Té canasta. Un grupo de damas que pasan ampliamente las cuatro décadas se reúne para celebrar la vida. Es un decir, claro. Ese espacio de diversión, de amistad, es más bien un cuadrilátero en el que de a una van siendo asestadas por golpes de lengua bífida. Son compinches pero se esconden los sanguchitos de miga, hermanas pero se rellenan el vaso con whisky a espaldas de la otra, confidentes pero es más lo que no se dicen que lo que sí. Cuatro damas con un talón de Aquiles que será sacado a relucir en algún momento de la tarde-noche por la menos esperable de sus amigas: una es borracha (y más), la otra lesbiana (pero el problema es otro), a una acaba de dejarla el marido (el asunto es por qué) y el meollo de la obra, es lo ocurrido a la cuarta: acaba de perder a un ser más que querido, el único ser que la acompañaba en su día a día, el inefable “bolitas”, caniche enano al que conoceremos una vez que ya haya estirado la pata. ¿Qué puede reunir a estos seres facetados y maliciosos que parecen casi una emanación de la avenida Quintana? Un odio compartido: el que sienten hacia la empleada doméstica.

La obra se abre con un prólogo en manos de la más intelectual del grupo –una profesora, no sabemos de qué–, que comenta que así como en las célebres novelas policiales inglesas el asesino siempre es el mayordomo, en esta historia de intrigas argentinas que se jugará sobre el escenario, la perpetradora es la mucama. Personaje que a la vez que les resulta indispensable para su supervivencia cotidiana, es el chivo expiatorio de todas sus desdichas.  Como dice Homero Simpson de la cerveza: la causa y la solución de todos sus problemas. 

La sospechosa de siempre

Esta pieza escrita por Gonzalo Demaría y dirigida por Ciro Zorzoli se estrenó el año pasado en el Teatro Cervantes y fue un suceso: críticas con puros excelentes, sala llena, localidades agotadas. Casi imposible conseguir una ubicación si no era con semanas de anticipación. Todos los elogios iban dirigidos al team de actrices explosivas, delirantes, realmente de lo mejor de la escena local: Paola Barrientos, Alejandra Flechner, Eugenia Guerty y Susana Pampín. Y así como cerró la temporada pasada, abre esta nueva y otra vez nos encontramos con localidades casi completas hasta el final la temporada que es ¡en abril! 

En el medio, entre la temporada pasada y ésta, cambió la dirección del Teatro. Tras diez años de gestión, Claudio Gallardou y Rubens Correa dejaron la comandancia del Cervantes a Alejandro Tantanian, que desembarcó en el bello edificio de avenida Córdoba con novedades y propuestas contundentes. Pero si algo comparten ambos equipos es la fascinación por Tarascones. Cierra y abre. Hace de nexo. Ciro Zorzoli cuenta acerca del germen del proyecto: “A finales de 2015 me llamaron del Cervantes para ofrecerme este texto. Los motores del proyecto fueron Alejandra Flechner y Gonzalo Demaría. Lo leí, me resultó atractivo que fuesen cuatro mujeres, que tuviese un trasfondo policial y fundamentalmente que fuese escrito en verso. Nunca había trabajado un texto así.” 

Es que una de las mayores rarezas de Tarascones es esa mezcla entre policial aligerado y lírica culta. Entre tanto, se cuenta la historia de cuatro señoronas que ven abruptamente interrumpida su velada de cartas por un accidente doméstico. Sucede que la mucama guaraní de la dueña de casa le asestó un patadón al caniche bolitas que lo hizo volar tan alto y con tan mala suerte, que lo hizo pasar “para el otro lado”. Indignadas y furiosas, las amigas se lanzan a realizar ahí mismo un juicio a la empleada para definir su suerte –y hasta su vida y su muerte–. Encerrada en su “cuchitril” la chica es el personaje ausente que las otras mentan. Pero entre argumentos vehementes y pruebas adulteradas los problemas entre las cuatro damas saldrán a relucir dando varias piruetas y fulgurantes sorpresas.

Máquinas del verso

Como dijimos, uno de puntos fuertes de la pieza texto. La utilización del verso para la exaltación de estos discursos, construye un lenguaje lujoso –que no se priva de la obscenidad ni de giros callejeros–, una suerte de hablar noble o de alcurnia que choca justamente con sus intereses espurios, la banalidad de sus entretenimientos, la malicia de sus observaciones sobre el mundo que las rodea. Demaría, dramaturgo argentino residente en París escribió en el programa de mano: “Cuando yo era chico se había puesto de moda en el teatro comercial esta fórmula: un grupete de amigas se pasa facturas viejas. Se me ocurrió que este esquema podía ser cruzado con la anécdota de un poema del siglo XVIII del italiano Parini, donde el ama deja a su criada en la calle porque su mascota le tiene antipatía. La decisión de escribirla en verso apareció como una necesidad inmediata, la de dar espesor al lenguaje, la de elevar ese living y esas señoras a las categorías de la épica y el disparate.” 

