahora, pensando en una serie de cuestiones que abrió José María Ramos Mejía, el autor de Las multitudes argentinas, ese estudio fascinado e higienista sobre la vida plebeya de 1900, se pregunta por las bacanales argentinas. La platería según región, las formas del consolador según el orificio, la succión, la piel, el cuero y la puesta en vitrina, a la manera del museo Fernández Blanco, de los placeres a la mano del vecino y del pulpero.

Pasó de pensar los ritmos y las espesuras de las primeras vivencias libertinas de la patria a sondear cómo puede toda una sociedad convertirse en perita del uso de los placeres. Dale que va con la artesanía gaucha, sacra y libertina, para sumar al pensamiento sobre la heráldica nacional el pasatiempo del sexo, la plata, las pijas alegorizadas y la floración en el cuerpo de los signos de “la patria” conteniendo (reprimiendo, formando) la sexualidad. ¿Qué relación hay entre “la hora del mate” y coger entre orfebrerías? ¿Hay una hora argentina de hacer lo que se quiera con las tentaciones? Se exhiben muchos culos y mates lujosos, imberbes, perfectos, calentantes, para ejercer una antropología de la pampa con artefactos irrisorios.

El bendito e institucional Patrimonio Nacional es una forma de llamar a las prácticas de derecha que intentan sostener tradiciones para convertirlas en tradicionalismo, en belleza sin color ni esperanza, en imágenes grises para una colectividad desencantada. En cambio, la discusión patrimonial que propone Valentín Demarco vibra en el calor interno del cuerpo atravesado por los demás. Son piezas de anticuario con usos nuevos para costumbres de siempre. Son las artesanías para lo que se hace en la intimidad: tocarse, tocar, chupar y pensarse. Eso también es un país.

Patrimonio y algo más…, de Valentín Demarco se puede visitar hasta el 9 de septiembre en la galería Isla Flotante, Viamonte 776 2º 4.