Los gobiernos neoliberales tratan de disminuir los costos laborales a través de cambios en las leyes que protegen a los trabajadores o aumentando las horas de la jornada de trabajo, ya que consideran que es un objetivo a alcanzar para satisfacer las reiteradas demandas de sus amigos empresarios. Adam Smith observando la realidad económica en el Libro 1 de su obra “Investigaciones sobre el origen de la riqueza de las naciones” en 1776!, describió los términos en los que se dirimen el nivel de los salarios: “Los obreros desean ganar lo más posible, los patrones, dar lo menos que puedan; los primeros están dispuestos a concertarse para elevar los salarios, los segundos, para bajarlo”. 

En su ensueño el empresario se ilusiona con que la disminución de los salarios le permitiría incrementar sus beneficios o disminuir los precios para aumentar sus ventas. Pero se trata de una quimera: si los salarios bajan la situación de competencia de todos los empresarios quedará en la misma situación que antes y nadie mejorará su posición y es incluso probable que la nueva situación le sea menos favorable que la anterior. 

La teoría neoliberal sostiene que existe un mercado del trabajo donde el salario y la cantidad de trabajadores están determinados por el punto en que se cruzan la oferta de trabajo de los trabajadores y la demanda de las empresas. Pretende además que este equilibrio es el del pleno empleo del capital y del trabajo. Para sostener esta proposición la teoría ortodoxa académica supone que los trabajadores poseen un ingreso, una suerte de “renta básica universal”, que les permite satisfacer sus necesidades económicas. Solo ofrecerán su trabajo en el mercado, en lugar de ir a pescar, si el monto del salario propuesto les procura una satisfacción (subjetiva) superior a la obtenida por el esparcimiento. Esto explica que la teoría no reconozca la existencia del desempleo involuntario, ya que no tener empleo es una decisión del trabajador. La teoría tuvo que inventar este artilugio porque de lo contrario el trabajador perdía su libre arbitrio ya que se hubiera visto obligado a pedir un trabajo como limosna (sean cuales fueren las condiciones) para subsistir y la teoría no hubiera podido sostener que es el “libre mercado” el que determina los equilibrios económicos. 

El trabajo y el equilibrio social

El “mercado de trabajo” no pude ser confundido con el mercado de los alcauciles ya que como lo señaló oportunamente Robert Solow, premio Nóbel de economía en 1987, las relaciones laborales, el “mercado del trabajo” constituye una institución social. Esta tiene tribunales especiales para la solución de los conflictos entre las partes, una legislación especifica, agrupaciones sindicales y patronales que discuten ásperamente los términos y condiciones de trabajo y del nivel de los salarios, además del contexto histórico que hace cuasi imposible transgredir, en el corto y mediano plazo, los valores culturales de la sociedad. Y se debe agregar que los valores anclados en la cultura de las democracias, los principios de la equidad y de igualdad, hacen que existan claros límites en la determinación de los salarios y de las relaciones entre las corporaciones patronales y los trabajadores. 

El otro argumento de los neoliberales que se deduce del modelo de oferta y demanda, es que la baja de los salarios provocará un incremento del empleo. La vulgata liberal afirma que los empresarios comprarán trabajo según su precio. Cuanto menor es el salario mayor es la cantidad de trabajo demandada. 

Keynes refutó esta explicación y demostró que la demanda de trabajo de los empresarios no está ligada al precio del salario sino al nivel de la demanda agregada de bienes. A nivel de cada empresa tanto el salario como los precios de los otros insumos son, para el empresario, un dato sobre el cual no puede influenciar y su demanda de trabajo será función de sus necesidades expresadas por su cartera de pedidos. 

Si la demanda global de bienes disminuye entonces las necesidades de trabajo de los empresarios, para satisfacerla también disminuirá y habrá desempleo, sea cual fuere el salario. La teoría keynesiana puede así explicar que a cada nivel de la actividad económica corresponde una tasa de desempleo del trabajo así como una tasa de capacidad instalada ociosa. Es la situación actual en Argentina donde existe un aumento del desempleo provocado por la disminución de la actividad económica generada por la política económica de Macri. 

No obstante, los sectores patronales insisten en la necesidad de bajar los salarios aunque una decisión unilateral de los patrones que buscara imponer una baja de los salarios netos además de implicar un conflicto social de envergadura tendría repercusiones económicas inmediatas ya conocidas. Raros son los gobiernos que han sido tan irresponsables como para provocar un conflicto social de gran envergadura disminuyendo los salarios de bolsillo. 

