Roma, 16 de abril de 1938, XVI

Excelentísimo señor:

Le ruego que reciba y escuche al señor Salvatore Majorana, que ha de conferenciar con usted sobre el desgraciado caso de su hermano, el profesor desaparecido. Al parecer hay nuevos indicios que aconsejan investigar también en los conventos de Nápoles y alrededores, quizá de todo el sur y el centro de Italia. Le encarezco mucho el asunto. El profesor Majorana ha sido en los últimos años una de las grandes eminencias de la ciencia italiana. Si, como esperamos, estamos todavía a tiempo de salvarlo y devolverlo a la vida y a la investigación, no debemos excusar ningún medio.

Reciba cordiales saludos y mis mejores deseos de Felices Pascuas. Suyo,

G. GENTILE

Esta carta, escrita en papel con membrete del “Senado del Reino” y metida en un sobre que decía: Del senador Gentile –URGENTE– Para S.E. Arturo Bocchini, E.M., la recibió E.M., es decir en mano, el jefe de policía Bocchini, el mismo día en que fue escrita. Dos días después, el mencionado Salvatore Majorana se presentó en la jefatura de policía y, al rellenar la solicitud de audiencia, donde decía Objeto de la visita (especificar), especificó: “Tratar sobre importantes indicios en el caso del desaparecido profesor E. Majorana. Carta del senador Giovanni Gentile”.

Bocchini lo recibió, suponemos que de mala gana. Había tenido tiempo para informarse sobre el caso y, por su experiencia en el oficio, debió de imaginar que era lo de siempre: un loco desaparecido y una familia no menos loca. Es sabido que la ciencia, como la poesía, está a un paso de la locura, y ese paso era el que había dado aquel joven profesor, arrojándose al mar o al Vesubio o dándose muerte de una manera más estudiada. Y como ocurre siempre que no aparece el cadáver o sólo aparece tiempo después, por casualidad y ya irreconocible, la familia comete la locura de creer que sigue vivo. Esta locura duraría poco si no fuera por esos otros locos que siempre aparecen y sostienen que han visto al desaparecido, y dan señas de él, que al principio son vagas, pero que la familia, con su ansioso preguntar, convierte en ciertas. En este caso, los Majorana creían que el joven profesor se había retirado a un convento. Tan convencidos estaban, que poco les había costado convencer a Giovanni Gentile, un filósofo al que Bocchini, como jefe de policía, no podía tratar como a un filósofo.

Ya la petición de buscar en conventos de Nápoles y alrededores (en realidad decían “del sur y del centro de Italia”; ¿por qué no también del norte, y de Francia, Austria, Baviera, Croacia?) le habría bastado para mandar el caso al diablo, pero estaba de por medio el senador Gentile. Aun así, de revisar conventos ni hablar: que los familiares del desaparecido se dirigieran al Vaticano o al Papa; suplicar allí daría más resultado que cualquier investigación de la policía o del Estado italiano. Lo único que podía hacer el jefe de policía Bocchini era ordenar otra investigación, más a fondo, a partir de los testimonios e indicios que demostraban, según el señor Salvatore Majorana, que su hermano no se había suicidado.

La entrevista halló trámite y síntesis en la pluma del secretario, una síntesis admirable, como la de todos los comunicados de la policía italiana, en cuanto aquello que parece raro o incoherente en el plano gramatical, sintáctico o lógico es en realidad una forma de aludir, señalar u ordenar. Teniendo esto en cuenta, el documento da la impresión, sin duda certera, de que se le pedía a la Div. Pol. (División Política) de las policías de Nápoles y Palermo que se atuvieran a la hipótesis más probable y menos complicada: la de que el profesor se había suicidado. Es decir, ya sabían entonces cuál iba a ser el resultado de la investigación que pedían.

Objeto: Desaparición (con propósito de suicidio)

del profesor Ettore Majorana.

El señor Salvatore Majorana, hermano de Ettore Majorana, el profesor desaparecido el 26 de marzo del corriente, informa de nuevas circunstancias que la propia familia ha podido verificar. El caso ya se investigó en su momento con la colaboración de la policía de Nápoles, y ni en esta ciudad ni en Palermo se sacó nada en claro. El profesor Majorana embarcó en Nápoles con destino a Palermo con idea de suicidarse (según anuncia en unas cartas). Se creyó que se había quedado en Palermo. Pero esto puede ahora descartarse porque en la empresa de transportes Tirrenia ha aparecido el billete de vuelta y el sujeto mismo fue visto a las cinco en el camarote del barco, durmiendo, durante el viaje de regreso. Además, a principios de abril, parece que también lo vio –y reconoció– en Nápoles, subiendo por Via Santa Lucia, entre el Palacio Real y la Galleria, una enfermera que lo conocía y que vio y adivinó el color del traje. Por estas dos razones, los parientes del profesor Majorana están convencidos de que el profesor regresó a Nápoles, y piden que se examinen de nuevo las fichas de hotel de la ciudad de Nápoles y provincia (la primera i de Majorana se escribe j, por lo que bien pudo pasar inadvertido en la primera investigación), y que la policía de Nápoles, que ya dispone de una fotografía, intensifique la búsqueda. Por ejemplo, podría averiguarse si compró algún arma en Nápoles del 27 de marzo en adelante.

