Mañana a las 19, en Casa Brava (Pichincha 120) se presenta Las mujeres no peinan caballos, novela de Federico Aicardi recién salida de imprenta por la editorial independiente rosarina Casagrande.

Al igual que su nada confiable narrador protagonista, el desquiciado Martín (irónicamente apodado "Tino"), el título Las mujeres no peinan caballos (ganchera generalización pseudo moralizante a la manera de "Los hombres duros no bailan" o "Los ricos también lloran") abre de una patada la tranquera a lo que se viene: una grotesca sátira deconstructivista, familiar y barrial, que retoma el humor de la picaresca y del Quijote. ¡Y atención a la fantasmal coupé Fuego en la tapa! Luego se transmutará en uno de los "caballos" del título.

Uno de los logros narrativos de Aicardi en esta novela consiste en no moverse del punto de vista de Tino, de modo que no se lo "ve" nunca desde afuera y de ese modo es imposible saber si es un niño o un idiota. Los demás personajes (incluso su vida interior, la que él les supone) aparecen y desaparecen como piezas del juego infantil de un desopilante relato que va y viene entre la realidad y sus fantasías.

Aicardi no se mueve del punto de vista de Tino, de modo que no se lo "ve" nunca desde afuera y es imposible saber si es un niño o un idiota.

Las mujeres no peinan caballos podría definirse a grandes rasgos como una novela de iniciación sexual o de educación sentimental. Pero es mucho más que eso. La casa y el barrio de clase baja donde transcurren pueden leerse como alegorías hiperbólicas de la Argentina machista y macrista: un caldero del diablo de mediocres prejuiciosos en violenta rapiña contra sus propios vecinos. Tino se protege de la chatura circundante fantaseando. Su fantasía derrapa hacia el delirio y se vuelve excusa para que el autor se divierta pintando viñetas kitsch, reescribiendo el realismo como versión literaria y pervertida de una comedia musical bizarra, a lo Hairspray, con más humor negro.

Si fuera una película, correspondería advertir que la historia contiene erotismo incestuoso, estupro y racismo. Sin embargo, nada de eso (excepto el racismo, demasiado basado en estereotipos) resulta chocante, mezclado como está en el caldo demencial del monólogo interior de Tino, que va llevando la trama con una notable empatía por algunos de los personajes, los "buenos" de la historia: mamá, la vecina de enfrente y su hijo Danielito, y eventualmente la enfermera de papá y su oracular compañero de sala. (Que los villanos sean papá y el chino del supermercado, resulta al fin un tanto esquemático).

La díada simbiótica madre-hijo que abre el relato (y que será quebrada, al menos en lo externo, por las peripecias del padre) goza diariamente de una telenovela de ficción cuyo título es el del libro. Cualquier semejanza con Los ricos no piden permiso, de Canal 13, es una coincidencia debida al arte de la parodia. La telenovela moldea las conductas de Tino. Éste basa sus decisiones en su identificación con el galán, llamado Santo. Santo, incapaz de hacer otra cosa, le habla a su caballo mientras lo peina, para carcajada de sus lectores.

Las mujeres no peinan caballos podría definirse a grandes rasgos como novela de iniciación sexual o de educación sentimental. Pero es mucho más.

Otro elemento del universo mediático kitsch que envuelve a Tino como una placenta viene del programa infantil de lucha libre Titanes en el Ring, que producía Martín Karadajian y uno de cuyos personajes más aplaudidos por el público era La Momia. De allí nace la visión de Tino de un paciente hospitalario vendado y mudo como un "Tutankamón" al que él consultará como oráculo. Si el padre de Tino es un monstruo machista que lleva su odio contra los homosexuales a extremos como el boicot y las lesiones graves, Tino se encariña con lxs diferentes y comparte con ellxs el mate y los sándwiches.

Las marcas comerciales, en el mundo de Tino, se constituyen en nombres propios. La codiciada coupé Fuego devendrá en "caballo de fuego"; la yerba Rosamonte bautizará a una mujer trans de origen misionero, a quien él le dedica los párrafos más líricos del libro.

 

¿Podrá Tino convertirse en individuo, o seguirá pegado a sus padres? ¿Tendrá un final feliz al modo de La conjura de los necios o quedará atrapado en esa casa? El personaje es entrañable, se hace querible por su facilidad para vivir como cuento de hadas una realidad áspera; a pesar de que las tiene todas en su contra, no queremos que fracase.