El fin de semana no prometía condiciones climatológicas favorables para la aeronavegación, pero el avión de Iron Maiden logró abrirse paso hacia la Argentina por undécima vez y reafirmar un vínculo que, a esta altura, se presenta con la forma de un ritual. No se trata de un fenómeno localista, si se tiene en cuenta que el sexteto inglés llena estadios en casi todas las geografías, gracias a una fidelidad internacional sólo equiparable con el fenómeno Metallica. El “Legacy of the Beast Tour” empezó en mayo del año pasado en Tallin, Estonia, y se cierra recién en unos días, con doble turno en Santiago de Chile; en el caso argentino, las entradas habían empezado a venderse hace un año y se agotaron hace un mes. “Les quiero pedir perdón por no tocar en un lugar más grande, es lo que pudimos conseguir; la próxima vamos a hacer más funciones, o a tocar en el estadio de River Plate”, prometió Bruce Dickinson ante las 50 mil personas que daban una imagen unívoca: en Vélez no cabía un alfiler.

Recientemente distinguidos en la cámara de Diputados como “visitantes de honor”, los británicos bajaron esta vez con un show que se propuso recrear los escenarios del videojuego para celulares Legacy of the Beast, en el que la misión consiste en luchar “contra dioses y monstruos en los confines del universo de Iron Maiden”. Algo de eso sugirió el meticuloso desarrollo, que no dejó detalle por contemplar, hasta configurar una experiencia audiovisual total, en el que la escenografía transitó por diferentes instancias, conectadas con bloques del repertorio. Apenas pasadas las 21, la maqueta gigante de un avión de guerra británico -aquellos que se usaron en la batalla de Inglaterra de 1940- ocupó el centro de la escena, anticipado por el fragmento del discurso de Winston Churchill que lleva inequívocamente al comienzo de “Aces high”, canción punta de lanza en incontables recitales.

El cantante Bruce Dickinson llevaba puesto un gorro de aviador a modo de caracterización, acaso con un guiño al propio curriculum, dada su sabida afición por pilotear aviones, incluso el de la misma banda. A los 61 años, tiene lógica que no llegue con comodidad a todas las notas de canciones grabadas hace tres décadas, pero su perfil excepcional lo mantiene como un innato domador de masas, entre arengas y movimientos constantes. Más allá de la cita al videojuego, el legado al que hace mención el título de esta gira mundial es inconmensurable. Cada gira encuentra a Maiden proponiendo algo distinto, a veces recorrer su registro más clásico -Somewhere Back in Time, (2008/9)-, o presentar nuevo material -The Book of Souls (2016/7), en su anterior visita al país-. Ahora reflexiona sobre su legado a través de bloques temáticos, con particular apoyo en Piece of Mind, placa que cumplía 35 años al empezar el tour. Esa influencia empezó a verse cuando desempolvaron “Where Eagles Dare”, canción que abre aquel disco y que también, no por casualidad, evoca a una misión militar en los cielos durante la Segunda Guerra Mundial.

A pesar de tener casi 45 años como grupo y de cumplir 20 ininterrumpidos con la actual alineación, Maiden consigue mantenerse fresco. Será porque Nicko McBrain es un motorcito que empuja desde atrás y renueva rulos de batería en cada gira, porque Harris canta los temas como la primera vez, porque los tres guitarristas juegan con sus instrumentos cuando amerita, o por las muecas y los cambios de vestuario de Dickinson para reforzar cada concepto. Todo eso está en el filo de “2 Minutes to Midnight” –ahora la referencia es a la Guerra Fría-, que estalla en el aire entre armonías y estribillos épicos, justo antes de que el cantante cace una cantimplora –hasta ese detalle- y anticipe lo que viene.

Así llegó “The Clansman”, introducida como una canción de libertad, “aunque sea una palabra de distinto significado para muchas personas”, en voz del frontman. Un relato medieval extraído de Virtual XI, y una reivindicación para la etapa de Blaze Bayley como cantante, otra pieza de su legado que la banda quiere mandar al frente. “The Trooper” completó el cuadro de guerra, otro clásico inoxidable parido por la pluma de Steve Harris y muestra perfecta del epicismo armonioso patentado por el sexteto, con la aparición del primer Eddie (su tradicional mascota) de la noche: del doble de tamaño de un humano, esta versión caracterizó al clásico soldado de caballería británico abatido durante la guerra de Crimea. Esta vez Dickinson se paró en la vereda de enfrente y, en lugar de tomar la insignia británica -que en 2001 le valió chiflidos en este mismo escenario-, usó una argentina para dispararle al invasor.

El próximo nivel estableció un contexto eclesiástico. Candelabros y enormes vitrales con referencias a tapas de discos fueron el marco para mayor desarrollo y menos explosión. Hubo un nuevo rescate de Piece of Mind con “Revelations”, pero también apareció una visita a A Matter of Life and Death –ejemplar de la composición más contemporánea de Maiden-, con “For the Greater Good of God”; “The Wicker Man” –de lo primero del formato sexteto- precedió a una nueva cita a la época de Bayley, con la también medieval “The Sign of the Cross”. Al mito de “Flight of Icarus” se pegó “Fear of the Dark”, otra enorme creación de Harris con particular impacto en el público local, desde que el documental Flight 666 inmortalizara la versión en cancha de Ferro.

Antes del cierre a todo vapor con los tres bises –“The Evil that Men Do”, “Hallowed Be Thy Name”, “Run to the Hills”-, hubo tiempo para convivir con los demonios. Así funcionó una vez más “The Number of the Beast”, con su clásica introducción hablada que fuera contraseña estética y generacional allá por los ’80, en tiempos de amor platónico con lo prohibido. Y un segundo Eddie, mitológico -ahora una cabeza gigante con cuernos, ojos encendidos y colmillos afilados-, asomó por sobre la batería para la entrega de “Iron Maiden”, única cita al Maiden original, cuando la voz era Paul Di’Anno. Al cabo de dos horas, cabía preguntarse si la doncella había concretado con éxito su concierto más ambicioso de todos. Ahora el cielo se mostraba amable. Sólo unas nubes bebé escoltaban a la Luna, y el avión de Maiden podía elevarse en paz. Justo en ese momento, en que los que se iban pensaban en cuándo irán a volver.

9- IRON MAIDEN

Lugar: Estadio José Amalfitani, sábado 12 de octubre.

Músicos: Bruce Dickinson (voz), Steve Harris (bajo), Dave Murray (guitarra), Adrian Smith (guitarra), Janick Gers (guitarra), Nicko McBrain (batería).

Público: 50 mil personas.

Duración: 120 minutos.