Sobrevivir al cáncer, contarlo con humor, animarse a la novela y publicar cuatro libros en menos de media década son las actividades principales que Sánchez --psicóloga, consultora y docente de 46 años-- despliega desde su Córdoba natal. Ya había publicado textos académicos, documentos científicos, artículos de divulgación, notas de opinión, crónicas de viajes y microrrelatos con pinceladas en diarios y revistas argentinas. En 2012 publicó su primera novela, Puto cáncer, y en 2016 Doña Gómez, biografía no autorizada de una gata desquiciada, ambas editadas por RaízDEdos, así como Lenguas filosas. Sánchez aborda en esta última obra una mirada cuestionadora de los discursos femeninos y feministas, en la piel de cuatro amigas que en nada se parecen a las protagonistas de Sex and the City, salvo cuando hablan de los hombres. Esas discusiones pseudoteóricas suelen estar regadas de mate o cerveza, según la ocasión, e interpelan a las mujeres de clase media, cualquiera sea su posición en la vida respecto al amor, la pareja, los hijos, el trabajo, las aplicaciones de citas, incluso la prostitución. Este año también publicó Infancias en foco, psicología del desarrollo, como compiladora del trabajo de colegas docentes de la Universidad Nacional de Córdoba y de la Universidad Católica de Córdoba. “Es la crónica de una mujer libre, descarada e insolente; risueña, irónica y hasta mal hablada, que un día tropieza con la muerte”, escribió Cristina Wargon sobre Puto cáncer, el libro que le dio espacio en los medios nacionales. Enfocada a la orientación vocacional como psicóloga, cree que “una no se pone a escribir hasta que en algún lugar no se siente escritora”, pero admite que está haciendo sus primeros pasos. “Pocas veces salí de esa casa, y las veces que lo hice fue porque mi humana me obligó, me subía de prepo a su auto y me trasladaba durante largo rato para llevarme frente a otros humanos, vestidos con guardapolvos pero en lugar de cuadernos tenían olor a remedios y me torturaban con métodos diferentes. Eso pasa con los humanos, son verdaderamente desconsiderados”, dice su gata Doña Gómez, ya fallecida. “Si ellos tienen que medir la temperatura de su cuerpo se ponen el termómetro en la axila, se relajan un rato en sus cuchas y pocos minutos después miran el resultado. Cuando la humana creía que los perros o yo teníamos fiebre primero nos tocaba la punta de la nariz y sino la teníamos todo lo húmeda que a ella le hubiera gustado, nos ensartaba un termómetro en el ojete en lugar de ponerlo bajo la axila. ¿Con qué necesidad? De pura maldad nomás”.