El directorio del Banco Central empezó a debatir la imposición de controles a la fuga de capitales y la limitación a la compra de dólares, en un rango de 50 mil a 100 mil por mes, el día que un grupo de bancos internacionales le exigió la cancelación de un préstamo por 2600 millones de dólares. Eso sucedió el martes 20 de agosto, hace 11 días, cuando las entidades financieras reclamaron la devolución de los créditos, denominados REPO, por la desvalorización de los títulos públicos que operaban como garantía. Fue una señal de crisis de confianza de algunas de las entidades más cercanas al Gobierno, como el HSBC, Citi, Credite Suisse, Santander y BBVA, que prefirieron asegurarse el reembolso de las divisas en lugar de renovar el financiamiento. La autoridad monetaria aceptó desde ese momento que sería muy difícil esquivar las regulaciones que tanto aborrece Mauricio Macri, a riesgo de exponerse a peligros mayores, como una reestructuración desordenada de la deuda pública y la postergación unilateral de pagos de letras de corto plazo. Sin embargo, el Presidente se resistió en ese momento a lo obvio y siguió con sus desvaríos que están llevando a la Argentina a otra catástrofe histórica. Ahora el país está en default y el Banco Central se ve arrastrado a fijar disposiciones elementales para contener la hemorragia de reservas. Tarde y mal.

Las incongruencias del Gobierno trajeron a escena los fantasmas de los peores momentos de la Argentina. La huida de ahorristas de depósitos en pesos y dólares ya está desatada. Macri no podrá detenerla porque como reconoció el propio delegado del FMI, Alejandro Werner, existe un vacío de poder. El Banco Central no tardará en avanzar con nuevas limitaciones a la salida de divisas y a la compra de dólares por la propia dinámica de la crisis. Es de esperar que sea más efectivo en esa tarea de lo que ha sido el Poder Ejecutivo con otras acciones que antes despreciaba y que también tuvo que adoptar por imposición de la realidad, como la creación de Precios Esenciales, la rebaja del IVA a productos de la canasta básica o el pago de plus salariales por decreto. Otro virtual reconocimiento de que el modelo de Cambiemos era inconsistente desde el primer día provino de sectores de la Mesa de Enlace, que admitieron la necesidad de las retenciones a las exportaciones en medio de la debacle social. Solo falta que el River-Boca de mañana sea el último codificado.

El Gobierno corre la crisis de atrás igual que Fernando de la Rúa y Domingo Cavallo en 2001. Los resultados van en la misma dirección. El Fondo Monetario Internacional es hoy tan responsable como entonces. Lo mismo que la prensa hegemónica que les hizo hinchada. El día siguiente del anuncio del “reperfilamiento” de la deuda, Clarín tituló en tapa que la medida era para “calmar a los mercados”. Les salió tan bien como la suba de 8 por ciento de la Bolsa porteña el viernes anterior a las PASO, porque pensaban que Macri era competitivo. La crisis tomó tal velocidad que las operaciones para generar expectativas se caen cada vez más rápido.

Las explicaciones absurdas del Presidente y la mayoría de los funcionarios y legisladores del oficialismo, que pretenden asociar el incendio en curso a lo sucedido después de las PASO, solo aumenta la desconfianza en el elenco gobernante. Afirmar como hace Macri que todo esto pasa porque Alberto Fernández hizo una declaración inconveniente el fin de semana pasado demuestra por qué el riesgo país superó los 2500 puntos, la tasa de interés está en 85 por ciento y el dólar en 65 pesos.

La corrida cambiaria no empezó después de las PASO. Arrancó en abril del año pasado, cuando la cotización de la divisa subió de 20 a 26 pesos. En ese momento no existía el Frente de Todos y Fernández no figuraba en ningún radar como candidato a presidente. Elisa Carrió pedía tranquilidad y garantizaba que el dólar quedaría en 23 pesos, que era “el valor de equilibrio conforme a inflación”. No estuvo ni cerca. Macri salió corriendo a pedir ayuda al FMI sin preguntar a nadie. Sumergió al país en un programa de ajuste fiscal y monetario que era evidente solo agudizaría la recesión. Pero no se privó de pedir a los argentinos que se enamoraran de Christine Lagarde. La corrida siguió en septiembre, cuando el dólar llegó a 40 pesos. Para entonces ya habían sido eyectados Federico Sturzenegger y Luis Caputo del Banco Central, llevándose consigo las famosas metas de inflación. El ingreso de Guido Sandleris como presidente del BCRA fue en ese momento. Allí se dispuso el plan emisión cero y déficit fiscal cero, junto con una ampliación del crédito del FMI hasta la cifra inédita de 57 mil millones de dólares, la más alta en la historia del organismo. La tasa de interés subió al 60 por ciento, “de manera transitoria”, aseguró Sandleris. Pero la corrida no paró. En mayo de este año el dólar avanzó hasta 46 pesos. Y el lunes 12 de agosto, después de las PASO, el Gobierno lo dejó avanzar hasta los 60 pesos. Ese día Macri culpó al electorado por darle la espalda y habló a las 4 de la tarde, cuando la suerte ya estaba echada. Una semana después, Nicolás Dujovne ya no era ministro de Hacienda.

La corrida que ahora hace evaporar las reservas de manera pavorosa es la misma que empezó en abril del año pasado. El Gobierno nunca la controló. Solo la fue pateando hacia adelante con más deuda y más ajuste. En rigor, así fue todo el gobierno de Macri. Levantó las regulaciones cambiarias heredadas del kirchnerismo y se largó a tomar deuda. Nunca hubo más plan que ese. Era evidente que esa política terminaría en un estallido.

El ministro Hernán Lacunza debería asistir el miércoles a una reunión en el Congreso para explicar el plan de reestructuración de la deuda. ¿A cuánto estará el dólar ese día? ¿Y el riesgo país? El Gobierno dinamitó la confianza hasta de quienes más lo apoyaban. Empresarios y financistas que aplaudían a rabiar ahora se muestran como los más enojados con las políticas que defendían. La oposición debe evitar que Cambiemos produzca otro megacanje como el de De la Rúa y Cavallo. La crisis de 2001 enseñó que dejar hacer más desastres a un gobierno capaz de conducir al país al abismo fue demasiado costoso. Para algo debe servir la experiencia.