Reflexionar acerca de la ciencia y la tecnología y su relación con la sociedad implica, necesariamente, debatir acerca de los modelos de desarrollo. ¿Por qué? Porque el progreso del sector no siempre redunda en progreso social. En un marco signado por la presencia de gobiernos neoliberales en la región, ¿cómo es posible organizar la producción de conocimiento y soberanía? ¿De qué se trata el “impacto social”? ¿Para qué y para quién investigan los investigadores argentinos? ¿Deben tener compromiso social y encolumnarse en proyectos nacionales o gozar de total autonomía para escoger sus temas? ¿Cuán fundamental es el intervencionismo estatal? Desde aquí, nadie mejor que Diego Hurtado --profesor de Historia de la ciencia y tecnología en la Universidad Nacional de San Martín-- para repensar estos viejos interrogantes que hoy reflotan en un penoso contexto de ajuste y retroceso.

--¿A qué se refiere el concepto de “ciencia con impacto social”? Desmadejemos el eslogan.

--El sector CyT está regulado por prácticas institucionalizadas (desarrolladas en dependencias específicas como Conicet, INTA, INTI, universidades), así como también por organismos regulatorios. Hemos comprobado que si la ciencia y la tecnología son bien utilizadas y reguladas constituyen motores de desarrollo económico y social. No pueden ser dejadas en manos de empresas, ya que la percepción de los grupos sociales es fundamental y en muchos casos no es tenida en cuenta.

--¿En qué sentido?

--Utilicemos un ejemplo ficticio. Supongamos que la población aledaña a Atucha I le tuviera temor a la central nuclear, por sus hipotéticos efectos sobre la salud y el medioambiente. Enseguida saldría un experto a señalar que el miedo de las personas es irracional porque no está justificado con parámetros científicos. Lo que muchas veces no se comprende desde la academia es que si el miedo es real no es irracional. Como resultado, debe generarse un diálogo entre los saberes comunitarios y los expertos. Este esquema podría aplicarse en cada ámbito de nuestras vidas; ya sea salud, vivienda, energía, defensa o industria. El problema más importante es organizar la producción de conocimiento y coordinarla de acuerdo a las necesidades socioeconómicas de nuestra sociedad. Detrás del conflicto de la organización social subyace la robustez o la fragilidad de las instituciones. Alemania, Estados Unidos y Japón han resuelto esta trama, mientras que los países periféricos aún no lo hemos logrado.

--Cuando señala “esta trama”, ¿se refiere a conseguir que la ciencia esté unida al engranaje productivo de la nación?

--Exacto. No son los individuos los que aprenden CyT sino las sociedades que lo hacen a través de sus instituciones. Por eso, cuando en los últimos años los gobiernos neoliberales se instalaron en la región, se quebraron los procesos de acumulación y el aprovechamiento social del conocimiento. El Arsat-3 no fue creado por un individuo, por el contrario, es el resultado de la acción de un conglomerado de empresas e instituciones públicas articuladas. Esta es la razón por la que resulta tan difícil explicar el impacto social, porque en verdad se produce a partir de redes de articulación entre instituciones y empresas, y no a partir de los científicos actuando de manera individual.

--Lo que se conecta con la falacia de los “científicos emprendedores”…

-Barañao suele comentar: “Cada nuevo doctor debe ser capaz de poner una empresa”. En verdad, nuestros científicos son capaces de producir tecnologías de primer nivel, pero si las PyMEs no tienen la capacidad de absorción necesaria no tiene mucho sentido que financiemos ciencia y tecnología. Se requiere de políticas públicas y un fuerte intervencionismo estatal que orienten el escalamiento tecnológico, a partir del trabajo de técnicos, informáticos, científicos, universidades con anclaje territorial y pequeñas y medianas empresas. Solo de esta manera se generan procesos virtuosos que redundan en beneficios sociales. Las políticas en abstracto y la buena voluntad de los investigadores por separado no son suficientes.

--En sus trabajos hace hincapié en la importancia de “articular”, ¿por qué?

--Porque supone la generación de redes organizacionales. Barañao nunca podrá ser el mismo ministro que era durante el gobierno anterior por una sencilla razón: antes había una gestión que intentaba coordinar sus capacidades productivas en torno de la ciencia y la tecnología. Hoy tenemos una administración neoliberal que carga las responsabilidades sobre los investigadores que deben emprender y eso opera como excusa para dejar de comprometerse. Se pretende borrar la política del campo de la ciencia.

--La política satelital funciona como un buen ejemplo para comprender lo que ocurre desde fines de 2015 en transferencia e impacto social.

--Teníamos una ley de promoción satelital (n° 27.208/15) que se proponía dar un salto cualitativo y pasamos a paralizar Arsat-3. Con este caso podemos comprender cómo la ciencia y la tecnología son procesos sociales y colectivos, en tanto y en cuanto la sociedad, representada a partir de sus legisladores, proyecta a largo plazo. Una población que se proponía planificar su futuro y reflexionaba acerca de cuál sería el impacto esperado en un escenario tan estratégico como el de las telecomunicaciones. Lo que sucede es que para articular es necesario una mirada prospectiva; es lo que Estados Unidos hacía con sus políticas aeroespaciales durante la Guerra Fría. El objetivo de “conquistar el espacio” servía como metaordenador, ya que traccionaba otros desarrollos que venían detrás y luego trasladaba los beneficios a la sociedad civil.

--¿Se necesita del compromiso social de los científicos?

--Cuanto mayor es el nivel de institucionalización menor compromiso se requiere. Ahora bien, en un país en desarrollo que detenta una altísima inestabilidad política y económica, además de una marcada fragilidad institucional y deficiencias regulatorias, necesitamos que la comunidad científica se constituya en un actor político relevante, con mucha conciencia y compromiso respecto de sus quehaceres y su impacto social.

--Lo preguntaba porque siempre está latente el asunto de la autonomía para escoger las temáticas en las que se especializan.

--Es una vieja disputa vinculada al modelo Houssay, según el cual los investigadores debían manejarse con libertad y en las condiciones adecuadas para producir trabajos de calidad según estándares internacionales. Aquellos que todavía postulan la idea de una ciencia libre asumen, de manera inconsciente, niveles altísimos de dependencia cultural. Está el clásico: “Yo trabajo conectado con un laboratorio de Montreal haciendo nanotubos de carbono”. A esa afirmación hay que hacerle varias preguntas. En principio, ¿por qué el Estado argentino financia tu investigación cuando tus publicaciones son en coautoría con físicos canadienses? ¿A nuestro país le sirven tus investigaciones o solo benefician a la industria de Canadá? Los estándares internacionales están muy bien, pero no podemos dejar de preguntarnos para qué hacemos lo que hacemos.

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