“Escuchame: la historia argentina tiene, ponele, 200 años. El rock, 50. ¿No es asombroso?”. Rodolfo García está en la casa de Villa Ortúzar que compró luego de la gira del regreso de Almendra, en 1980. Se venía abajo y el barrio era un oscuro caserío con depósitos y talleres. La remodeló como pudo, peso a peso, y no se fue más. En el living hay unas reproducciones de Goya, la foto del dibujo del payaso de la tapa del primer disco de Almendra, retratos de Clint Eastwood y un desorden manejable. Va de acá para allá con su porra blanca y eterna: tal vez no exista traza más noblemente rockera que la de Rodolfo García. En una mesa pequeña hay una agenda y una libreta llena de fechas de conciertos, listas de temas, ideas. Por estos días se reparte entre la masterización del disco debut de su banda, Jaguar, y un ayudamemoria con temáticas a desarrollar en el programa radial Mundo disperso, que hace los domingos de 14 a 16 con Pedro Saborido y Daniel Miguez por la 750.

La casa es como él: sencilla y con memoria. En la terraza destaca al lado de la parrilla un galpón mínimo que fue la última sala de ensayo de Luis Alberto Spinetta, los toques embrionarios de Los Amigo. Más fotos: el Beto Alonso, John y Yoko, con Hugo Fatorruso en Cuba, Santana, Carlos Franzetti. Y una pila de vinilos de El valle interior, un premio Gardel, una calcomanía de Tantor y en el medio de la memorabilia, apretada, dorada, la batería lista para ser ejecutada. La enumeración de elementos podría seguir, pero sería algo extenuante y daría la falsa sensación de un museo. A los 73, la vitalidad de García es la de un titán del rock; un tractor que avanza y se multiplica en actividades. Las fotos, los premios, los dibujos del living y la terraza acaso sirvan apenas para arrimarse a la esencia de un músico que, como Ringo Starr, como Oscar Moro, como tantos bateros, ha sido valorado por ser un punto de equilibrio entre egos y vanidades, un eje afectivo, una oreja. Ríe: “¡Sé más de grupos que de tocar la batería! Es que una banda es mucho más que juntar a cuatro o cinco tipos a tocar”.

A días de revisitar el disco debut de Almendra con la Orquesta Juan de Dios Filiberto, Rodolfo García –como Funes- no puede dejar de recordar. En absoluto es un trabajador de la nostalgia: su tiempo es hoy. Pero el nivel y la vastedad de detalles evocativos es sorprendente. Puede llegar hasta los fines de semana de los años 50, cuando acompañaba a su padre a tocar el acordeón en centros gallegos, para enseguida referir a su último hallazgo: Nathy Peluso (“la descubrí por mis hijas: me encanta”). Entre ese ayer que no tiene por qué ser dorado y el fatigado mañana es mejor, destaca la diáfana omnipresencia de la figura de Luis Alberto Spinetta. Cada vez que refiere a él, la mirada de Rodolfo cambia casi imperceptiblemente. Pasan los años y García, en dirección contraria a esa suerte de sobreactuación tan cara a las redes sociales, intenta vanamente -los ojos acuosos son indisimulables- camuflar el dolor de la ausencia. “Desde que nos conocimos y nos hicimos amigos me di cuenta de que era alguien diferente. Veía cosas que nadie veía. En los últimos tiempos acá, en esta misma sala, era impresionante cómo estaba fumando. Fumaba más que cuando era joven. En los ensayos siempre es palo y palo, no parás. El cada tanto pedía parar cinco minutos, y era para salir a fumarse un faso”.

¿Viste el documental BIOS?

-Sí, lo vi. Muy bueno. Faltan cosas, pero es lógico. Es imposible abarcar una vida como la del Flaco en dos horas.

¿Qué falta?

-Los amigo, por ejemplo; su última pareja, Mercedes… Pero te repito: es lógico.

Los amigo fue la banda postrera de Spinetta, que completaban García y Dhani Ferrón en bajo. El bellísimo disco póstumo muestra al trío en estado de gracia y constituye el cierre circular de una comunión musical que nació cuando Rodolfo quiso sumar a Spinetta a su banda adolescente, Los Larkins. “Los otros no me dieron pelota. Me lo rebotaban porque decían que era muy chico. Y es cierto: yo le llevo cuatro años, y cuando sos pibe es muchísimo. Los Larkins era una banda que no tenía rumbo. Había integrantes fijos, otros que tocaban cuando podían. El pasaje de Los Larkins a Almendra fue un tremendo salto”.

