A veces pienso que la adolescencia femenina es la fuerza de vida más poderosa que la naturaleza humana tiene para ofrecer y que la adolescencia masculina es la fuerza de muerte más poderosa, a pesar de ser una fuerza romántica. Para aquellos que pensaron que la racionalidad y los estudios de la mujer habían dejado de lado formas de pensar tan amplias y grotescas desde el punto de vista narrativo, bienvenidos. Al final de la sala pueden servirse café.

Admitiré por adelantado que me suele costar conseguir que la gente me acompañe al cine. Mi gusto en cuanto a películas no es algo completamente inexplicable, aunque tal vez debería insistir de forma preventiva que sí lo es para no tentar la mirada analítica de nadie. Lo que me interesa son los forcejeos cinemáticos de Eros y Tánatos interpretados, atractivamente, por personas jóvenes. Ese tipo de obras incluyen una especie de pornografía para cuarentones, que suele estar realizada por estadounidenses cuarentones como John Hughes (ese “Chejov de escuela secundaria” para citar a un crítico). Pero el gusto por esta clase de películas me ha afectado por décadas, y durante años salí con alguien que se negaba a ir conmigo al cine a ver “esas películas estúpidas para chicas adolescentes que te gustan tanto”. Entonces me acostumbré a ir sola, y eso volvió la experiencia de cada una de esas películas mucho más intensa, abrumadora y, quizás, incluso, enferma. La pasión vivida en aislamiento es en realidad padecimiento.

Entonces sin más preámbulos, déjenme decir lo siguiente. La tercera vez que miras Titanic de James Cameron, créanme, su terrible guion ¡es apenas perceptible! El espantoso diálogo ya no espanta. El marco irritante e intrusivo que rodea la narración central, y que le da al espectador una visión larga y detenida de una actriz con la que el director está teniendo un romance, desaparece. La tercera vez tampoco te importa ya que ningún adulto que conozcas y respetes no desprecie la película; tampoco es que consideres importante lo que esos adultos respetables puedan pensar de cualquier cosa. El amor no comprendido –el corazón reprendido por la sociedad, quizás por el cosmos- ese es su tema.

Lo que más hay que apreciar de Titanic  tiene poco que ver con su muchacho de poster Leonardo Di Caprio, aunque él es un actor brillante para ser alguien que sigue adelante con la cara de Mariel Hemingway y una voz tan fina y extrañamente aguda. Lo más valorable de Titanic es que apoyada –y no potenciada- por un espectáculo visual impresionante (sin dudas, aun no superado en cine) hay una pequeña y efímera historia de amor (en parte, Wild Kingdom, en parte El amante de lady Chatterley) que nos permite ver algo muy cautivante que en la vida real puede ser horrible y desalentador: lo que las jóvenes mujeres enamoradas están dispuestas a hacer.

Es verdad que al final DiCaprio, en el papel de Jack, le da a Kate Winslet, en el papel de Rose, el mejor asiento en su porción de restos del naufragio, y luego de la muerte de él, ella lo arranca demasiado rápido de su puesto. Pero es Rose la que sorprende, no sólo a su madre sino, sin duda, también al amor mismo, y salta de la seguridad de su bote salvavidas, a través del agua, a través del aire, para salvar al hombre que nada locamente corriente arriba por los pasillos de un barco que se hunde (oh, chicas, ¿no lo sabremos nosotras?) como un salmón yendo a desovar.

Es una puesta en escena atlética de la gracia (inesperada, inmerecida, como es siempre la gracia). Es el amor que excede los desiertos del amado. (Los alemanes expresaron esto hermosamente en Corre, Lola, corre). Los escritores desde Shakespeare en adelante han adorado esta idea de una mujer joven que posee la codicia de un macho, y ¿por qué no lo habrían adorado? ¿Quién podría no adorar esta idea? Le queda bien a todo el mundo. Es, deberíamos decirlo, una idea fantástica. Julieta, con el puñal hundido en el pecho, era puro machismo comparada con Romeo y su delicado y mal manejado veneno. Una mujer joven enamorada es una fuerza titánica: al menos el teatro, desde siempre, lo ha visto así.

Entonces vamos –o voy- al cine.

Este fragmento del artículo “Titanic” fue recopilado en el volumen A ver qué se puede hacer: ensayos, reseñas y crónicas de Lorrie Moore, que Eterna Cadencia acaba de distribuir. La autora visitará por estos días la Argentina para participar del Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (FILBA) el jueves 26 en el Teatro Cervantes) y el sábado 28 en el Malba.