Le faltan cuatro meses como ministro de Seguridad de la provincia, por

eso es difícil pensar que Maximiliano Pullaro cambie la manera de

conducir la estratégica cartera a su cargo. Como lo hizo desde un

principio, eligió esta semana salir para adelante cuando no tuvo

demasiadas respuestas al ser consultado por la marcha de las

investigaciones destinadas a dar con los responsables de la bala

perdida que terminó en la cabeza de Benjamín Biñale, el pibe de 8 años

que milagrosamente se recupera en el hospital Vilela y que fue herido

en la canchita de Pablo VI cuando se disponía a ingresar al partido.

Como en otras oportunidades, Pullaro culpó a los jueces a los que

además, amenazó con "vigilar" desde su banca de diputado provincial

que ocupará desde el próximo 10 de diciembre. En esta ocasión, desde

el Colegio de Magistrados prefirieron ni contestarle, pero sí los

magistrados rumian su bronca off de record con los periodistas que los

llaman para buscar la réplica. "No tiene sentido alimentar un debate

que no conduce a nada y que es lanzado por el ministro con la

intención de no hacerse cargo de las graves cuestiones que suceden en

su ámbito", bramaron.

Télam
La Policía, un talón de Aquiles constante para el gobierno provincial.

La tentación del argumento de la demagogia punitiva creció con el

gobierno de Cambiemos y su ministra Patricia Bullrich que va de

defender a policías que matan sin sentido y fuera de la ley (el caso

Chocobar y el más reciente que le quitó la vida de una patada en el

pecho a un ebrio en plena vía pública); a insultar a quienes le

recriminaron en Uruguay por el caso Maldonado. Imagínense lo que

hubiera pasado en la prensa si se hubiera tratado de la reacción de un

ministro kirchnerista.

Pullaro se entendió rápido con este lenguaje y decidió hacer oídos

sordos a las críticas y recurrir a argumentos que ya suenan gastados.

Si se lo interroga por la corrupción policial responde: "Acá no se

cubre a nadie, el que las hace las paga". Si le preguntan por alguna

estadística -como sucedió a partir del caso de Benjamín que se supo que

son 16 los niños baleados en Rosario desde que comenzó el año- no duda

y dispara: "No escondemos los números, aunque nos perjudiquen". Y

cuando se ve un poco más complicado se descarga contra la Justicia, a

la que tilda de blanda con los delincuentes. Por lo menos evita

decirles "garantistas", hasta ahora por lo menos.

La pregunta es si ese puede ser el tono de la política pública de

seguridad de un gobierno socialista que, además, perdió las elecciones

por ese tema clave mal abordado y con resultados espantosos para la

sociedad de esta provincia. Pullaro habla como un campeón, pero la

verdad marca que no ganó nada por más que haya tenido todos estos años

un presupuesto como nunca tuvo Santa Fe para atacar este flagelo.

Pero se entiende por qué lo eligió el gobernador Miguel Lifschitz y

por qué ahora lo premió poniéndolo en un lugar expectante en la lista

de diputados provinciales que resultó la más votada en los últimos

comicios provinciales. Pullaro tuvo la audacia de postularse para un

cargo en el que es imposible salir bien parado, y eso se lo valoró

Lifschitz a la hora de designarlo. Luego levantó tanto su perfil que

permitió que el gobernador ni siquiera tenga que hablar de temas tan

desagradables como asesinatos, narcotráfico y delitos corrientes. A

tal punto que en las decenas de focus group que hizo el socialismo

para estas elecciones, Lifschitz no aparecía ni tangencialmente

vinculado al grave problema del crimen organizado en Rosario y la

provincia. Sí resultaba mencionado el candidato a gobernador Antonio

Bonfatti, que atravesó la peor de las tormentas en ese sentido durante

su gestión.

La relación con el gobierno nacional también influyó en el perfil del

ministerio. Las cosas no habían empezado bien con la triple fuga de

los hermanos Lanatta que tuvo en vilo al país durante 72 horas

corriendo por los campos santafesinos como si se tratara de una de

esas historias del crimen de los Estados Unidos. Ahí comenzaron las

sospechas que fueron rápidamente superadas cuando el ministerio

santafesino se subordinó totalmente a los dictados de Bullrich, que en

estos años no se privó de venir a Rosario y a la provincia a hacer

anuncios rimbombantes sobre detenciones que, a las pocas horas, tenían

que ser revistas por los jueces y fiscales por la debilidad de las

pruebas.

Ahí es donde se puede ver el oportunismo de Pullaro de culpar a una

Justicia que demostró ser eficaz en el armado de casos muy importantes

-por ejemplo el de las balaceras que la tuvo como víctima de los

ataques- y que dio con pistas que sí pudieron llegar a buen término,

como fue la detención de Esteban Alvarado, un verdadero peso pesado

que estaba fuera del radar de la policía y oculto tras los laureles de

Los Monos a los que resultó muy fácil atribuirle todo lo que pasaba.

Para ese caso los fiscales trabajaron aislando a policías infiltrados

dentro del propio Ministerio de la Acusación y se llegó al arresto del

capo narco sin avisar a los jefes policiales por temor a las

filtraciones. Por eso fue la Tropa de Operaciones Especiales (TOE) la

que intervino. Y se sabe lo que se sabe de este caso porque uno de los

agentes no dudó en tirarse al río para rescatar el telefóno celular

que Alvarado había arrojado al agua.

Los fiscales en Santa Fe trabajan bajo presión no sólo por los casos

en los que intervienen -basta recordar qué fue del destino de los

fiscales que en su momento investigaron al propio Pullaro o los que se

metieron con quienes estafaban gente a través de campos y propiedades

en distintos lugares de la provincia-; sino que además raramente son

defendidos por sus jefes. Ese es otro tema interesante, porque el

fiscal general Jorge Baclini tiene mandato hasta el 2021, pero ha

actuado tan cerca de los designios del Poder Ejecutivo actual que ya

en el entorno de Omar Perotti no tienen confianza en el funcionario

para el futuro.

Con todo, Pullaro le repite a quien quiera oír que deja al próximo

gobierno "una policía mejor". Aunque ya nadie recuerde el nombre de

los jefes ni sepa a ciencia cierta qué porción de la fuerza está de un

 

lado y otro del delito.