Ahora qué pasó tanto tiempo, ¿por qué creés que es tanto más considerada Almendra que, por ejemplo, Aquelarre? Todos conocemos el valor estético de Almendra, pero no deja de ser llamativo. Incluso en comparación con otras bandas de Spinetta.

-Yo también me lo pregunto, porque además Almendra tuvo una vida muy corta. Fue más tiempo la previa, los ensayos antes del debut, que el grupo en sí mismo. La alquimia fue muy fuerte. Éramos locos enamorados de lo que estábamos haciendo. Nos preguntábamos: “¿A alguien le gustará esto?”. Pensá que, por ejemplo, un tema empezaba “figúrate que pierdes la cabeza”. No nos importaba mucho. Cuando todos tocaban en los bailes de los clubes, nosotros decíamos que teníamos que tocar en un teatro. El manager nos quería matar: nadie hacía teatros, ni Sandro, ni La Joven Guardia. El primer concierto fue en el Di Tella, el segundo quince días después en el Globo. A pérdida. No éramos soberbios, pero estábamos convencidos al menos de lo que no queríamos. No nos gustaba El Club del Clan; nos gustaba Piazzolla, la bossa, el folklore vocal, Los Beatles, Los Gatos… El Flaco puntualmente estaba muy copado con Tanguito, al punto de que Almendra estuvo a punto de grabar con él.

¿Tanguito cantante de Almendra?

-No exactamente. No figuraríamos como Almendra, sino como una mera banda de acompañamiento. El Flaco le tenía mucho cariño y nos convenció de que había que tratar de que grabara en buena forma, que sus canciones lo merecían. Estábamos listos para probar. La idea era que viniera cuando terminábamos de ensayar como Almendra, ahí, en la casa de Arribeños. Pero Tanguito hizo todas las cagadas posibles.

¿Por ejemplo?

-Estaba muy quemado, era un bardo caminando. No venía, o si venía era para quilombo. Mirá: la mamá del Flaco, Julia, era una de esas mujeres de botiquín bien provisto, que sabía aplicar inyecciones y esas cosas. Una tarde Tango pidió ir al baño e hizo un desastre. Se dio un ‘chutazo’ y dejó manchas de sangre en el inodoro. No nos dijo nada, seguimos ensayando, y de pronto aparece Julia desencajada, a los gritos. Tenía toda la razón del mundo. El Flaco lo quería mucho, pero al final se dio cuenta que no daba.

CEREMONIAS PARA DISOLVER

Almendra, Nebbia’s Band, Aquelarre, Tantor, La Barraca, PosPorteños… Rock & fusión de paladar fino, que alternó con largos años de giras en la segunda etapa de Pedro y Pablo y con la banda de Víctor Heredia, entre aportes a otros grupos y discos. Siempre moviéndose entre causas artísticas perdidas o complejas y la convicción casi clasista de que el trabajo de músico es un trabajo como cualquiera. En la primavera camporista del 73 luchó sindicalmente por los derechos de los músicos. En un ambiente de rockeros con aire “ausente y despreocupado”, como cantó Moris, destacó por un anclaje ampliamente político, por una constante intervención sobre la realidad. Desde la muerte de Spinetta estuvo comprometido en cada uno de los tributos: desde un concierto a beneficio del Hospital Garrahan en La Perla hasta movidas como Hombre de luz, El Marcapiel, Tu vuelo al fin.

Hace algunos años está embarcado en Jaguar, banda que combina virtuosismo de jazz rock y sensibilidad cancionística y que, conceptualmente, opera tal vez como un homenaje permanente a Spinetta. La integra junto con Lito Epumer en guitarra, Dhani Ferrón en bajo y voz y Julián Gancberg en teclados. “No creo que sea un homenaje al Flaco. Quizás inconscientemente… Al fin, él está en la cabeza de todos nosotros. Pero no lo concebimos así. Somos una banda original, con la mayoría de temas originales. Hay muchas canciones de Dhani y algunas de Lito. Sobre todo al principio hicimos en vivo canciones del Flaco en las que alguno de nosotros estuvo involucrado. Por ejemplo, “Camafeo” –Lito Epumer grabó en Madre en años luz- o “Las habladurías del mundo”, que toqué yo en Artaud. También cosas de Los amigo, claro, que con Dhani nos quedamos con ganas de salir a tocar con el Flaco.

