Por Marina Yuszczuk

El año pasado se estrenó El primer hombre en la luna de Damien Chazelle, en la que Ryan Gosling interpretaba a Neil Armstrong en los años previos y durante la misión del Apolo 11 en 1969. En una época, según mostraba la película, de fe en el progreso de la humanidad y en la búsqueda de nuevos horizontes, Armstrong aparecía como un héroe que se dedicaba íntegro a su trabajo, al precio de relegar a su familia y con la posibilidad siempre presente de morir en el intento. Pero lo más significativo de El primer hombre en la luna, porque daba cuenta de lo que una película de astronautas en el presente podía ser, era que el conflicto íntimo por el duelo de una hija perdida era la marca particular del protagonista y aquello con lo que se encontraba en ese lugar del espacio desde el cual, supuestamente, tendría una nueva perspectiva sobre el universo. La recién estrenada Ad astra, de James Gray, se ubica en un punto de partida muy distinto, un futuro cercano en el que los seres humanos ya han conquistado el espacio hasta Neptuno y hasta pusieron un local de Subway en la luna. La película de James Gray es pesimista en cuanto al uso que podría darle la humanidad a semejantes conquistas: la luna parece un shopping, los mismos males que aquejan a la Tierra desde que tenemos memoria se trasladaron a su superficie gris —hay, por ejemplo, crimen, piratas del asfalto dispuestos a matar para robar, casi un territorio de western— y una cosa llamada Proyecto Lima, que debía explorar los confines del universo, no solo parece haber fracasado sino que el comandante de la misión, enloquecido, estaría mandando rayos de antimateria que están causando miles de muertes en la Tierra.

 

Este científico-explorador enloquecido de poder (Tommy Lee Jones) es uno de los grandes personajes de Ad astra, y el otro es su hijo Roy (Brad Pitt), perteneciente a una generación más individualista y, al parecer, una que no espera nada. Roy también es astronauta y se lo convoca para una misión que solo él, en tanto hijo de su padre, puede llevar a cabo: es preciso que vaya a Marte a enviar un mensaje al Proyecto Lima. La empresa que lo contrata cree que solo la voz de su propio hijo podrá disuadir al padre de lo que sea que esté haciendo allá en Neptuno. De esta manera la película pone en escena un vínculo padre-hijo atravesado por cambios generacionales; el de Tommy Lee Jones es uno de esos padres aparentemente heroicos, distantes, que en este caso abandonó a su esposa e hijo en pos de una misión que le importaba más. Roy, por su parte, es el hijo herido por el abandono y la indiferencia del padre que, sin querer, la replica en su pareja (la fantasmal Liv Tyler, que aparece como entre sueños y como prototipo de la esposa bella, buena y alejada por el varón emocionalmente bloqueado). La misión a Neptuno le da la posibilidad a Roy de enfrentarse con este padre que a esta altura es tan difuso y agigantado como un mito, o mejor dicho, de encontrar al padre real, un viejo después de todo, detrás de ese fantasma. Digo fantasma repetidamente porque hay algo de esa cualidad en Ad astra, que parece en cierta forma un viaje mental; en el espacio imaginado por Chazelle hay lugar para persecuciones lunares no sometidas a la gravedad o secuencias de terror con ataques de simios monstruosos, pero son detalles que aparecen más bien como un modo de amenizar el trayecto. Lo que realmente importa, y que se nos va mostrando a través de exámenes psicológicos en voz alta que Roy se hace con una computadora, es su bloqueo, su imposibilidad de hablar, y el modo en que cuando más se aleja de la Tierra, más se adentra en la herida que le infligió el padre. El estilo de James Gray es bello, hipnótico, de primeros planos que permiten narrar a los actores a través de gestos mínimos. Ad astra es una película fascinante, y en cierta forma el epitafio de un tipo de masculinidad, pero le interesa poco explorar a ese padre viejo que ha vivido décadas solo en el espacio. Y en ese sentido, como El primer hombre en la luna o como Gravity, por qué no, hace que no podamos imaginar otra cosa más que a nosotrxs mismxs.