Pero esos versos podrían ser un peso difícil de elevar si no hubieran caído en las manos y en los cuerpos adecuados. En ese sentido las actuaciones de las cuatro protagonistas son imbatibles. Alejandra Flechner, que parece haber nacido para decir los improperios que su personaje dice sobre su propia mucama; Eugenia Guerty, una comediante experta que viene de hacer piezas como Toc Toc dirigida por Lía Jelín en Agosto de Claudio Tolcachir; Susana Pampín que se luce en un personaje de mayor construcción que los que nos tiene acostumbrados, como aquella conmovedora e insoportable madre en El tiempo todo entero de Romina Paula; y Paola Barrientos, que la descose con su borracha contoneante y disimulada. Son ellas, cuatro auténticas monstruas de la escena, las que hacen que la obra adquiera toda la complejidad, el espesor, la poética, el humor y la plasticidad de las grandes obras de teatro. 

Como cuenta Zorzoli: “El trabajo de ensayos con ellas fue puro disfrute. Son cuatro actrices con mucho sentido del humor, muy lanzadas a probar todo lo que iba ocurriéndoseles. Hay que tener en cuenta que por la historia que se cuenta, el texto y ciertos delirios que empiezan a suceder, íbamos en pos de un código de actuación que pudiera sostener este tipo de situaciones. Hubo mucho juego entre ellas, un trabajo que hacía pie en lo físico. Fue una búsqueda muy divertida de correrse de cierto realismo más habitual en el teatro.”

La escena borrada

Así es que la escena con que nos encontramos en Tarascones es esa oscilación, una resonancia social muy fuerte, el de las damas de beneficencia, las señoras que se juntan a su te canasta a despellejar todo lo que las rodea, a la vez que la escena parece como una pesadilla recurrente, una deformación chabacana, hecha de formas y colores como puestos por un pintor. A sus actuaciones totalmente corridas se sumó un vestuario que las ubica a cada una con un color y ciertas zonas del cuerpo engrandecidas, un maquillaje igualmente extrañado y unas pelucas rococó que terminan de complementar a estos seres que parecen de plastilina. Personajes caricaturescos, pictóricos, como salidos de un cuadro de George Grosz.

Estamos en presencia de las señoras que se encuentran a hablar mal de las criadas. Lo hacen con poesía, con esmero. Como el largo monologo de improperios en el que Martita (Flechner) se expide sobre la acusada: “¡Gran puta! Soreta infame,/ negra mala y resentida,/ alma cariada y villera,/ aborto incompleto, arpía, /monstrua, gorgona, medusa,/ cancerbera, disminuida, / planera, ganapán, chorra, /mechera, embrollona, rata,/ robacunas, descuidista, / piojosa, pulguienta, vaga,/ sarnosa, mujer ladilla,/basurera, comeperros, / quilombera, subversiva,/ tirabombas, tiragomas,/ trola, trava, porquería,/ conventillera, conversa, / concha floja multicría, / invasora, lumpen, okupa, inmigranta, fronteriza,(… )”, y sigue, sigue y sigue. 

Por un momento esa resonancia podría llevarnos a escuchar ecos del presente. Su autor comenta que no hubo intención de hacer sociología: “No hay ninguna intención de retrato de clase. Solo tuve alguna tía así, no del todo, por supuesto, pero parecida. Cosas que uno vive, ve y observa.” Lo que hay sí de manera innegable es un diálogo sobre este conflicto de clases que se ha dado no solo en la historia, sino también en la literatura. Es que Tarascones es el revés exacto de Las criadas de Jean Genet: en vez de dos mucamas que se juntan a hablar pestes de la señora, son ellas las que imaginan cómo deshacerse de su empleada. Demaría comenta: “Hay, desde luego, múltiples referencias. Es inevitable siendo un texto bastante literario. El ovillejo, por ejemplo, remeda el de Cervantes en el Quijote. También hay una cita de Guido Spano. Reconozco, a la par de estas referencias cultas, influencias del más porteño teatro de revistas, con su humor a veces chabacano. En cuanto a la inversión de Las Criadas, me lo han dicho. Admiro la obra completa de Genet, no solo teatral, sino novelística y ensayística. En París pude trabajar con gente que lo conoció y trabajó a su vez con él. Así que si bien no proyecté deliberadamente evocarlo, su fantasma es una bendición para mi escritura.”

La mayor coincidencia es sin dudas que Las criadas fue la pieza anterior montada por Ciro Zorzoli, en la que casualmente también actuaba Paola Barrientos. Es decir que esta sensibilidad para la maldad femenina, para la injusticia elevada al absurdo, para la locura lírica tiene un linaje en la obra del director. Da la sensación que en esta obra, esta sensibilidad cava aun más profundo en el presente. Con un ritmo imparable, lo contemporáneo y lo anacrónico, lo literario y lo teatral, lo bello y lo horrible, se encuentran en una maquinaria demoledora, la de los versos pero también la de los cuerpos.

Tarascones se presenta de jueves a domingo, a las 21, en el Teatro Nacional Cervantes, Libertad 815.