Además de los intereses de clase del grupo de CEO que gobierna desde hace casi cuatro años, hay en muchos funcionarios y economistas que acompañaron esta gestión una limitación ideológica que les impide entender la realidad con la que tienen que lidiar. No estamos hablando de los gerentes de grandes grupos económicos y/o empresas transnacionales que ocuparon y ocupan cargos sin saber cómo funciona el Estado, porque esos son irrecuperables para la gestión pública, ni tampoco de los que tienen sus fortunas en el exterior, amasadas gracias a los descalabros financieros de antes y los que contribuyeron a profundizar últimamente. Nos referimos a quienes sin estar tan condicionados por sus intereses individuales realmente creen que tienen que lograr que la Argentina funcione como "un país normal”.

Para ellos, formados generalmente en universidades privadas, leyendo libros escritos por reputados economistas norteamericanos o europeos, ¿qué es un país o una economía normal? Sin duda para ellos lo normal es que un país, sea cual fuere, funcione como las economías de los países centrales del capitalismo globalizado, desconociendo las peculiaridades de las economías periféricas, incorporadas tardíamente al desarrollo capitalista y, consecuentemente, con fuertes desequilibrios estructurales en su aparato productivo que las hacen padecer, entre otras dificultades, una evidente restricción externa por falta de divisas para su crecimiento.

Principios básicos

Para esta concepción universalista de la economía hay axiomas ineludibles que definen la “normalidad” de una economía, como por ejemplo:

* El mercado de cambios tiene que ser totalmente libre y desregulado.

* La compraventa de dólares en el mercado interno es un derecho humano, obviamente de las clases pudientes.

* Los servicios públicos se deben pagar por lo que cuesta producirlos, sin distinciones.

* El mercado de trabajo debe estar lo más desregulado posible para crear empleo.

* Nunca se deben gravar las exportaciones con impuestos (retenciones)

* El sistema previsional debe basarse en la capitalización de aportes de cada trabajador durante su vida activa.

* El Estado no debe intervenir en los mercados porque se autorregulan con la competencia y la demanda.

En este entendimiento, cualquier medida que contravenga estos principios sólo puede ser considerada anómala y, en todo caso, transitoria hasta que la situación y la economía se “normalicen”. En otras palabras, la idea subyacente bajo esta concepción es que el objetivo básico de la política económica es hacer que la economía argentina se adecue a la teoría económica desarrollada para países centrales, pero nunca esforzarse para que la teoría explique cómo funciona realmente nuestra economía y saber cómo hacer para que atienda de la mejor manera las necesidades de la comunidad.

 

Capacidades especiales

Los países periféricos tienen economías con capacidades especiales y lo más patético y discriminatorio es tratar de hacerlas jugar en las ligas de los países “normales”. Y cuando se dice capacidades especiales no se está diciendo que son mejores o peores que la de los países “normales”, sólo son diferentes y hay que tenerlas muy en cuenta al momento de definir políticas. Si se sigue insistiendo en participar en concursos de capitalismo con los países centrales se estará condenando a hacer papelones y a no salir de perdedores.

Como bien dijo recientemente la candidata a la vicepresidencia de la Nación del Frente de Todos, Cristina Fernández de Kirchner, la escasez de divisas tiene dos causas fundamentales: una, la de fondo, es la restricción externa derivada de su estructura productiva desequilibrada (Marcelo Diamand dixit) que hace que, cuando la economía encara un proceso de reactivación y crecimiento, las importaciones (incluido el turismo en el exterior) crecen a mayor ritmo que el Producto Interno Bruto, mientras las exportaciones lo hacen a un ritmo muy lento, lo que termina en déficit comercial externo; la otra es el desmesurado grado de dolarización de la economía que hace que haya una demanda excesiva de dólares en el mercado interno, en la mayoría de los casos sin ninguna finalidad productiva inmediata, sino como mera valorización financiera de ahorros o fuga de capitales.