En principio Jaguar parece, precisamente, una extensión de Los amigo.

-Pero tiene entidad propia. El arranque fue anormal: pusimos la fecha de un concierto dos meses adelante sin repertorio, sin nada. Y nos largamos. Ya grabamos, sólo falta la tapa y la mezcla. Metimos algunos rescates: “Para que me sigas”, que figura en las grabaciones precarias de aquel concierto del Globo de 1969; una versión de “Caminata”, que pertenecía a la ópera de Almendra; y “Señorita corazón”, de María Gabriela Epumer.

El álbum tiene además seis temas de Ferrón (“Jaguar ancestral”, “Es como”, “India”, “Detrás del río”, “Vuelo sobre águilas”, “Vuélvete”), de Epumer (“Zapatito”) y de Julián Gancberg (“Niña ven”). También figura “Río como loco”, de Spinetta, que es un track oculto de Los amigo. Ferrón y García se consolidaron como base rítmica en PosPorteños, el trío que capitaneó Alejandro del Prado a principios de la primera década del siglo y que no llegó al disco. El bajista sintió que tocaba el cielo cuando, años después de PosPorteños, García lo invitó a sumarse a zapadas con Spinetta en su terraza, con el simple objetivo de pasarla bien y después ver qué onda. “No lo podía creer. ‘Esto debemos sostenerlo por Rodolfo’, fue lo primero que me dijo Luis Alberto. Y lo entendí perfectamente. Viví en carne propia lo que Rodolfo significó para Luis. Y vivo en carne propia lo que significa Rodolfo para nosotros. Él representa un sonido, un concepto, una genealogía musical. Es un ser de tiempo”, dice Ferrón, por mail.

García comenta, al pasar, que está cansado de atender llamados de productores de radio y televisión para que opine sobre las declaraciones políticas de Emilio Del Guercio. “Todavía no hablé con él”, patea un poco la pelota afuera. A más de 50 años, la relación del rock con el mainstream periodístico sigue teniendo algún grado de conflicto o perversión: alcanzó a verlo a Del Guercio en el programa de Alfredo Leuco en TN. García dice, como siguiendo la línea del pensamiento, que insiste en disfrutar de cierto sitio lateral de la música. “Me gustan los desafíos, la independencia, cargar yo mismo los equipos. Ya sé que soy un viejo, pero me siento joven y me gustan las cosas nuevas. No es una pose y no tengo que hacer ningún esfuerzo. No me interesan los caminos lisos”.

La mayoría de tus bandas tuvieron esa impronta.

-Y sí.

Nadie recuerda Tantor, el grupo que tuviste con Starc y Machi.

-¿Viste? ¡En la película de BaRock 82 aparece el elefante pero nosotros no! (se ríe). Lo que pasa es que Tantor estaba muy influido por lo que habíamos visto con Starc en España, todo ese auge del jazz rock. Era un grupo prácticamente instrumental. Nos recibían bien en los festivales, pero tocábamos solos en el Kraft y no venía nadie.

Tocaste con Peteco Carabajal y Jacinto Piedra en “Santiagueños”…

-Me encantó haber participado. Fue en el disco Transmisión Huaucke. Un desafío terrible. Jacinto Piedra era fanático de Aquelarre y nos llamó a Starc y a mí. Héctor después se bajó; yo no, pero estaba lleno de inseguridades. Tocar percusión con santiagueños…. Santiago del Estero es la patria de los percusionistas. Pensaba que no iba a dar la talla. El que me sacó la inseguridad fue Norberto Minichilo. Un día me lo encuentro en la calle y le cuento mis dudas. Me dice: “¿Sos boludo? Podrían haber llamado a cualquier santiagueño, podrían haber llamado a Domingo Cura, pero te llamaron a vos. ¡Les interesa tu sonido!”. Me relajé.

¿Fue tan idílico como algunos lo pintan lo de Aquelarre en España?

