La imagen se hizo una mala costumbre. Una construcción pequeña, con techo de chapa y paredes sin pintar. Sobre el porlan del piso hay un mechero, sobre el mechero una olla gigante. Dentro de la olla, kilos y kilos de arroz guisado. A un costado, unas mujeres vigilan la cocción mientras toman mate dulce. Su ropa es humilde y su gesto es digno. Charlan entre ellas, cuentan aventuras, discuten sobre política, se ríen, se indignan, pero siempre se ríen más.

A eso de las siete de la tarde, en los alrededores del centro comunitario se empieza a arremolinar gente. Lo hacen llamados por una campana inaudible, por el silbido silencioso y frío de unas panzas tan vacías como las billeteras de los laburantes. Llegan una doñas empuñando unos tupper.

Este cuadro, con algunas variantes, se repite todos los días, en todos los barrios obreros y humildes de Rosario.

Hace no mucho tiempo, en esos mismos espacios, los nenes jugaban, los pibes aprendían un oficio o un deporte, los vecinos se acercaban a hablar de política, organizarse para algún reclamo, o asesorarse en cuestiones jurídicas y tantas cosas más. Y aunque todo esto también lo seguimos haciendo, en menos de cuatro años tuvimos que reconvertir cada espacio comunitario para atender la urgencia: no alcanza para la comida. El trabajo de vecinas, militantes y voluntarios se transformó en comedores y merenderos: hoy por hoy son más de 30 mil rosarinos y rosarinas los que se acercan a los centros comunitarios de los movimientos sociales para poder poner un plato lleno en la mesa.

Son más de 30 mil rosarinos los que se acercan a los centros comunitarios de los movimientos sociales para poder poner un plato lleno en la mesa.

Como siempre queda bien dar números, para que no nos traten de faltos de estudio, mencionemos solamente que, según el INDEC, los alimentos aumentaron alrededor de un 60% en un año.

No nos interesa repartir culpas. Pero sí señalar responsables. Y contarle a todos los despistados que puedan estar leyendo esto, que el hambre es el último eslabón de las consecuencias del modelo económico de Macri y Cambiemos (a esta altura, la inocencia es un crimen) en el que solo ganan los especuladores que no producen ni generan trabajo.

Si bien conseguimos que se visibilice la situación, y que se declare la Emergencia, es un triunfo con sabor amargo. No hay nada que festejar. Porque querríamos estar discutiendo otros asuntos. Argentina da para más. Nos duele que en un país que produce alimentos para 400 millones de personas, estemos hablando de esto.

Queremos soñar con otro barrio, otra ciudad, otro país (todos posibles y necesarios). Un país donde podamos hablar de lo importante, porque lo urgente está resuelto.

 

*Hincha de la CETEP, militante del Movimiento Evita y candidato a diputado nacional del Frente de Todos.