El hombre postrado –que no sale de su cama en El nervio principal (Sexto Piso), la segunda novela del mexicano Daniel Saldaña París- se esfuerza por encontrar en la escritura los ecos de la voz monótona de su madre. Escribir es una forma de volver a pasar por el oído a esa mujer que en el verano de 1994 decidió dejarlo a él –entonces un niño de 10 años- y a su hermana adolescente para unirse al levantamiento zapatista. El padre, distante y poco afectuoso con sus hijos, construirá una versión de los hechos posteriores, “el accidente de coche” en el que murió la madre en San Cristóbal de las Casas, que será desbaratada veintitrés años después por el hallazgo de la partida de defunción. Saldaña París, seleccionado por la Residencia de Escritores Malba (REM) para vivir durante cinco semanas en Buenos Aires, dialogará con el escritor Mauro Libertella este miércoles a las 19 en la Biblioteca del Museo (Figueroa Alcorta 3415).

A Saldaña París (Ciudad de México, 1984) no le gusta el término autoficción. “Escrituras del yo y maneras de escribir autobiográficas ha habido siempre en la literatura. Me parece simplista decir: ‘lo que escribo sucedió, luego entonces es autobiográfico’. Se puede escribir desde el yo imaginando historias y maneras de ver el mundo distintas a las nuestras”, plantea el escritor mexicano, autor de la novela En medio de extrañas víctimas y el libro de poemas La máquina autobiográfica, que en 2017 fue nombrado por el Hay Festival como uno de los mejores escritores de América Latina menores de 40 años.

-“Recordar desgasta”, dice el narrador. ¿Qué hace la escritura con los recuerdos? ¿Los desgasta más?

-El trabajo de escribir a partir de los recuerdos o de la propia memoria es una modalidad de la ficción. Se desgasta el recuerdo, pero también se convierte en otra cosa. En mi caso, todo tiende a estructurarse a través del ejercicio de escribir, y esa forma de imponer un orden es también ficción.

-La madre del protagonista se va a Chiapas para sumarse al movimiento zapatista, aunque después hacia el final haya un cambio en la percepción de lo que sucedió con ella. ¿Por qué Chiapas?

-En narrativas anteriores a mi generación era más común encontrar un modelo que es el padre que emprende la aventura de hacerse guerrillero. He escuchado en mi generación muchas más historias de mujeres, no solo que se unen a la guerrilla sino que emprenden caminos de militancia. Y eso quería reflejarlo en la novela, aunque efectivamente la percepción cambia y resulta ser otro género de novela.

-Quizá se convierta en una especie de novela “policial”, ¿no?

-Sí, es un policial en las últimas diez páginas. Me gustan esas novelas que de pronto se revelan como otra cosa. Nunca había escrito algo que tuviera una especie de giro hacia el final.

-¿Qué simbolizó Chiapas para tu generación?

-En un primer momento había mucha confusión porque no se entendía de qué se trataba. Pero los que éramos hijos de padres de izquierda, de padres y madres activistas, como es mi caso, inmediatamente lo vimos como una esperanza difusa que no se nos explicaba exhaustivamente, pero sonaba como algo positivo, una especie de archivo de posibilidades. En el '94 y '95 todo estaba muy centrado en la figura del Subcomandante Marcos. Mi papá me leía los comunicados de Marcos cuando yo era chiquito porque eran comunicados muy literarios que tenían personajes y estaban explicados casi para niños; estaba el escarabajo Don Durito y una serie de personajes que los convertían en fábulas sobre el tardocapitalismo para leer a los niños. Cuando el EZLN (Ejército Zapatista de Liberación Nacional) hizo una caravana en la ciudad de México en el 2000, estuve involucrado y fui parte del comité de recepción. En los últimos veinte años. la figura de Marcos se ha ido difuminando cada vez más y ahora no es tan protagónico, y eso es algo bueno. Lo que queda, lo que está más presente del movimiento, son sus formas de organización y los encuentros de mujeres en lucha.

-Si tu papá te leía los comunicados del Subcomandante Marcos, está muy lejos del padre de El nervio principal, un hombre conservador, distante de los hijos, poco afectuoso y machista.

-Sí, no hay nada de autobiográfico en ese padre, más bien es una especie de personaje donde puse muchos otros personajes que estaban ahí en mi infancia, que tienen que ver con un tipo de personajes más conservador que había en ese barrio clasemediero de la ciudad de México. Las conductas machistas en un país como México se heredan por la escuela o por cualquier modelo masculino que está atravesado por esas violencias. Me interesaba pensar qué hacemos con esa violencia, con ese legado, y cómo tratamos de sacudírnoslo. El narrador sabe que tiene una violencia y que la ha ejercido en relaciones de pareja, incluso. Sabe que ha replicado algunos de esos modelos y eso lo aterra al punto de inmovilizarlo.

-El narrador puede ser asociado a la figura del escritor uruguayo Juan Carlos Onetti, que decidió hacia el final de su vida no salir de la cama. ¿Tu narrador podría ser una especie de Onetti mexicano?

-Sí, hay muchos modelos que tuve presente, como (Marcel) Proust en la idea de estar desde la cama recordando la infancia, y el Oblómov de (Iván) Goncharov; hay una estirpe de personajes postrados que desde la inactividad hacen literatura. Me interesa mucho la inmovilidad como motor de la acción. En contra de lo que solemos ver en narrativas audiovisuales más mainstream, donde siempre hay un héroe que hace muchas cosas, en literatura todavía es posible tener personajes protagónicos que a fuerza de no hacer y de renunciar a todo tipo de acción generan trama. Eso es algo que estaba también en mi primera novela, una especie de renuncia total a la acción que puede derivar en distintos tipos de tramas como el absurdo beckettiano o el Bartleby de (Herman) Melville.

-Hay una sensibilidad hacia las mujeres y las cuestiones de género en tu narrativa. ¿Qué pasa con los hombres?

-Tenemos que pensar formas distintas de ser hombre. Espejeándome con mujeres, me doy cuenta de que todo el tiempo están cuestionando el género y las relaciones, y creo que desde nuestro lado no estamos haciendo lo mismo y damos por supuestas un montón de cosas. Yo no tengo ninguna respuesta, pero es evidente que el tema tendría que estar más en el centro de nuestras ficciones.