-Idílico no, pero fue una experiencia alucinante. Nadie hacía rock en castellano en España. Estaba Triana, que mezclaba rock y flamenco. El resto cantaba en inglés, covers de bandas famosas. Me acuerdo que lo fuimos a ver al Mariscal Romero y nos dijo: “Perdón, si es en castellano no es rock. El rock es en inglés”. Nosotros le respondimos: “Mirá, llamalo como quieras. Pero nosotros cantamos en español y hacemos rock”. ¡Unos años después el Mariscal Romero vino a la Argentina con Barón Rojo con el estandarte del rock en español!

DEL OTRO LADO DEL MOSTRADOR

Para Aquelarre buscaron un manager, pero no lo encontraban. “Con Emilio estábamos escaldados con el manager que habíamos tenido en Almendra, Aníbal Gruart, que fue un desastre. Mientras esperábamos que apareciera la persona ideal, me hice cargo de la parte organizativa de Aquelarre. Fue el imperio de la necesidad. Esa persona jamás apareció y quedé yo. De algún modo hice mis primeros pasos de lo que después fue la gestión cultural. Estuve muchos años haciendo esa tarea. Y desde que Litto Nebbia me convocó para el equipo del Centro de Divulgación Musical, en los 90, trabajé mucho en la gestión pública”.

¿La gestión no tapó tu costado artístico?

-Y sí, un poco se la comió. Fue así.

¿Los ’80 fueron ingratos para vos?

-Puede ser… Coincidieron temas estéticos, laborales, personales. Cambió la onda musical, me separé de mi primera mujer y Alberto Ohanian, que fue el responsable del regreso de Almendra, estaba dirigiendo el Expreso Imaginario y me lo delegó. Me puso como director ejecutivo.

¿Por qué?

- El armó una agencia de representación, una gran productora. Manejaba a Piero, después a Soda… Alquiló una oficina en Florida y Diagonal Norte y no podía hacer todo. Me pidió que quedara en la revista en lugar de él, como director ejecutivo. Eran los tiempos de Roberto Pettinato. Yo me encargaba de comprar el papel, de reservar turno en la imprenta. Toda una novedad para mí. Después la revista cerró, necesitaba laburar y me embarqué en una gira de un año con Pedro y Pablo. La cosa era tocar y tocar. También con Víctor Heredia estuve muchos años, hasta que en un momento me picó el bichito de armar una banda. Le avisé con tiempo a Víctor, incluso me ofrecí a preparar a un baterista nuevo, y me fui. Me quedé en la calle, sin nada.

¿Qué hiciste?

-A mí me había gustado lo que había hecho Pedro Conde en aquel BaRock de 1982 y también su disco, que le produjo Edelmiro Molinari. Bueno, con él armamos La Barraca. Hicimos muchos temas de un compositor que descubrimos y nos volaba la cabeza: Mezzo Bigarrena. También temas de Fernando Barrientos.

¿Bigarrena llegó a tocar con ustedes?

-Sí, venía a veces. El quería. Una vez armamos una cena acá. Era complejo el Vasco también. Pasábamos de un espíritu de celebración a discutir mal.

Es notorio como te empeñás en mantener el perfil bajo. Sos buen cantante pero nunca cantás, tocás el acordeón…

-No sé si es tan así. Ahora estoy cantando mucho más. Con Jaguar y con los homenajes, estoy pelando más. El acordeón lo tengo ahí, en un costado…

¿Tu primer instrumento fue la batería o el acordeón?

-El acordeón. Eso lo heredé de mi viejo, que no era músico profesional pero que le encantaba tocar folklore gallego. El y mi vieja eran del mismo pueblo de Galicia: Laxe, en la llamada Costa de la Muerte, en La Coruña. Mi papá se dedicaba a otras cosas, y hasta llegó a tener una pequeña fábrica de pastas frescas en el Centro. Pero los fines de semana lideraba un trío de acordeones. A la Argentina la llamaban “la quinta provincia gallega”, por la cantidad de inmigrantes españoles. Salían por Vicente López, Olivos, para el lado del río. Había un club al lado del otro: el Centro Asturiano, el Lucense. Mi viejo empezaba a tocar a la mañana, los gallegos armaban tremendos picnics y ellos amenizaban. Me encantaba acompañarlo. Un tiempo toqué, después dejé, hasta que volví por culpa del Flaco.