Es por esto que la alternativa propuesta por la patronal es hacer que el Estado laude a favor de una baja del salario indirecto que los economistas ortodoxos llaman “aportes patronales” o “impuestos al trabajo” que agregados al salario neto constituyen “el salario” al que se hace habitualmente referencia. Esta orientación implica disminuir las jubilaciones y las prestaciones sociales lo cual tendrá la misma consecuencia económica que una disminucion del “salario de bolsillo”. Las experiencias contemporáneas muestran que las bajas del salario bruto se traducen por regla general en recesiones más o menos agudas como en la Argentina de la Alianza, en la política de Macri o en la Inglaterra de Thatcher. 

Salario y demanda

El salario posee una característica específica muy importante que muy a menudo es soslayada ex profeso por los neoliberales. Es por un lado un componente del costo de los productos y por otro lado a la vez el ingreso de los trabajadores que les permite subsistir y que les permite expresar una demanda efectiva de bienes. En las sociedades avanzadas donde todos los bienes son objeto de intercambios mercantiles el conjunto de los salarios se gasta en consumo que constituye el bloque central, y de lejos el más importante, de la demanda global. Según el Indec actual en 2015 el consumo constituyó el 74 por ciento del PIB. Y, por lo tanto, el nivel de los salarios determina una de las condiciones más importantes del equilibrio macroeconómico.

La riqueza creada en un país es la suma del consumo, la inversión y las exportaciones menos las importaciones. Esta riqueza se distribuye entre los salarios y los beneficios. La teoría ortodoxa afirma, de acuerdo a la ley de Say, que toda oferta crea su propia demanda de tal suerte que todo lo producido, el consumo y la inversión es comprado por los salarios o los beneficios. Sin embargo esta ley no se cumple en la medida en que estemos en una economía monetaria ya que los agentes económicos pueden no gastar todo lo que ganan. En particular los que reciben los beneficios, vale decir los más ricos, pueden no gastar todo su ingreso ya que una vez gastado lo que consumen, que es poco respecto de lo que ganan, no utilizan el resto de sus ingresos para comprar los bienes de inversión por que deciden no hacerlo, lo expatrían, lo atesoran, etc. En este caso la oferta global no será igual a la demanda global y existirá un nivel de desempleo de la fuerza de trabajo porque existe un déficit de la demanda efectiva constituido por lo que no se gastó. 

Para el otro componente, es el volumen de los salarios. Los trabajadores gastan todo lo que ganan en comprar bienes de consumo necesarios a su subsistencia. En los países industriales el 90 por ciento del consumo proviene de la demanda de los asalariados y en Argentina el nivel es similar. Si el monto de los salarios disminuye, porque se incrementan los beneficios, entonces la cantidad de bienes de consumo vendidos disminuirá. La vulgata liberal afirma que en ese caso las exportaciones serán las que permitirán lograr el equilibrio, pero eso no ocurre en Argentina.

El consumo interno representa una parte muy significativa del PIB y las exportaciones industriales, las MOI (Manufacturas de Origen Industrial), en Argentina solo representaron, en 2015, el 27 por ciento de las exportaciones globales, lo cual significa 3 por ciento del PIB, esto implica que una baja del 1 por ciento del consumo supone un incremento de casi el 25 por ciento de las exportaciones industriales para compensar. Habida cuenta de las restricciones impuestas por todos los países a sus importaciones la substituibilidad del consumo interno por un incremento de las exportaciones parece absolutamente improbable. Como puede observarse la caída del salario real no es una solución para superar una recesión económica, sea cual fuere su origen. Ni en Argentina ni en el resto de los países del mundo. Esta situación ya existió en el pasado y la insistencia en sobrellevar la recesión con más recesión terminó en la crisis de 2001.

* Doctor en Ciencias Económicas Université de Paris.


salario 

consumo

  • Según el Indec actual, en 2015 el consumo constituyó el 74 por ciento del PIB.
  • El nivel de los salarios determina una de las condiciones más importantes del equilibrio macroeconómico.
  • Una baja del 1 por ciento del consumo requiere un incremento de casi el 25 por ciento de las exportaciones industriales para compensar su impacto en la economía.
  • Los gobiernos neoliberales tratan de disminuir los costos laborales a través de cambios en las leyes que protegen a los trabajadores.