No lo digo en singular, pero téngalo presente, el uno, el único que cada uno es, es muchos en el plural asesinado de la historia. Resulta que allá, en los orígenes de Lomas del Mirador, cuando la lacra espiritual del imperio remoto ocupó estas tierras –soldados y marinos de la peor calaña y un par de curitas de panzas prominentes-, luego de arrasar con la resistencia indígena necesitó actividad sexual para entretenerse, aunque la mediación fuera el desprecio, en ese paisaje aturdido por el calor y las borrascas, los insectos homicidas y el dios infiel que miraba entre las lomas. Eros, flexible como es, se adapta a las prerrogativas del poder. Así las cosas, aquellos ilustres de piel lechosa bajo la armadura se amancebaron con las nativas sobrevivientes de la masacre. Estoy resumiendo, por un lado, erguido y cruel por determinación histórica, el invasor, pobre aun pero ilimitado en sus designios sacramentales; del otro, tendida sobre el jergón, la nativa de tez oscura, solo engalanada con la desnudez demoníaca de la sumisión y el odio. El asco los devoraba; el asco, también, los excitaba. El hijo de ambos, el primer cabecita, sin evidencia de padre, y clausurado el celo materno que nutre y agiganta, fue plural de “nadie”, fue cabecitas, el uno manada, maleza social sacrificada y sacrificadora, aterrada y aterradora, alquilada para matar, conchabada para morir en el frente de combate, turba mazorquera, tropa unitaria, peonada martirizada por el rebenque institucional, multitudes en busca de su líder, en busca de justicia social, descamisados con Evita y sin Evita, cabecitas hacinados en villas de emergencia; mírelos, son yuta, gendarmes, cabos del ejército, asesinos y asesinados, represores y reprimidos, piqueteros, desocupados, se putean entre sí, y no lo dudes, vienen por vos, se vengarán de vos, blanquito ensimismado, cuando tu culo virginal les quede a tiro en la porquería vigilada de las calles.