En estos momentos, debido a la tremenda recesión que provocó esta política económica desatinada, la primera causa, la restricción externa, no está afectando pues genera un superávit comercial externo importante, principalmente por la fuerte caída de importaciones. Lo que más está afectando en el actual marco de incertidumbre es la aún más creciente dolarización de la economía interna para ponerse a cubierto del descontrol financiero imperante. Y esto es lo que llevó a las autoridades actuales, a regañadientes de sus convicciones doctrinarias, a instaurar un tardío control en el mercado cambiario, tardío no porque no vaya a lograr el objetivo de atemperar el descontrol sino porque haber desregulado totalmente dicho mercado desde el principio del mandato es lo que potenció la explosión de la restricción externa que ya se insinuaba en la gestión anterior.

Hoy casi parece un chiste macabro pensar que este gobierno, con un déficit de la cuenta corriente externa de casi de 18 mil millones de dólares en 2015, haya decidido inmediatamente eliminar la obligación de liquidar divisas en el país por exportaciones y tapar el agujero externo con el ingreso irrestricto de capitales financieros especulativos de corto plazo. Después de recibir más de 70 mil millones de dólares de capitales golondrina durante 2016 y 2017, el déficit externo en cuenta corriente de este último año había crecido ya a casi 32 mil millones de dólares. Y después vino el FMI a completar el desaguisado prestándole al país 50 mil millones para que los capitales golondrina pudieran volar tranquilos a otras latitudes. Es increíble hasta contarlo.

Medidas

Hoy en la economía argentina hay que hacer todo lo que no hizo por prejuicio ideológico o interés de clase el gobierno neoliberal en retirada. Lo más urgente es atacar el fenómeno de la dolarización excesiva del mercado interno para lo cual, además de otras medidas monetarias de fondo, es fundamental mantener por mucho tiempo la regulación del mercado cambiario, que no es ni puede ser una medida transitoria. Simultáneamente, hay que aplicar retenciones a las exportaciones primarias de bajo valor agregado interno (cereales, oleaginosas y minería) con un doble objetivo: 1) moderar el impacto de la última devaluación en el precio de la canasta básica de consumo y 2) incrementar los recursos del Estado para atender la emergencia alimentaria y la recuperación de las pasividades y planes sociales.

Para que la reactivación económica que pueda recuperar la demanda de los sectores de menores ingresos no potencie la inflación remanente, provocada por la devaluación y reprimida por la recesión, habrá que intentar un acuerdo con los formadores de precios, sobre todo de los productores de bienes y servicios no transables internacionalmente, y si falla hacer seguimiento y control de precios entre la Nación y las provincias con la persuasión en una mano y la Ley de Abastecimiento en la otra.

El acuerdo de salarios no hará falta hasta que la economía se recupere del todo, aunque sí habrá que procurar que aumenten al menos como los precios de la canasta básica, para que no caiga más aún el salario real, pero menos que el tipo de cambio, para aprovechar la mayor competitividad que brinda una devaluación por encima de los precios. Y aquí vale una recomendación para este lado de la grieta económica, porque tenemos una generación joven de economistas bien formados que creen que el tipo de cambio real no es relevante (econométricamente no significativo, dicen) para incrementar las exportaciones y sustituir importaciones. Es cierto que con esto solo no resolvemos la restricción externa comercial, pero más cierto es que sin un dólar real competitivo perdurable no se logrará; dicho en términos de economista, el tipo de cambio real competitivo es una condición no suficiente, pero es absolutamente necesaria. Lo que no toman en cuenta las regresiones econométricas es la necesidad de la permanencia en el tiempo del TCR competitivo, que en Argentina duró siempre menos que una pasión desenfrenada.

Para completar la salida por el camino correcto es imprescindible volver a subsidiar las tarifas de servicios públicos esenciales para los bajos consumos y para las pequeñas unidades productivas, medida considerada ineficiente por la academia ortodoxa; pero no para todos los consumos como hemos mal hecho en el pasado. Si hay que pagar los servicios por lo que vale producirlos habrá que cobrarle más a los consumos elevados y lo que no se pueda tendrá que estar a cargo del Estado.

Ninguna de estas políticas es de emergencia ni transitoria, salvo la alimentaria, sino que deben ser permanentes. La única forma de alinear al capitalismo con la democracia en la perifieria es con una activa y eficiente intervención del Estado en la economía.

* Docente de la Universidad Nacional Arturo Jauretche, subcoordinador de la carrera de Economía.