En plena dictadura cívico-militar, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) visitó la Argentina para verificar las denuncias de las organizaciones de derechos humanos, los exiliados y los ex detenidos desaparecidos. El resultado fue contundente y fue comunicado al mundo por primera vez por un organismo internacional. A 40 años de aquel septiembre, Caras y Caretas dedica su próximo número a repasar este hito que ayudó a abrir el largo camino de Verdad, Memoria y Justicia. Estará en los kioscos este domingo, como compra opcional con Página/12.

En su editorial, María Seoane evoca la campaña oficial que se sintetizó en el eslogan “Los argentinos somos derechos y humanos”: “El objetivo era neutralizar o revertir las denuncias realizadas por sobrevivientes de los centros clandestinos de concentración, los exiliados y familiares de las víctimas en el exterior, que la dictadura llamó ‘campaña antiargentina’”. Esa campaña intimidatoria, agrega Felipe Pigna, se realizó “con el apoyo incondicional de los medios”.

Desde la nota de tapa, Luciana Bertoia relata: “La Selección juvenil acababa de derrotar a la Unión Soviética en el Mundial Juvenil de Tokio. Videla estaba exultante. Pulgares en alto, había salido al balcón a saludar un par de minutos antes de que llegaran los comisionados. A ellos, la multitud los recibió con una lluvia de papelitos y con banderas que decían ‘Los argentinos somos derechos y humanos’. El tiempo iba a mostrar que las calcomanías y las banderas con esa leyenda habían sido financiadas directamente por el Ministerio del Interior de Albano Harguindeguy, con quien la Comisión iba a sentarse para discutir la lista de desaparecidos y detenidos”.

Un par de años antes, en noviembre de 1976, hubo otra visita: la de Amnistía Internacional. Daniel Gutman cuenta que ese organismo logró describir el modus operandi del terrorismo de Estado, y a raíz de esa denuncia, se pudo armar la primera lista de desaparecidos que se difundió en el mundo.

Los comisionados de la CIDH recorrieron varios lugares sindicados como centros clandestinos. El Casino de Oficiales de la ESMA fue uno de ellos. “La CIDH contaba con unos planos hechos sobre la base del testimonio de Domingo Maggio, detenido desaparecido que había logrado escaparse de la ESMA y que luego fue recapturado. Entonces, la Armada decidió camuflar las huellas que el terror dejaba para desmentir las ‘versiones’ que la señalaban. Los cambios más notorios pueden verse todavía hoy en el recorrido que propone el Museo Sitio de Memoria ESMA”, cuenta Juan Carrá, que también escribe sobre El Silencio, una isla del Arzobispado bonaerense en el Delta donde la Armada escondió a los secuestrados de la ESMA durante la visita de la Comisión.

Pablo Llonto escribe sobre el dispositivo armado por la prensa para sabotear la visita y sobre la utilización del fútbol para desviar la atención de lo que pasaba en el país: “Tal como había sucedido durante el Mundial de 1978, la colmena argentina resultó saturada de un discurso desbocado que sostenía que los argentinos éramos derechos y humanos y que toda denuncia sobre desaparecidos, asesinados, torturados provenía de una conspiración roja internacional”.

Martina Noailles entrevistó a cuatro testimoniantes ante la CIDH: Cristina Muro, que denunció la desaparición de su esposo; Delia Giovanola, que mientras denunciaba el secuestro de su hijo y de su nuera se enteró de que su nieto había nacido en cautiverio; José Schulman, que dio testimonio de su propia desaparición forzada, y Graciela Lois, que además de denunciar la desaparición de su marido, trabajó desde Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas en la presentación institucional de más de mil casos.

Telma Luzzani analiza el papel de la administración Carter, cuya política de derechos humanos fue clave para impulsar medidas que contribuyeron a la denuncia internacional de los crímenes de la dictadura argentina. Marcos Mayer, por su parte, escribe sobre la representación del horror, a través de diversas manifestaciones artísticas y culturales, tras la recuperación democrática. Damián Fresolone reconstruye la historia de la CIDH. Y una serie de notas (de Emilio Crenzel, Viviana Mariño, Werner Pertot y Claudio Mardones) analiza las políticas de derechos humanos de los distintos gobiernos a partir de 1983, en términos de avances, retrocesos y balances.

Ricardo Ragendorfer hace una macabra crónica de un represor que tenía como hobbie la fotografía y que hacía posar a detenidas desaparecidas, en una edición que se completa con entrevistas a Nora Cortiñas (por Gimena Fuertes) y Jorge Taiana (por Virginia Poblet). Así toma forma a un número imprescindible, con las ilustraciones y los diseños artesanales que caracterizan a Caras y Caretas desde su fundación a fines del siglo XIX hasta la modernidad del siglo XXI.