En setiembre de 1930, en la región Argentina, el general José Félix Uriburu, acompañado de cadetes del colegio militar, encabezó el golpe cívico militar que derrocó al presidente Hipólito Yrigoyen.

Apenas entronizado el militarote, estableció un bando militar con la pena de muerte.

La policía secuestró en Rosario, durante una redada, militantes anarquistas que luego trasladó a prisión. Entre los activistas estaba Joaquín Penina, un joven de origen catalán que además de sus tareas como obrero mosaiquista se dedicaba a la difusión de propaganda ácrata, libros y folletos de Bakunin, Kropotkin y Malatesta, portadores de ideas revolucionarias de transformación social.

Penina era miembro de la Federación Obrera Local, adherida a la FORA del V Congreso de tendencia anarcomunista y, como tal, se oponía al despotismo cívico o militar. Frente a sus verdugos no negó haber sido el autor de un panfleto llamando a la desobediencia y la rebelión contra los tiranos.

En las penumbras de la madrugada, lo llevaron hasta las barrancas del arroyo Saladillo y lo fusilaron. Aun permanece desaparecido.

Murió con dignidad desafiando a los esbirros artillados como un hombre libertario al grito de: ¡Viva la Anarquía!

Evocamos la figura de Joaquín Penina porque las hijas y los hijos del pueblo no olvidamos las ignominias ni a quienes lucharon contra la explotación y las injusticias perpetradas por el Estado y el capital.

Carlos A. Solero