Lo que primero llama la atención es el evidente descuido de advertirnos que “la primera” i se escribe j, pero el despiste podría delatar un lapsus, dar a entender: vean a qué absurdos detalles se aferra esta absurda gente. Más sugestiva resulta la afirmación de que la enfermera “lo vio y adivinó” el color del traje, que implica una aparente contradicción en el testimonio: dice que lo vio, pero debe entenderse que lo adivinó. En todo el comunicado, por lo demás, hay un sobrentendido: sépase que quienes piden esta nueva investigación y aportan las pruebas son los familiares; nosotros seguimos convencidos de que el profesor se suicidó, aunque no se sepa dónde ni cómo... Es decir: así como no se sacó nada en claro de la primera investigación, tampoco se sacará nada en claro de ésta.

En la carátula del documento hay varias notas manuscritas en letra grande y apremiante. La primera, en lápiz violeta, dice: “Urg. trat.”. La segunda, en lápiz verde: “Informar a Div. Pol. que S.E. ordena se intensifique la búsqueda”. Estas dos notas son casi ilegibles; no así la tercera, en lápiz azul, que dice claramente: “Hecho”. Los tres colores reflejan el orden jerárquico: el violeta, por entonces señal de distinción, aunque ya levemente anticuada (usaban tinta violeta Anatole France y los escritores que entre 1881 y 1930 redactaban eso que los catálogos de libros antiguos denominan “llamadas”) era seguramente del mismo Bocchini, considerado persona refinada, liberal y epicúrea; el verde denota el deseo servil y por tanto vulgar del secretario de imitar al superior; y por último el azul remitía a la tinta burocrática del jefe de la “Div. Pol.”. En el reverso del segundo y último folio hay una anotación final a pluma: “23/4. Despachado con el doctor Giorgi, que ha tomado nota y procedido. ARCHIVAR”.

A apenas cinco días de la mencionada entrevista entre el señor Salvatore Majorana y el jefe de policía, esa palabra en mayúsculas daba prácticamente por cerrado el caso. Un comunicado anónimo aparece a continuación en el expediente, con la firma del funcionario que lo visó. Está fechado en Roma, el 6 de agosto de 1938 (así, sin hacer constar el año de la Era Fascista, curiosa y grave omisión si era un documento oficial) y dice: “Volviendo a los movimientos contra intereses italianos, sé que en ciertos ambientes hay quien sospecha que Majorana, hombre de grandísimo valor en el campo de la física y en especial de la radiotransmisión, el único que podría proseguir los trabajos de Marconi en interés de la defensa nacional, ha sido víctima de alguna oscura conspiración para quitarlo de en medio”.

El anónimo informante, evidentemente especializado en oler “movimientos contra intereses italianos”, se anticipaba en algunos años y, como sucede con todos los que se anticipan, nadie debió de hacerle caso. En 1938, sospechas como ésas no eran tomadas en serio ni siquiera por los servicios secretos alemanes, ingleses o franceses. La policía italiana debió de considerar aquello tan absurdo que decidió dar cierre definitivo al caso Majorana. Por otro lado, es cierto que los italianos creían que Marconi había dejado algunos inventos que, a falta de otra cosa (como ya se iba viendo), harían invencible a Italia en la guerra que se temía inminente. En particular se rumoreaba acerca de un “rayo mortal”, invento que se había puesto a prueba fulminando desde Roma una vaca colocada a tal efecto en un descampado de Addis Abeba. Sólo queda constancia de dicho episodio nacional en esa especie de diccionario de lugares comunes del régimen fascista que es la comedia Raffaele de Vitaliano Brancati:

–¡En Etiopía ha muerto una vaca!

–¿Una vaca? ¿En Etiopía? ¿Y qué tiene eso de raro?

–¡Si supieras cómo ha muerto!

–¿Cómo ha muerto?

–Parece ser que Marconi ha probado su rayo mortal, que fulmina sin piedad a cuantos animales y seres humanos se cruzan por su camino.

–¡Estamos salvados, entonces!

No eran sino eso, ilusiones, al estilo de La Domenica del Corriere. Demasiado bien lo sabía Arturo Bocchini.