Rodolfo García refiere al especial que Spinetta grabó en Miami para la MTV, en 1997. “Me llamó y me dijo: ‘Hagamos un dúo. Pero con una condición: quiero que toques el acordeón’. Le respondí que no, que era una locura, que hacía miles de años que no lo tocaba. Insistió. Me dijo que tenía quince días para ensayar… ¡como si fuera mucho!”. La evidencia de que Spinetta se salió con la suya se puede volver a ver en YouTube. Las palabras antes de tocar una vieja canción inédita titulada “La miel en tu ventana” -ellos solos, guitarra y acordeón- se escuchan conmovedoras: “Quiero presentar a alguien que es como un padre musical y que siempre me va a guiar, porque es una persona derecha como pocas, a quien amo. Rodolfo García: batero de Almendra”.

“Siempre fue muy generoso”, dice Rodolfo y cuenta que, aún cuando Spinetta ya estaba mal, pensaba que había futuro. “Yo íntimamente creía que zafaba. Recuerdo que estaba en el CEMIC, y que tenía algunos regalos de cumpleaños. El Flaco es del 23 de enero. Alguien le había regalado unas latas de mariscos. Valoraba muchos esos regalos: que le trajeran, no sé, curry de la India, cúrcuma no sé de dónde. Me dijo: ‘Cuando salgamos de acá, Rodo, preparo un arrocito con esos mariscos y un azafrán que tengo guardado…’ El también creía que zafaba. Lo que son los deseos, ¿no?”. La pregunta queda en el aire. Otra vez, la mirada. Se recompone como sacudiéndose y se pone los anteojos para volver a su agenda: la Filiberto, masterización de Jaguar, concierto el 16 de octubre, concierto el 15 de noviembre. .. Suspendido entre el pasado y el presente, “sonido, concepto y genealogía musical”, como dice Ferrón, Rodolfo García es el noble latido del corazón de eso que insistimos en llamar “rock nacional”.

El payaso triste cumple 50

Este miércoles a las 20 habrá en el CCK un concierto celebratorio por los 50 años del primer disco de Almendra, a cargo de la Orquesta Nacional de Música Argentina Juan de Dios Filiberto. Van a estar Edelmiro Molinari, Emilio Del Guercio y Rodolfo García, que tocarán el repertorio del LP, más singles de la época como “Tema de Pototo” y “Hoy todo el hielo en la ciudad”. “Pero de ninguna manera nos anunciamos como Almendra. Es más, ni siquiera vamos estar los tres juntos al mismo tiempo en el escenario –aclara Rodolfo-. Sí de a pares. Almendra sin el Flaco no existe”. Las orquestaciones y arreglos de aquellas gloriosas canciones son de Juan “Pollo” Raffo, la Filiberto estará dirigida por Mariano Chiacchiarini y habrá una performance de la Compañía Nacional de Danza Contemporánea que dirige Margarita Fernández. “También van a estar como invitados Rubén Goldín y Mariana Bianchini. El Pollo nos mandó los arreglos. Están buenísimos. La Filiberto está identificada con el tango, pero en realidad es una orquesta de ‘música argentina’. Yo voy a tocar, seguro, en “Color humano”, “Tema de Pototo”, “A estos hombres tristes” y, en los bises, en “Hoy todo el hielo en la ciudad”. En este caso, la estrella no son los músicos: es el disco, su medio siglo”.

La primavera pinta orquestal para García. A la par de los ensayos con la Filiberto trabaja con Gustavo Gregorio, director argentino radicado en España. Van a presentar Rock argentino en estado sinfónico, álbum que salió hace algunos años, pero que nunca fue tocado en el país. Ahora será interpretado por la Orquesta Académica de Buenos Aires dirigida por Claudio Ianni, y muchos de los músicos que participaron en el disco (Litto Nebbia, Ricardo Soulé, Gustavo Santaolalla, Alejandro Medina, Willy Quiroga, Miguel Cantilo, Carlos Mellino, Emilio Del Guercio, Moris, Botafogo, Kubero Diaz, Claudio Gabis y Ciro Fogliatta, entre otros). Rodolfo García hará “Muchacha” y otros temas que todavía no tiene confirmados. Será el 15 de noviembre en el Coliseo.